Lucía N
06-08-2024 17:03

Se atribuye a Oscar Wilde una frase que dice que todo en el mundo es sobre sexo, excepto el sexo, que es sobre poder. Pienso mucho en esto, y últimamente he estado rumiando mucho sobre las formas en las que a veces tenemos sexo sin tener sexo. Escribí, por ejemplo, sobre el consumo de televisión con personajes malvados que nos permite disfrutar morbosamente de esas acciones que nunca llevaríamos a cabo personalmente. En una sintonía similar, la youtuber Contrapoints lanzó hace un par de semanas un video muy recomendable sobre la saga Crepúsculo y las históricas críticas que ha recibido por ser una ficcionalización de la fantasía de amor plagada de lugares comunes machistas, conservadores y pro-vida de su autora mormona.

Dejemos las cosas en claro: lo es. Pero como demuestra con un recorrido más que interesante Natalie Wynn (Contrapoints para los amigos), la idea de construir escenarios ficticios improbables que permitan satisfacer los deseos femeninos de tal manera que la honra de sus protagonistas (y por asociación, sus lectoras) quede resguardada de la crítica social, es más bien una característica fundamental de la literatura romántica que una excepción. Resulta como mínimo elocuente notar en qué situaciones este aspecto de la ficción romántica se convierte en objeto de críticas moralizantes de igual tenor por izquierda y por derecha. O es demasiado impúdica, o es demasiado complaciente y acomodaticia de los valores patriarcales y capitalistas. En otras palabras: they say she’s gone too far this time.

Esta es una cita directa de, ¿quién más si no? La que tiene un Guinness en demostrar que nada le molesta tanto a la crítica cultural (por izquierda y por derecha) como los consumos de las mujeres adolescentes. Sí, esa rubia. La que se toma jets privados hasta para ir al baño. La que lleva una batalla personal con Donald Trump hace cinco años pero es tibia, demasiado tibia. “Se hace la feminista, pero”.

¿Por qué nos gusta tanto Taylor Swift? ¿Qué ha hecho la rubia, además de una canción folk sobre el romance secreto entre la poeta Emily Dickinson y su cuñada en la casa de su hermano?

¿Y una sobre las fantasías escapistas en medio de un capitalismo tardío que nos convierte a la vez en espectadores de nuestra vida y en entretenimiento barato para otros en el estilo de William Wordsworth, el poeta escapista por excelencia?

Además de tener el rango para ir de estas canciones folk pandémicas que le valieron el doctorado honoris causa en Bellas Artes de NYU a esos temas pop pegadizos con sabor a chicle bubaloo de tutti frutti como Shake it off, seguir la historia personal de Taylor es una de esas formas de tener sexo sin tener sexo en las que tanto ando pensando últimamente. Tal como dije y como ella denuncia en múltiples canciones, es completamente consciente de haber convertido a su persona y su vida en un producto de consumo masivo, lo cual en ocasiones la lleva a sentir que ha perdido su humanidad.

A la vez, en otro buen número de canciones, algunas de ellas autobiográficas y otras no tanto, admite que la fama es una droga demasiado adictiva (también hay varias canciones de la Rosalía sobre este tema).

También está el tema de que el grueso de sus temas están compuestos en la escala de do mayor con la melodía centrándose en do, sol, la menor y fa, al igual que la mayoría de las canciones de pop de la historia. De hecho, hay un tema pop religioso (?) que lo explica: (“it goes like this the fourth, the fifth, the minor fall, the major lift, the barefoot king composing hallelujah”). ¿Por qué? Porque por razones musicales que no tengo espacio para explicar acá, al cerebro le da un pequeño orgasmo cuando escucha la secuencia acorde dominante de la escala, quinta, sexta menor, cuarta mayor.

Retomando, entonces, ¿por qué consumir a Taylor es un poquito como tener sexo? Porque su vida es lo suficientemente pública como para que tengamos una idea aproximada sobre las situaciones reales en las que se basan sus canciones, en varios casos, incluso sobre la persona aludida. Porque como ella misma denuncia en su documental Miss Americana, a las mujeres en el pop se les exige vivir una narrativa que resulte lo suficientemente desafiante y atractiva, pero no demasiado. Y ella es una buena chica, y cumple. Porque como dije, le gusta la fama. Y quiere que la miremos. Así que nos da esa narrativa, en palabras que nunca podríamos escribir nosotros, o al menos yo. ¿Quién acá puede escribir “now you hang from my lips like the gardens of Babylon”? ¿O “You kept me like a secret but I kept you like an oath”? A la vez, es eso. Hay suficiente Emily Dickinson/ Joan Baez/ Joni Mitchell en sus letras como para que no sepamos EXACTAMENTE qué es lo que sucedió. Eso permite dos cosas. La primera, jugar al detective, un placer voyeurista que ha sido bien explotado por la cultura pop desde Agatha Christie hasta las recientes especulaciones sobre Kate Middleton. Hay un término hermoso en inglés para eso: sleuthing. Nos gusta jugar a ser Hercules Poirot.

Pero además, está la otra posibilidad: adaptar la historia a nuestra vida. Incluso, o quizás sobre todo, cuando Taylor escribe ficción, es ficción que refleja situaciones profundamente humanas, fácilmente reconocibles. Por eso, a pesar de ser un consumo de niñas adolescentes, también tiene un extenso público milennial. Ha sabido interpretar maravillosamente el folklore de nuestra generación cuando en el álbum así titulado escribió la historia de una chica de un pueblito costero que cancelaba sus planes de fin de semana por si su amor de verano le escribía a último momento. O la historia de la que se vuelve alcohólica al terminar la secundaria y darse cuenta de que en el gran mundo ella no era tan especial, tan diferente, y no alcanzaba con ser inteligente para tener éxito.

No soy alcohólica ni vivo en un pueblo costero, pero si extraigo algunos detalles, el sentir de esos personajes me representa. Representa a mi generación. Y me permite procesar esos traumas y disfrutar de la adrenalina de esos deseos juveniles en un entorno contenido sin consecuencia.

Un día uno cumple treinta. Y le duele la espalda. Y trabaja cincuenta horas por semana para pagar el depto, mantener a los gatos, pagar el monotributo, la cosa sana. A veces uno ya no tiene tiempo para estar maquillándose a las cuatro de la mañana para esperar a alguien que llega de bailar. Ni ganas. Uno ya no quiere el kilombo. Pero como dice Contrapoints en el video que cité, quizás no lo queramos, pero lo deseamos. Deseamos desearlo, no deseamos tenerlo. Deseamos vivir un poquito de esa adrenalina, pero sin las consecuencias, sin las complicaciones.

¿Por qué miraríamos policiales, thrillers, películas de acción y de terror si no quisiéramos a veces, por un segundo, que el corazón nos dé un vuelco, pero sin terminar en la guardia?

Dije también que deseamos desearlo, pero no tenerlo. Queremos esquivar la concreción, perpetuar el estado de adrenalina piel de gallina pelitos en punta del momento antes. Ese segundo que dura milenios justo antes de que se nos dé.

Bueno, la música de Taylor Swift nos gusta tanto porque nos puede hacer vivir todo eso. Y en escala de do mayor.


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Gay and fabulous. De esas feministas a las que les gusta pelearse con el feminismo. Mi sueño es que me inviten a conocer un templo mormón por adentro.


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Lucía N
Mi sueño es que me inviten a conocer un templo mormón por adentro. Pueden ver mis birujitos y comprarme cositas en https://www.instagram.com/tienda.ymasumac/