A fines del 2022 conocí Yellowjackets, una serie que me obsesionó a niveles impensados. A mí, y por lo visto, a muchas personas alrededor del mundo, que armaron podcasts y canales de Youtube al respecto y buscaron (buscamos) desesperadamente contenido similar una vez que se terminó la primera temporada, y luego la segunda. En la espera para el lanzamiento de esa segunda temporada, entre otras cosas, algunos miramos un video promocional de dos horas en el que no pasó casi nada. Era prácticamente un fotográma con mínimo movimiento y sonido ambiente. Y sin embargo lo miré, lo analicé, y participé de un episodio especial de un programa de Youtube de análisis sobre la serie. Producido en EEUU. Por yankis.
Algo me llamó la atención en ese especial. Además de las dos anfitrionas (una de las cuales había entrado como reemplazo de otra más), todas las que participábamos del panel éramos mujeres. ¿Por qué estábamos tan fascinadas? ¿Por qué nosotras y no ellos?
“Women and the children first” canta Thom Yorke en Idioteque de Radiohead. Es que Yellowjackets parte de una premisa trilladísima: un avión se estrella en el medio de la nada y los sobrevivientes deben hacer cosas inhumanas para volver a sus casas. Pero hay una vuelta de tuerca. O dos. Son menores, de unos diecisiete años, y son todas mujeres. El género supervivencia es taquillero, lo demuestra el éxito reciente de La Sociedad de la Nieve. Pero hay más. Hay una razón por la que Los Juegos del Hambre, y su padre, El Señor de las Moscas, fueron el éxito que fueron. También podemos contar a Battle Royale, japonesa, otra de las inspiraciones detrás de los juegos en los que se asesinan entre sí los adolescentes de Panem. ¿Qué tienen en común? Que son niños. Que como un País de Nunca Jamás corrompido, la juventud e inexperiencia son un rasgo fundamental de este subgénero de niños que se matan. Peter Dinklage hace del infame responsable de la existencia de los juegos del hambre en una secuela que pasará a la historia sin pena ni gloria, La Balada de las Serpientes y los Pájaros Cantores. Y explica muy claramente la elección del público para la masacre: es la idea que sean niños. Porque se supone que son inocentes. Porque es más cruel cuando se matan entre sí. Porque nos rompe aún más por dentro.
En la industria del espectáculo eso se llama morbo, y vende tanto como el sexo o más. Pero creo que hay algo para analizar en particular en el morbo que genera Yellowjackets en un público específico. Creo que para algunas mujeres, como las dos adorables mamás de cuarenta y pico que llevan adelante el podcast/canal de youtube del que participé, Yellowjackets es análogo a lo que fue para otras mamás estadounidenses un Crepúsculo o un Cincuenta sombras de Grey. Consumirlo es una forma de sexo. Una forma de disrupción. Como esa canción de Garbage cuyo título dice que mentir es lo más divertido que puede hacer una chica con la ropa puesta. Pero con la maldad: mirar a otras mujeres siendo malas es lo más disruptivo que puede hacer una mujer heterosexual, casada y con dos hijos en edad escolar. Como Shauna, la protagonista de Yellowjackets.
Y he llegado hasta acá sin dar un dato fundamental: cuando digo que las protagonistas de la serie hacen cualquier cosa por sobrevivir, no hablamos solo de asesinato, también hay canibalismo. Y lo que es peor (o mejor, dependiendo del punto de vista que uno adopte), es que sí, es canibalismo por necesidad, pero también es canibalismo ritual, con la lógica del sacrificio humano que nos hace mirar series sobre vikingos pochoclo en mano. Y también hay cacería, adrenalina, carreras desenfrenadas por el bosque y paisajes espectaculares, obvio.
No voy a decir que no me gustó La Sociedad de la Nieve porque me gustó, porque lloré, y porque el último año y las derivas del país y el peronismo me han traído lo más cerca que estuve nunca de la fe en algo más grande que lo humano, o de que lo que une a los humanos es más grande que lo que nos divide, y la película sobre los rugbiers uruguayos hace un excelente tratamiento de esa temática. Pero he ahí, también, la diferencia con Yellowjackets, y lo que convierte al canibalismo de La Sociedad de la Nieve en un canibalismo solemne. El círculo cierra. El ser humano termina reconciliado. No ha habido maldad. No ha habido crimen. La antropofagia es ritualizada, pero de una manera solidaria, que excluye la violencia, y destaca lo comunitario. Numa Turcatti, antes de morir, da permiso para que lo coman y pasa un papelito con la frase “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos”, que además, se ve que es una cita de la Biblia. Eso resume toda la película. No lo digo mal, está buenísima y la recomiendo. Pero rasca en un lugar, y Yellowjackets en otro.
En la serie sobre el equipo de futbol femenino, detalle que olvidé mencionar, no hay reconciliación de lo humano. El círculo no cierra. Los personajes no terminan reivindicados y exonerados de sus pecados. Un poco estaban desesperadas y eran muy jóvenes, pero a medida que se desarrolla en paralelo la trama del presente de las sobrevivientes en el 2021 te das cuenta de que son todas tremendas bichas, de que tenían más hambre de poder que de comida y de que bueno, sí, están un poco tocadas, y lo saben, pero lo disfrutan.
Y eso es divertidísimo de mirar para quienes hemos criadas para ser dóciles, de paso suave y voz cantarina. Las mujeres no tenemos permitida la maldad, pero es peor aún: no tenemos permitido el deseo de maldad o el consumo de maldad. Un varón que participa de El Club de la Pelea está instanciando su masculinidad y cumpliendo su destino. Una mujer que mira a otra perseguir a su amiga para convertirla en churrasco, no.
Pero, ¿qué siente esa mujer? ¿Siente esa mujer? ¿Sigue siendo mujer? ¿Humana? Bones and All de Luca Guadagnino funciona como una especie de reversión de Call me by your name pero en vez de gay, esta vez, Timothe Chamamé es caníbal. Que es un poco lo mismo. La peli explora dos aristas que el gótico viene rumiando desde el siglo XIX: ¿qué sienten los monstruos (el dilema de Frankenstein)? ¿qué pasa cuando los monstruos aman (el dilema de Heathcliff-Cumbres Borrascosas)?
Digo que es un poco lo mismo ser gay que caníbal porque hay algo en las prácticas e identidades excluidas que nos deja un poco en ese in-between, en el velo entre dos mundos: adentro y afuera de la sociedad. Bones and All no explora esta cualidad de inbetweener respecto a la homosexualidad, pero sí respecto a la raza, como viene haciendo gran parte del terror contemporáneo (véase, por ejemplo, la obra de Jordan Peele). La coprotagonista, la novia de Timothée, es de raza mixta y su historia personal como hija de uno y uno (un hombre y una caníbal, un negro y una blanca), subraya bastante la moraleja de que en EEUU, ser una persona racializada es siempre ser un poco extranjero, un poco indeseado, un poco monstruoso.
Bones and All me fascinó porque al igual que Yellowjackets, pone el foco en la verdad incómoda de que los monstruos también desean, también sienten, y también aman, desnudando la posibilidad de que sea solo nuestra mirada la que los convierte en monstruos. No digo que alguien que asesina y consume carne humana sea bueno- pero quizás ser malo no sea ser menos humano. Quizás lo humano es otra cosa.
La antropóloga yanki-árabe Lila Abu Lughod dice que los cientistas sociales tercermundistas y/o feministas están a priori en ese lugar intermedio de quienes suelen ser hablados por la ciencia pero no producirla: mujeres, marrones, sudacas, etc. Entonces, intentar entender la sociedad desde ese no-lugar es difícil pero inmensamente productivo, ya que aporta la perspectiva de quien entiende cómo nos ven los ojos de esos que sí importan, pero en ese acto también los ve mirarnos, y se desnuda un poco toda esa ficción que nos construye como un otro que importa un poco menos. Ese otro que puede ser deshumanizado, colonizado, oprimido.
Por eso, creo que necesitamos compenetrarnos un poco más con lo monstruoso para liberarnos. Porque así sea en la ficción, necesitamos explorar esos lugares prohibidos y desarmar esos libros de reglas que nos moldearon como quienes somos. Necesitamos redescubrir lo humano, incluso en su faceta más oscura, sobre todo en su faceta más oscura. Sin perdernos en ella.
Por esta razón, querido público feminista, nos incito a la abierta rebeldía. No ejerzamos maldad, pero consumámosla.
Nuestra villana de la semana es Lucía. Podés seguirla en Twitter como @Exforradelengua, dejarle un Cafecito o comprarle una remera.
Gay and fabulous. De esas feministas a las que les gusta pelearse con el feminismo. Mi sueño es que me inviten a conocer un templo mormón por adentro.
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