Uno de los mayores logros que puede experimentar un artista es crear una obra que lo transcienda, que lo desborde. José Pablo Feinmann, el Feinmann bueno (pero hasta ahí), solía decir que el “Poema Conjetural” de Borges era uno de esos casos. Para mí, el relato “10,6 segundos” de Hernán Casciari también es otro ejemplo.
Con el Gol del Siglo como trasfondo, Casciari logra sintetizar mediante la prosa lo que muchos argentinos hacen con los pies, y uno, su protagonista, mejor que nadie: pensar.
Una vez Jacques Lacan dio una conferencia en el MIT, donde enseñaba Noam Chomsky, uno de los asistentes a la charla. En un momento, el lingüista hace una pregunta sobre el pensamiento, a lo que el psicoanalista le retruca: “Pensamos que pensamos con nuestros cerebros, pero personalmente yo pienso con mis pies“, creo que vale lo mismo para muchos de nosotros.
Pensar con los pies no es acudir a analogías boludas para explicar la complejidad del mundo. “Para la OTAN, que Rusia invada Ucrania es como que tu clásico rival de la vuelta en tu cancha”. “El gobierno se quedó con uno menos y está aguantando abajo del arco”. Entenderlo así es solo un intento de impostarlo, una pantomima patética.
Pensar con los pies está más próximo a entender a ese deporte, que siempre va a ser más que un deporte, como una parte constitutiva de nuestra ya intrincada realidad.
El fútbol es uno de esos lugares, y de esos momentos, donde ocurre esa alquimia extraña que permite unir la creatividad individual con la historia colectiva.
No se trata de un espacio que permite entender o traducir lo que sucede en otro lado. Es un lugar, con todo el peso que implica esa palabra, en donde experimentamos lo mágico y lo sublime. Donde el dolor y la angustia también se cuelan, como el éxtasis y la alegría.
Pensar con los pies no es una manera rígidamente estructurada de pensar vía secuencias lógicas, está mucho más cercano al saber del mito, que entre historias de dioses, héroes y hombres, guarda siempre un espacio para la reactualización de la experiencia humana que otorga lo vivo, lo vital.
Un fútbol de indios, porteños y dioses
Rodolfo Kusch decía que los porteños tratan de disimular su componente americano, en sus palabras, de indio, mediante la hipocresía y la pulcritud de la ciudad. En el fondo, el terror existencial que les genera el caos del mundo los iguala más con sus hermanos de la América Profunda de los que les gustaría admitir.
No me parece errado agregar que una de las válvulas de escape de ese terror a lo inconmensurable, a lo inexplicable, haga acto de aparición en el futbol, un componente indisociable de la matriz cultural argentina.
A esta altura del partido, negar ese componente es inútil. Como también es inútil ser hincha de un equipo de fútbol, como bien dice Sebastían Wainraich en una entrevista de antología.
“Es ilógico. Es como el amor. No sé por qué quiero que un equipo le gane a otro, pero me pasa. No lo voy a reprimir ni a negar. Si gana un equipo y a mí me pone contento es un montón, no tantas cosas me ponen contento en la vida (…) ¿Sabes por qué me gusta ser hincha también? Porque no sirve para nada, hoy todo tiene que servir para algo, todo tiene que ser productivo. Ser hincha de fútbol no sirve para nada”.
Pensar con los pies está ligado a la idea del desborde, del arriesgarse todo en una jugada crucial. Es enemigo del cálculo frío y probabilístico, pero tampoco es sinónimo de arriesgar por arriesgar. Parafraseando a un bostero que sabe un par de cosas sobre el fútbol: Arriesgar, arriesga cualquiera, pero pensar con los pies es más complicado.
Argentina 4-0 Grecia
Adorno y Horkheimer nos cuentan que un primer quiebre entre el saber mítico y el racional ocurre en la Odisea. Ulises decide que su navío pase cerca de Escila, un monstruo terrible que devoraría a algunos de sus hombres, pero no a todos. La otra opción era arriesgarse a navegar cerca de Caribdis, el remolino infernal; en donde se salvaban todos o morían todos. Allí, en ese cálculo, se prefigura el primer rasgo del individuo burgués moderno.
“El astuto sobrevive sólo al precio de su propio sueño, que paga desencantándose a sí mismo como a las potencias exteriores. Justamente él no puede tener jamás todo; debe saber esperar siempre, tener paciencia, renunciar (…) Él se desliza y abre paso, y así sobrevive; y toda la fama que él mismo y los otros le otorgan por ello no hace sino confirmar que la dignidad del héroe se conquista sólo en la medida en que se mortifica el impulso a la felicidad total, universal e indivisa”. (P.109).
Messi podría ser el ejemplo de este tipo de héroe. Maradona no. Maradona se opone a esa concepción que exige sobriedad, control sobre sí, mesura y sacrificio. Él es indisociable de la idea que hermana al fútbol con ese núcleo mítico que todos llevamos. Fue su propio Homero y fue su propio Aquiles, pero fue también su propio Hércules, su propio Prometeo y su propio Edipo. O quizás fue más que eso, solo fue Diego.
En un diálogo platónico escrito por Walter Kohan hace varias décadas, el filósofo Sócrates se pregunta si el cuerpo puede generar una virtud del alma. Ninguno de los interlocutores puede rebatir al maestro de Atenas y la conclusión pareciera ser que el deporte no puede mejorar la parte incorpórea e inmortal de nuestro ser.
Sin embargo, Diegón, un reconocido atleta proveniente de uno de los lugares más recónditos de las colonias griegas, Fioritos, irrumpe en la conversación y se atreve a diferir. El resto del diálogo es desconocido. Solo sabemos que, aparentemente, Diegón habría definido al deporte más o menos así: “El deporte es lo que hace feliz a la gente”.
Para Platón, nos comenta Giorgio Colli, “el amor a la sabiduría”, o sea, la filosofía, es inferior a la “sabiduría”, al conocimiento de los sabios. Dicho de otra manera, el amor a la sabiduría no significaba, para Platón, aspiración a algo nunca alcanzado, sino una búsqueda para intentar recuperar lo que ya se había realizado y vivido.
Quizás con eso en mente, en 1994, VHM relató el último gol de Diego en la Selección de la manera en que lo hizo. Fue justamente contra Grecia cuando Maradona, acordándose de un griego que solía hablar con humildad, esa vez dijo: “De futbol lo sé todo”.