Cuando te digan que en Argentina no ganó la inclusión, que somos un país que expulsa, que agrede al distinto. Cuando te señalen como argentino de manera despectiva, soez y dolorosa. Cuando el gentilicio lo suelten con desdén o asco. Cuando todo eso suceda haceles recordar que en nuestro glorioso país, en nuestra inconmensurable tierra, en nuestro hermoso suelo patrio: gobernó un subnormal.
Que tengan memoria: esta es la gran nación que le dio la oportunidad de dirigirnos a un desquiciado que habla con su perro muerto y a toda una runfla de ridículos, otakus, incels y mercachifles a los que les hacían bullying en la escuela.
Somos el país más inclusivo del mundo.
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En Diputados se votó hace un rato la media sanción a la Ley Bases cuyos ocho capítulos vienen, básicamente, a desarmar muchos de los preconceptos que el ciudadano de a pie tiene del Estado. Ese mismo ciudadano de a pie que probablemente no tiene ni la más puta idea de que se está votando un fusilamiento de la clase obrera de la cual forma parte. Y no tiene ni idea porque lo que sucedió en la última década –con diferentes actores y distintos niveles de responsabilidad- es un avasallamiento de los niveles educativos y la cercanía del vulgo a las esferas de entendimiento y a los núcleos de “conocimiento autorizado”.
Todo lo que era el centro del saber se dispersó.
Nuestros jóvenes reciben su educación política de las redes sociales en las cuales pasan buena parte del día. Los docentes de buena fe, con miedo a ser denunciados por adoctrinadores, cuidan cada palabra que dicen. En los hogares, las comidas en común se hacen con doscientos celulares en la mesa viendo reel tras reel. No se discute más. No se habla más.
El ciudadano de a pie festeja en Twitter una Ley que, de aprobarse en el senado, va a hacer posible que lo despidan sin indemnización. Otro, monotributista, aplaude en Instagram una Ley que, de aprobarse en el senado, va a subir sus cuotas y va a cercenar la posibilidad de consumo de las personas que nutren su negocio. Un tercero, hace un Tik Tok, celebrando una Ley que, de aprobarse en el senado, va a eliminar tantos puestos de trabajo que amigos y familiares van a estar mandándole el CV por Whatsapp. El mercado te salva bro. Una señora, laburante de toda la vida, llora de alegría por una Ley que, de aprobarse en el senado, va a correr su edad de jubilación varios años, eliminando su descanso bien ganado.
Todos estos sujetos de la sociedad se ponen felices por algo que no entienden.
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El problema que tenemos que reconocer es que en Argentina jamás hubo una crisis de representatividad como un grupo de sociólogos y antropólogos sobreescolarizados determinaron en un concilio para 14 personas en la Biblioteca Centro Cultural Los 3 Monguitos. Ojo, no está mal que exista ese concilio, pero no le habla a nadie.
Los subnormales votaron a un subnormal. Siempre fue así. El inconveniente es que los subnormales, HOY, son mayoría. No son mayoría por culpa mía o tuya que militamos poco o mal. Tampoco son totalmente culpa de los gobiernos anteriores, o del progresismo. ¿Todos tenemos responsabilidad? Sin duda. Pero el debate es casi ontológico.
¿Por qué hay tantos estúpidos en mi país? ¿Por qué me siento rodeado de subnormales?
Esos ignorantes y malvados existieron siempre, pero ahora tienen una herramienta de asamblea y uno de los suyos bien financiado para reunirlos. Los malos de verdad entendieron el juego. Conjugado eso con un odio irracional y disparatado a los logros colectivos, Argentina muta a un Hiroshima occidental donde solo pueden quedar las sombras tras el estallido.
¿Y qué pasa con la oposición? ¿Con los “buenos”? Pasa que llegaron a esa banca o lugar de poder por transar y acordar con propios y extraños. Los discursos a los gritos son pour le gallerie. Los de los oficialistas también. Hoy Pichetto es un traidor y pasado mañana es el Compañero Pichetto. Así con todos.
La política nacional es un coloquio de apóstatas y desertores que cambian de bando mientras no tengan que tener un laburo honesto un día de su vida con apenas unos pocos nobles representantes que salieron de la clase trabajadora y tal vez vuelvan a ella más temprano que tarde.
Lo que perdió el pueblo argentino es mucho más importante que su normalidad: perdió el coraje de hacerle sentir a sus políticos que tronará mucho más que el escarmiento si gobiernan de espalda a sus gobernados. Toda guillotina perdió su filo hace por lo menos 20 años.
No importan “las listas de traidores”. No tienen ninguna relevancia social hoy las marchas, protestas o manifestaciones si mediante ellas no se hace sentir el miedo. ¿De qué sirve una marcha universitaria si de ella participa De Loredo que después aprueba las leyes contra las cuales protesta? ¿De qué sirven los discursos de Stolbizer si después vota en bloque?
La porción subnormal de la sociedad ha sido hipnotizada a través de los medios con la idea de que somos orcos, cucarachas o parásitos. Ninguna convocatoria va a modificar eso en la actualidad.
Es hora de que la protesta evolucione y que al enemigo no se le otorgue mas justicia. Que tibios y traidores sientan el calor ya no de un abrazo, sino de un volcán en erupción. Que no puedan caminar por la calle, que no quede hogar sin escrachar. Que los propios se nieguen a transar. Que por una vez tengan dignidad. No es que las manifestaciones no funcionan. Es que son meras actuaciones para las redes sociales sin ningún impacto en la vida de aquellos a los que les estamos reclamando algo. Si la protesta no pone en jaque, no sirve.
La política fracasó. Los senadores tienen que saber que al Pueblo Argentino no se lo puede joder tan fácil, incluso así de engordado por subnormales.
Es el momento del acero. Ninguna revolución se hizo usando guantes de seda.
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