Esta opinión puede ser de muchas cosas. Quizá, a primera vista (y a última para ser francos) totalmente inconexas. Sugiero lectura sin buscar contradicciones ni ánimo de debatir.
Hace unos días fui a una pequeña ceremonia de casamiento donde coincidí con varios amigos de la secundaria. Hace 25 años, con ellos, durante una partida de Truco o Jodete, discutíamos el capítulo del día de Dragon Ball. Los más privilegiados, de alguna serie de Locomotion. El día de la fiesta, durante los entremeses nos pusimos a charlar de lo popular que es el manganime en estos días. Lo popular que es con nosotros que ya peinamos canas. Crecimos con él y nunca se fue. Ese es un eje de la charla.
Lo mismo, más adulto
¿Por qué no se fue?
Es raro. Los adultos no estamos sabiendo o queriendo abandonar nuestros hobbies juveniles. Creo que un poco tiene que ver porque esos pasatiempos han progresado para ofrecernos productos atractivos en estas edades adultas. Hay cómics más adultos. Hay manganime más adulto, hay videojuegos más adultos también.
Lo curioso es que no siempre es lo que consumimos, sino que, por el cambio, buscamos aquello que nos hubiera resultado apasionante en nuestra adolescencia. Series como Boku no Hero, la enésima iteración de Street Fighter, historietas de Batman. No es que una vez que abandonamos la adolescencia decidimos ir a Entelequia a comprar Maus. No corremos a instalar This War of Mine o Disco Elysium. No elegimos la batea de los seinen al momento que agregamos nuestro perfil en Linkedin.
Para explicarlo mejor: no dejamos atrás lo que nos emocionó cuando hormonalmente éramos mas sensibles. Intentamos revivirlo mientras aceptamos nuestra condición etaria. Es como aferrarse a un momento distinto. No puedo decir que “mas feliz”. Me tocó vivir la crisis del 2001. Nadie quiere revivir esa etapa histórica supongo.
Oficinistas o superhéroes
En el grupo de amigos, todos consumimos shonen. No solo eso, como especifico en el párrafo anterior. Pero sin duda es una principal categoría. Boku no Hero, Dragon Ball Super, Jujutsu Kaisen, One Piece, Kimetsu no Yaiba. También shonens del subgénero spokon (de deportes). En sí, nosotros casi cuarentones, no podemos relacionarnos con ninguno de los protagonistas de esas series. Y no solamente por sus habilidades extraterrenales.
Se lo adjudico al mágico defecto de la nostalgia.
Los animes de oficinistas, y sí, es toda una subcategoría que hasta tiene sus propias revistas, pegan muy cerca del límite del cinturón. ¿Prefiero observar la vida de un tipo que trabaja en una empresa 15 horas por día y vuelve a su monoambiente de 20 metros cuadrados a comer udon sentado en el piso viendo un anime? No digo que no. Pero solamente uno cada tanto. No quiero revivir MI vida. Quiero emocionarme con All Might ganándole a All for One y su leit motiv empezando a sonar cuando imaginaba que se iba a morir. No digo que este bien ni que esté pensado para mí. Tampoco siento que estaba pensado para mi “La Sirenita”. Yo tenía 6 años. ¿Qué carajo me podía importar el trance romántico de una sirena?
Los americanos, con los comics más que nada, aprendieron a crear contenido para adultos de sus IPs mas famosas. No obstante, eligieron no sectorizarlo de manera clara, relegando las clasificaciones al COMICS CODE, o el ESRB. Son las entidades oficiales las que te señalan quien puede consumir que cosa. Es por eso que muchos padres se habrán sorprendido cuando vieron a Batman coger con Batichica en la película animada de “The Killing Joke”. Con las producciones occidentales nos cuesta asumirlo tanto como con las japonesas.
Sectorizar
Cuando era un niño, todos eran “dibujitos animados”. A principio de los 90s, Robotech era He-Man, era las Tortugas Ninjas, era los Caballeros, era Los Simpsons. Y sin embargo, con esa limitada óptica y opinión infantil, me daba cuenta (nos dábamos cuenta) que habían cosas distintas. Cuando muere Roy Focker, algo sucede en mí. En nosotros. No entendíamos. En los dibujitos no se muere nadie nunca.
Los americanos, a sabiendas de que los niños –en general- ven “caricaturas” con acompañamiento, incluyen muchas veces guiños para esos adultos. Chistes con doble sentido, humor pop. Es una manera que tienen de decirle al adulto que saben que está ahí, comiéndose el garrón.
En Japón, por su forma de vida, es diferente. Los japoneses sectorizan a niveles de ridículo. Y los padres no los suelen acompañar porque tienen obligaciones de adultos. Es brutal la independencia –o abandono- que vive un pibe nipón suburbano o citadino. Si bien es un recurso de animación, es real la “ausencia” de los padres que se nota en cada serie juvenil. Tienen vidas laborales duras. Y la sectorización implica a eso. Los shonen heroicos los miran adolescentes jóvenes y buscan insuflar en ese sector de la población ciertos valores. Los shoujos románticos son consumidos por adolescentes jóvenes e intentan vender una idea de amor relacionada a su forma de ser. No intentan agregar chistes para los padres. Los padres no están ahí. Y es por eso también que shonens y shoujos, considerando su sector de difusión, pueden contener escenas que jamás veríamos en series americanas. Sangre, muerte, pajerismo.
En un momento de los 90s, los padres occidentales que se sentaban con sus hijos a observar lo que veían, se cruzaron con Dragon Ball. Un Dragon Ball ligeramente censurado, pero con bastante material “reprobable” aún para esos ojos maduros. Y ardió Troya. Miles de Marges denunciando el carácter ofensivo y satanista (¿?) del anime shonen mas famoso de la historia. En Japón desde fines de los 60s se emitían animes con contenido fuerte y hubo muy poca controversia. Al Cesar lo que es del Cesar.
El error occidental es y fue malentender el medio. Los japoneses siempre comprendieron que los mismos hobbies podían ser creados para diferentes edades. En el occidente, hasta mediados de los 90s (pero aún hoy en muchos casos), teníamos que madurar y abandonar lo que nos hizo felices.
Y no es que sea desacertado. Alguna conexión compleja y difícil de ver hay entre tener 40 años y viciar Tiny Toons Buster’s Hidden Treasure y que en varias partes del mundo gobiernen enajenados criptonazis elegidos por hombres jóvenes y adultos con bipolaridad emocional.
Pero es para un artículo mucho más largo.
MECHA es un proyecto comunitario que hacemos a voluntad. Si te gustó este artículo, te proponemos invitarle Cafecito a su autor/a/e como reconocimiento.