Lucía N
27-05-2024 09:59

Hoy recibí un mensaje interesante para seguir una discusión que tuvimos el otro día en el Instituto de Lingüística con colegas. ¿Da decir (desde lo técnico, como científicas) “discurso de odio”? No porque no haya odio o porque no existan emociones colectivas y emociones políticas. Sarah Ahmed y Eva Illouz han hecho una carrera de escribir sobre la politización del odio, el miedo, la alegría y la esperanza. 

Pero hay algo que se invisibiliza cuando decimos que prendieron fuego a cuatro lesbianas pobres por odio.

Porque sí, obvio que hubo odio involucrado, pero ese odio es colectivo, es político, y ante todo, es manufacturado. No manufacturado por George Soros en una isla secreta, no hablo de ese tipo de conspiración, estoy hablando de algo mucho más siniestro, algo de lo que también habló Hannah Arendt en torno al nazismo: la banalidad del mal. Igual Arendt no habla exactamente de lo que hablo yo así que no pretenderé citar, pero en pocas palabras me refiero a que vivimos en sistemas bien aceitados, que encuentran siempre la forma de perpetuarse en el tiempo y sostenerse más o menos firmes antes los embates de la furia organizada del pueblo.

Cuando Gramsci escribió los cuadernos de la cárcel desde la ídem, el término “hegemonía” no se refería a ser rubia y medir 1,80 mts, se refería a esto: la fábrica de hacer chorizos que es el sistema capitalista, patriarcal, racista, etc. Un marxista ortodoxo girará los ojos ante esta explicación pero en pocas palabras, creo que hay una ingeniería compleja orquestrada por nadie en particular y sostenida por todos nosotros en acciones pequeñas y aparentementes inofensivas, y esa ingeniería nos corta con moldes de galletita y nos pone a funcionar como engranajes en la misma maquinaria. Obvio, hay peces más grandes que otros. Hay empresarios con mucho interés en que la rueda gire. Y hay jugadores con mayor responsabilidad, pues operan desde el Estado, que incluso en la era de Elon Musk sigue siendo uno de los principales fabricantes de moldes de galletitas.

Y no es que nadie nunca se rebele, y no es que nada nunca cambie, pero hoy escribo esto porque es 2024 y prendieron fuego a cuatro mujeres lesbianas y pobres por ser lesbianas y pobres.

Y sí, las odiaron. Las prendieron fuego porque las odiaron. Pero también porque la máquina sí nos tiene fobia a las lesbianas.

Y a las travas. Y a los putos. Y a todo el que se anime a vivir un poquitito por afuera de los límites del molde de galletitas. Somos un peligro.

Judith Butler nos llama el exterior fantasmático del género. ¿Qué quiere decir eso? Que somos los monstruos a los que los hétero temen, y está bien que nos teman, así se quedan en su lugar. Y está bien que nos maten, porque así las nenas aprenden bien los límites que no deben cruzar si no quieren morir incineradas.

Es importante que nadie cruce esas líneas porque si las nenas no se quedan en su lugar de nenas y los nenes no se quedan en su lugar de nenes, ¿Quién va a cocinarle la cena al obrero todos los días sin remuneración?¿Quién va a criar a los futuros laburantes del call center con $2,50, sin fin de semanas ni vacaciones? Si el hombre no se siente menos hombre cuando no puede alimentar a su flia, ¿Para qué va a tomar ese quinto empleo?

Nos matan porque nos odian, pero ellos nos odian porque el aparato nos teme. La guerra es perpetua y no quiero mentirte querido lector, estamos perdiendo. Gobierna la ultraderecha, el antisemitismo y la xenofobia están en alza, y el vocero del presidente legitima la homofobia. 

Pero no sé ustedes, yo sigo teniendo sangre caliente y muchas ganas de pelearla, y si me prendo fuego, me pienso llevar a un par de Adornis conmigo.


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Lucía N
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