Tomas Grego
12-03-2024 16:56

En esta semana la industria del cine estuvo en la boca de todos, y acá en Argentina no fue por la muy interesante ceremonia de los Oscars (pueden leer todo sobre ella acá), sino porque el gobierno del presiduende más odiado de todos decidió efectivizar el vaciamiento del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA para los amigos) que tanto se rumoreó en las últimas semanas. Arranca así el primer capítulo en la lucha contra la cultura de un estado que parece odiar al arte.

La excusa que dieron desde el Ministerio de Capital Humano fue el de cumplir “el mandato de auditar y recortar” para de esa manera solucionar la “situación económica delicada” en la que se encontraba el organismo, que tenía un terrible e impagable déficit de 4 MILLONES DE DÓLARES.

Por eso se inició el proceso de vaciamiento, donde todos los contratos que vencen al 31 de marzo no serían renovados, una suspensión de las transferencias a provincias, los viajes al exterior, la financiación de festivales, pago de horas extras, contratación de telefonía móvil, viáticos (es tan importante que en el comunicado lo pusieron DOS VECES) y otros gastos.

“Nuestro compromiso con el déficit 0% es innegociable. Se terminaron los años en los que se financiaban festivales de cine con el hambre de miles de chicos”, es como cierra el comunicado firmado por Carlos Pirovano. Pero la pregunta que hay que hacernos es ¿Realmente hay niños del chaco que no van a comer porque se haga una película de 2 millones de dólares? O, parafraseando al personaje de Sandra Hüller en Anatomía de una Caída, esa “Generosidad” encierra en sí algo más oscuro y maligno.

Lo que vale hacer una película

Hace poco fue la ceremonia de los premios Oscar, donde algunas de las mejores películas de Hollywood compitieron por llevarse la estatuilla mayor, y aunque la ganadora fue un tanque que valió más de 150 millones de dólares, hubo films que con una fracción de eso lograron llevarse premios y nominaciones.

Ese es el caso de La Zona de Interés, dirigida por Johnatan Glazer que tuvo un presupuesto de 15 millones de dólares, los cuales fueron puestos en gran parte por el Instituto de Cine polaco (su propio INCAA). Incluso el éxito de Netflix, La Sociedad de la Nieve, que costó 60 millones de dólares tuvo plata del estado.

De acuerdo con la página especializada en estadísticas Statista, se prevee que durante el 2023 el Producto Bruto Interno de la República Argentina fue de 621.830 millones de dólares. Eso es Seiscientos Veintiún mil ochocientos treinta millones de dólares, un número demasiado grande para procesar, pero que ayuda a entender el contexto de los valores que mueve el estado argentino.

Esos datos en solitario literalmente no significan absolutamente nada, pero en conjunto nos permiten ver de una manera mucho más clara lo que representa realmente el valor de una película en el mundo, así como el valor real de 4 millones de dólares en el contexto de un país. Sobre todo teniendo en cuenta que con ese déficit le das trabajo (una palabra que a muchos en las redes les gusta usar pero no aplicar) a miles de personas en todo el país (y eso sin contar a que esos trabajadores usan la plata para hacer compras, que reactivan la economía y dan más trabajo, que permite hacer más compras y se entiende el concepto).

No, así no se agarra la pala

No solo le da trabajo a actores y extras, sino también a decenas de personas detrás de cámara.

De acuerdo con un análisis publicado por el INCAA, en 2022 la industria audiovisual en Argentina generó 31017 puestos de trabajo del sector privado, una fuerte recuperación laboral que permitió superar los más de 30500 que había en época de pre pandemia, y marcaba un crecimiento importante de la industria.

Ahora, por tan solo 4 millones de dólares (¿por qué no lo expresan en pesos argentinos a ese déficit? ¡Sos el estado nacional!), miles de familias van a perder su fuente de ingreso. Y sí, hay una discusión que se puede tener acerca de los salarios que se pagan dentro de la industria, de que el INCAA no siempre fue el organismo más perfecto en el mundo y que las condiciones laborales del mundo del entretenimiento no son las mejores, son críticas válidas, pero cuando eliminás de un plumazo miles de puestos de trabajo esas críticas dejan de tener asidero.

Uno más del montón

Siempre se hacen chistes de que los argentinos tenemos mucho ego. Creo que más que ego tenemos algo que muy pocos países tienen en el mundo (quizás a nuestro nivel solamente los Estados Unidos) y es amor incondicional y absoluto por la tierra en la que nos tocó nacer. Eso nos hace diferentes de todos los países que nos rodean. Nosotros creamos nuestras propias historias, cantamos nuestras propias canciones, miramos nuestras propias películas y las popularizamos, para que existan más allá de nuestras fronteras. 

El argentinismo es, si uno quiere, una de las exportaciones más grandes (y al mismo tiempo más intangibles) que tenemos. Es que un libanés adore a la figura de Maradona, que un japonés aprenda a cantar tango de manera fonética, que las mejores orquestas de Europa tengan tanto cariño a Argerich y Barenboim y que en Hollywood se sorprendan por los films que hace Damian Szifrón. 

Argerich y Barenboin son estrellas requeridas en todo el mundo.

Eso no quiere decir que no existan otras idiosincrasias en el mundo. Yo adoro escuchar Bossa Nova, la literatura chilena está entre los mejores del continente y el arte mexicano es buscado en todo el mundo. Pero la gigantesca sombra llamada Estados Unidos se ciñe por encima de nosotros, y coloniza nuestra manera de pensar, o al menos lo intenta.

No voy a hacer un juicio de valor sobre el arte argentino actual porque es completamente innecesario. Me encanta escuchar al Duki, me parece que las fusiones de tango y trap de Ysy A son sencillamente geniales, la industria literaria está atravesando por un boom y el año pasado Cuando Acecha La Maldad rompió todas las expectativas para una película de terror en el mundo (lastima que yo soy recontra cagón y no la vi).

El problema no es con el arte que se hace, sino que eliminar espacios como el INCAA (o vaciarlos como se planea) cierra las puertas al próximo Damián Szifrón, al próximo Capusotto o incluso al próximo José Campanella (que para los 2 cambiemitas que lean esta nota sepan que ese es suyo). No todas las pérdidas son monetarias, algunas son menos claras pero más terribles, y perder nuestra identidad para volvernos un títere cultural de un país en la otra punta del continente es probablemente de lo más terrible que puede pasar.

¿Y ahora quién podrá salvarnos?

Entonces la pregunta es ¿Con esos cuatro millones de dólares van a poder comer los pobres chicos del Chaco? La respuesta es que para el gobierno esos chicos nunca importaron. Si realmente les importaran hubieran movido plata para los comedores, hubieran hecho lo posible para que los precios no volaran a la estratosfera, o al menos trabajado para que en ese caso esas familias no tengan que pagar las consecuencias.

Lo único que les importa son los números, es ver un 0 en el déficit y decir “jaja, que capo soy”. Es desarticular por completo a la cultura (y a la política) para que no haya voces disidentes y todo lo que consumamos venga de afuera. Quieren borrar la identidad de lo que nos hace argentinos, porque odian a Argentina, y hacen lo posible para que el país, al menos el que conocemos y amamos todos los que nos sentimos parte de esta tierra, deje de existir más que en nombre.

Hay que resistir a como de lugar. Intentar mantener la llama de la cultura viva por el tiempo que haga falta. Bancar como podamos a nuestro arte, no solo el cine, sino la literatura, nuestro arte plástico, nuestra música y todo lo que ponga en valor lo que somos. Porque cuatro años son mucho tiempo, pero si lo mantenemos con todas nuestras fuerzas estoy seguro que los que vengan después de nosotros lo van a agradecer.


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Tomas Grego
Escribo un poco de todo y mucho de nada, pero principalmente sobre arte en todas sus formas.