Lucía N
26-08-2024 12:22

Sturzenegger fue un poeta torturado, como vos, como yo, como el Dillom con la cabeza entre las tetas de Lali. Cuesta imaginarlo leyendo haikus entre redacciones de proyectos como legalizar el trabajo infantil desde los tres meses. Cuesta imaginarlo en una noche fría de invierno sintiendo ese ramalazo de pasión creativa que nos lleva a flashear Rimbaud. Eppur si muove.

Hay un boom de la escritura. Hubo otro en torno al epicentro de 2018, sobre todo entre minas y trolos. Una vez me gané un frasco de glitter en Casa Brandon por leer un cuento sobre mi más reciente ex (NdE: esto sería una gran bio de Twitter, Lu). Hay algo en estos momentos en los que las certezas se desvanecen abajo de nuestros pies, para bien o para mal, que nos lleva a escribir. Hay algo en las noches gélidas en paradas de colectivo bonaerenses, y los bares oscuros en los que tocan banditas medio pelo.

En parte creo que está la fantasía de ser Taylor Swift o Dillom y conseguir eso que todos queremos en secreto. No tanto la fama o la guita, lo otro: un público al que le importe lo que tenemos para decir. Un ejército cómplice de la peli mental que vamos escribiendo. Pienso mucho en el momento en el que Taylor dice “quiero un videoclip en un manicomio victoriano meets Hollywood en los años 30 como representación de la claustrofobia en mis relaciones y las exigencias de los fans. Meté también un toque de escena boho francesa de los 60”. Y alguien le responde que sí, mi reina.

Todos tenemos historias y discursos y frases y chistes internos con nosotros mismos corriendo 24/7 por el marulo, pero algunos tienen a toda una industria atrás dispuesta a plasmarlo en productos culturales, y un público ávido de consumirlo. Lo que nos diferencia a los locos que nos hablamos a nosotros mismos en voz alta de Taylor Swift son las 100 mil personas en el Monumental. Los que no los tenemos leemos poesía en Brandon. 

Pero detrás de todo poeta condenado al anonimato eterno hay, creo, una sensación común que llega en noches de viento helado con buena música de fondo. Un bichito que nos pide expulsar por un segundo una parte de ese monólogo interno y dárselo al mundo. Generalmente el mundo es muy malagradecido y nos devuelve unos pocos magros likes. Pero la satisfacción está. La adrenalina de las palabras que fluyen en el teclado. La satisfacción de la primera relectura. 

Alguna vez leí, no sé si es cierto, que en momentos de crisis crece la matrícula en carreras de humanas y sociales, aunque sean, generalmente, las menos rentables para la subsistencia. Pero cuando el mundo se cae es cuando más necesitamos entenderlo, y entender nuestro lugar en él. Escribir es un poco entregarse al erotismo de ese momento de pulsión creativa, que también es pulsión de vida. 

Yo estudié Letras pero no leí nunca el Quijote, no me gusta la teoría literaria y todos los últimos libros que leí son de G.R.R. Martin. Me quedé con la lingüística, en parte, porque nunca pude dejar de hablar sobre el hablar. Me resulta tan o más intrigante la compulsión irrefrenable de decir que el contenido mismo de lo dicho. Me dan ganas de llorar cada vez que explico en clase que casi todas si no todas las lenguas de señas del mundo son creoles, es decir, lenguas nuevas que surgieron espontáneamente en una comunidad que carecía de otra herramienta para comunicarse. Es que hasta hace poco no importaba mucho eso de respetar los derechos de las personas con discapacidad, así que a los sordos se los oralizaba y se les prohibía señar. Pero el hambre de decir es más fuerte y surgían a escondidas en las escuelas de sordos las lenguas de señas que hoy oficializan los estados.

Me puede, me destruye, me hace chiquita y humilde la potencia creativa de un ser humano necesitando decir algo.

Estos meses, los más duros de mi vida, me encontraron muchas veces abriendo el docs a deshoras para exteriorizar frustraciones. Esta vez no lo hago por eso. Tampoco tengo una hipótesis ni una propuesta, quiero compartir quizás solamente un sentimiento: la maravilla ante la necesidad humana de buscar la palabra. 

Y dice la Biblia que en el principio estaba el verbo.

Taylor Swift, Contrapoints, Twilight y la escala en do mayor

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Lucía N
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