A esta altura del partido, no hace falta que seas otaku para conocer el retraso cultural que tiene cualquier producto multimedial japonés. Podemos estar hablando de mechas intergalácticos con la última tecnología, manejados por androides con mayordomos que son inteligencias artificiales alienígenas… o a veces estamos viendo un anime que literalmente hace de un plato de comida un desafío (dignísimo, si me preguntan).
Sin embargo, por mucho que pasen los años, nunca falta la desnutrida tetona que misteriosamente es capaz de sostener mamones más grandes que su cabeza, armaduras que estratégicamente no cubren bombachas, colas, escotes ni ombligos (y no llegamos a los pezones… todavía); pero por sobre todas estas cosas, ese abanico de tres personalidades posibles: la pequeña vulnerable kawaii (desu ne, kyaaaa), la femme fatale violadora y la tomboy que intenta ocultar su personalidad (spoilers: también es una vulnerable kawaii).
Hasta acá hicimos un recorrido que prácticamente la mitad de la sociedad conoció a través de la globalización. Sin embargo, esta nota no nace para preguntarnos de qué se trata o rasgarnos las vestiduras una vez más. Es para cuestionarnos, tal vez sin respuesta ¿Sigue teniendo validez el argumento: “y bueno, es Japón”?
Aliaddín – kun
Fue hace menos de un año que charlaba con el novio de una amiga, personaje ampliamente aprobado por el grupo gracias a una dote fundamental: es un copado y parece ser buena pareja. Justamente estábamos repasando los fracasos de DC, aterrizando en Wonder Woman “es una pena” – comentaba indignado – “que un personaje tan bien construido termine reduciendo su objetivo a querer luchar por amor”.
Coincidí bastante.
Lo irónico es que menos de media hora después me mostraba el trabajo de uno de sus artistas de confianza, que al parecer estaba atravesando una especie de cancelación pública porque sus personajes femeninos estilo anime eran todos iguales de cuerpo y cara, a diferencia de los masculinos. “No tiene la culpa, si le gusta el anime es casi el único estilo que hay, así que es más fácil de dibujar”.
Me pareció curioso el argumento porque, al menos que yo sepa, existen una millonada de estereotipos en el arte que, luego de ser derribados, se volvieron una novedad y además dejaron una huella inolvidable por su originalidad. Le dí algunos ejemplos: Gamora, Korra, Aloy, Ellie (aunque todavía no se logran acercar al tema de mostrar cuerpos menos hegemónicos, pero eso es tema de otra nota).
Su respuesta fue clarísima, corta, concisa y posiblemente de las que más he escuchado en mi vida junto a “Agachate y conocelo” después de decir “¿Qué Marcelo?”: “Y bueno… es Japón”. Este tipo militante del feminismo, fan de hablar en reuniones sobre cuánto respeta a su pareja y ávido discutidor de los amigos que todavía mandan fotos de personas trans en sus grupos de whatsapp como si fuera una curiosidad de circo; renunciaba automáticamente a la lucha en el terreno nipón.
No lo culpo, igual. Ni ganas de ponerse la remera de la igualdad apuntando a un país que nos queda tan lejos… ¿Pero de verdad no podemos siquiera criticarlo? ¿Tanta seguridad tenemos de que todo lo que venga de allá no va a cambiar jamás? Me hace ruido, tanto como el hecho de que estoy casi convencida que esa resignación es el principio del problema.
Y bueno… es Japón
¿Cuánta validez tiene ese argumento? No podemos tener una respuesta certera, porque nadie sabe con exactitud qué va a ser de la cultura japonesa dentro de los próximos 10, 20, 30 años. Sin embargo, si analizamos ejemplos similares por cercanía, en Corea del Sur hace rato que se está profundizando en crear protagonistas de doramas empoderadas y en India se está proyectando cada vez más la problemática de violencia doméstica y desigualdad (de nuevo: cuerpos hegemónicos aparte).
Entonces para entenderlo, indefectiblemente tenemos que ahondar un poquito en las causas. ¿Por qué Japón es así? Para responderlo, les quiero recomendar tres lecturas sobre las que estuve indagando esta semana para hacer la nota: “Beautiful Fighting Girl” de Saitō Tamaki, “The End of Cool Japan: Ethical, Legal, and Cultural Challenges to Japanese Popular Culture” de Mark McLelland y “From Impressionism to Anime: Japan as Fantasy and Fan Cult in the Mind of the West” por Susan J. Napier.
La frase “y bueno, es Japón” se ha convertido en un argumento común para justificar los estereotipos y la cosificación presentes en la cultura popular japonesa. Pero ¿hasta qué punto es válida esta justificación?
Si lo pensamos desde el eje cultural, se parece bastante la discusión de si está mal comer vacas o perros, dependiendo de qué lado del globo te encuentres. Sin embargo, algo hace ruido: la estructura de los vínculos y la categorización de géneros, a grandes rasgos, es más o menos lo mismo en todas partes del mundo. Así como puede ser cultural comerte una cucaracha o una piedra (sí, algo chino, se los juro), también el dinero y las estructuras patriarcales negativas son un rasgo globalizado y perjudicial para mujeres y disidencias.
Sabemos que en terreno de luchas feministas Japón no anda tan bien como Argentina (bueno, en realidad hoy no estoy tan segura… porque escribí esta nota en Agosto de 2023, y ahora que la releo, no sé). Sin embargo, si observamos ejemplos similares en países cercanos, podemos ver cómo se ha producido un cambio significativo.
Entonces, ¿por qué hacemos una excepción con Japón? ¿Por qué nos resistimos a cuestionar los estereotipos y la cosificación que se encuentran en sus productos mediáticos? Quizás parte de la respuesta se encuentre en la fascinación que muchos tenemos por la cultura japonesa. Desde la estética única del anime hasta la historia milenaria del país, hay algo en Japón que nos atrae y nos intriga. Y, a veces, esa atracción nos lleva a justificar y excusar los aspectos problemáticos que encontramos.
En su libro “Beautiful Fighting Girl”, Saitō Tamaki explora el concepto de la “mujer de lucha hermosa” en la cultura popular japonesa y cómo esta figura se utiliza para satisfacer los deseos y fantasías de los consumidores masculinos. Mark McLelland, en su obra “The End of Cool Japan: Ethical, Legal, and Cultural Challenges to Japanese Popular Culture“, examina los desafíos éticos y culturales que enfrenta la cultura popular japonesa en la era de la globalización. Y Susan J. Napier, en “From Impressionism to Anime: Japan as Fantasy and Fan Cult in the Mind of the West“, analiza la forma en que Japón ha sido percibido y consumido como una fantasía exótica por el público occidental.
Estas fuentes nos brindan una perspectiva más amplia sobre el fenómeno cultural japonés y nos invitan a reflexionar sobre la relación entre el machismo en los productos mediáticos y nuestra propia fascinación por la cultura japonesa. Es importante tener en cuenta que no se trata de demonizar la cultura japonesa en su totalidad, sino de reconocer y cuestionar los aspectos problemáticos que persisten en sus productos mediáticos.
El argumento de “bueno, es Japón” puede ser entendido como una forma de excusar y justificar el machismo presente en los videojuegos, series, anime y otros productos japoneses. Es como si dijéramos que debido a que provienen de un país con una historia y una cultura diferentes, debemos aceptar pasivamente los estereotipos y la cosificación de las mujeres. Pero esta postura es problemática, ya que implica una renuncia a luchar por la igualdad y perpetúa la discriminación de género.
Es comprensible que exista un cierto grado de relativismo cultural, reconociendo que las normas y valores pueden variar de una cultura a otra. Sin embargo, esto no significa que debamos aceptar pasivamente prácticas que perpetúan la desigualdad de género. Es importante cuestionar y desafiar los estereotipos y la cosificación presentes en la cultura popular japonesa, al igual que lo haríamos con productos mediáticos de otros países.
La aceptación incondicional de los aspectos problemáticos en la cultura popular japonesa puede estar relacionada con una mirada exotizante hacia Japón. La idea de lo exótico y lo diferente puede generar una fascinación y un interés especial por la cultura japonesa. Sin embargo, esta fascinación no debería impedirnos ver y cuestionar los problemas de género que persisten en sus productos mediáticos.
Es fundamental recordar que el machismo y la cosificación de las mujeres no son exclusivos de Japón. Estos problemas se encuentran en diferentes culturas y países alrededor del mundo. Sin embargo, en el caso de la cultura popular japonesa, parece haber una mayor tolerancia y aceptación de estos aspectos problemáticos debido a su origen “exótico” y lejano.
En última instancia, la respuesta a la pregunta de si sigue teniendo validez el argumento de “y bueno, es Japón” no puede ser definitiva. La cultura japonesa está en constante evolución y cambio, al igual que cualquier otra cultura. Es importante seguir cuestionando y desafiando los estereotipos de género presentes en los productos mediáticos japoneses, y no permitir que la fascinación por la cultura japonesa nos impida hacerlo.
En conclusión
No podemos seguir justificando el machismo en los productos mediáticos japoneses simplemente porque provienen de Japón. Es fundamental reconocer y cuestionar los estereotipos y la cosificación presentes en la cultura popular japonesa, al igual que lo haríamos con productos mediáticos de cualquier otro país.
No podemos renunciar a la lucha por la igualdad de género bajo el pretexto de la diferencia cultural. Es hora de dejar de excusar y comenzar a desafiar los aspectos problemáticos de la cultura popular japonesa. Solo así podremos contribuir a un cambio real y fomentar una representación más equitativa y diversa en los medios de comunicación japoneses.
Referencias:
Saitō Tamaki, “Beautiful Fighting Girl”
Mark McLelland, “The End of Cool Japan: Ethical, Legal, and Cultural Challenges to Japanese Popular Culture”
Susan J. Napier, “From Impressionism to Anime: Japan as Fantasy and Fan Cult in the Mind of the West”
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