
18 de Junio de 2025
Música para mi algoritmo
Un divague sobre la relación entre las redes y la música, con testimonios de Ill Quentin y Cornuda Posting
Música para mi algoritmo
Las redes sociales son, ante todo, una extensión digital de nuestro cuerpo. Ya lejos quedó la época en la que alguien podía mantenerse ajeno a Internet y no perderse de nada. Hoy no estar en Facebook, X, Tik Tok o YouTube significa estar desconectado de sucesos definitorios para la vida política, económica, ociosa y, en el caso que nos importa en esta nota, artística.
Porque al igual que la política fue cambiada por la dinámica en las redes sociales, como se vio en su momento con la campaña de Barack Obama en 2008 en Estados Unidos, la de Jair Bolsonaro en 2016 en Brasil, la de Donald Trump el mismo año y ni hablar de la de Javier Milei en 2023; el arte también sufrió importantes cambios en su percepción e interpretación.
Paréntesis, yo no soy letrado en artes, por lo que cabe aclarar que este artículo va a dedicarse a abordar el impacto de las redes sociales en la rama de la música.
La inevitable trompada de la sobreexposición
Internet es testigo de que la exposición constante, si no es medida, puede dañar hasta la más refinada obra. El misterio del que antes gozaban los músicos, que sólo podía ser vulnerado por el siempre certero e infernal flash de los paparazis, hoy es prácticamente inexistente. El investigador Carlos Scolari lo define con un término que, si bien no es novedoso al momento en el que se redactan estas líneas, continúa con mucha vigencia: Hipermediación, definido por el comunicador como “proceso de intercambio, producción y consumo simbólico que se desarrolla en un entorno caracterizado por una gran cantidad de sujetos, medios y lenguajes interconectados tecnológicamente de manera reticular entre sí”. O, como prefiero decirle, mucho, todo y al mismo tiempo.
Y en este mucho, todo y al mismo tiempo es imposible ocultarse, porque el mismo músico forma parte de este ecosistema que lo trasciende y que digita nuevos mundos. Para el equipo de comunicación de un artista, nada debe causar más dolores de cabeza que el intérprete maneje sus propias redes sociales.
Tomemos como ejemplo el caso de Lali Espósito, del que nunca nadie habló, y juntémoslo con otro ejemplo del que tampoco nunca nadie habló, el de Emilia Mernes. En ninguno de los ejemplos, del que seguramente nunca leíste, hubo un mal accionar. En el primero, una usuaria de redes sociales expresó lo que sentía en un momento bisagra de la política de su país; y en el segundo, una cantante se negó a opinar de lo mismo por miedo a sufrir un escarmiento que, para los músicos, suele ser excesivo.
Lo que pasa con las redes sociales es que es imposible evitar la trompada. Se podría decir que es como un juego en el que sabés que vas a ser golpeado, pero te preparás mentalmente lo más que puedas para aminorar el impacto. Como dice un tuit viral: el chiste de Twitter es que hay un protagonista y tu objetivo es nunca serlo.
Antes, el fenómeno se controlaba más por medios que a la vez eran más evitables para el músico, como la televisión y el periodismo gráfico. Hoy, la idea de que un artista se vaya a una isla perdida del Pacífico para reaparecer dos o tres años después es impensada. Siempre hay alguien con un celular dispuesto a botonearlo.
Y después hay casos como el de Joji, que alcanzó niveles de fama tan altos que prácticamente hay toda una legión de fanáticos que no sabe que alguna vez fue Filthy Frank, uno de los youtubers más rancios (y en mi opinión, divertidos) de la historia de Internet. Joji no le escapó a ese pasado, sino que lo aceptó y lo puso en un lugar que fue vital para su trayectoria, pero siempre dejando en claro que se trataba de una fase más en su escala evolutiva y no del punto cúlmine.
Shitpost must go on
Vicky prefiere compararse con ese ejemplo. Ella es cantante pop en la escena under, fuertemente influenciada por Lady Gaga y con una estética visual y sonora firmemente marcada. Tiene un catálogo musical que vale mucho la pena explorar (incluido un cover de La Bestia Pop, de Los Redondos) que es escuchado en YouTube y Spotify por un respetable séquito de fans.
¿Pero cómo llegamos a Vicky? Por su alter ego en redes sociales conocido como Cornuda Posting, donde otrora publicaba historias de chongos redactadas en inglés y con un marcado tono sexual explícito. Además, plagaba su feed de shitposts y manejaba mucha soltura con el humor ácido. De esta manera, sus historias y sus twits lograron cosechar decenas de miles de seguidores, que hoy se encuentran con una Cornuda Posting que decidió mutar a un lado mucho más íntimo y, como lo definió ella en diálogo con MECHA, serio.
“Me gusta hablar de eso en mis redes y en mis shows. Siempre que algo sale bien me gusta dejar en claro que valoro que me tomen en serio como artista. Y tomar en serio para mí no es decir “qué solemne, qué intelectual”. Yo no empecé a nivel público haciendo música. Es un proceso que lo vivo desde un descubrimiento de qué cosas puedo hacer para que esta transformación sea interesante. No me copa decir no existe más la persona que hace humor bizarro, todo lo contrario. Es quien soy, quien fui y cómo elegí mostrarme este último tiempo”.
A los 15 años comenzó a aprender de forma autodidacta guitarra, piano, canto y a producirse sus propias melodías.
Esta forma de ser se ve en su Instagram, donde comparte su vida privada y en X donde tiene publicaciones que son muy desopilantes y otras que harían sonrojar al mismísimo Jorge Corona. Entonces, ¿cómo se puede pasar de eso a generar un ambiente íntimo en el que a través de la música se busque hacer sentir algo particular a alguien? Para Cornuda Posting, son dos mundos que pueden convivir tranquilamente:
“Siento que hay cierta resistencia a los artistas que empezaron en el humor o en las redes. Como si el arte y el humor no vinieran del mismo lugar, que es la sensibilidad y el cómo decir algo. Como que el humor lo tenemos mucho más asociado con la crítica y con la risa casi superficial. Y por otro lado, al arte lo tenemos más asociado a lo sensible, al drama, a las emociones y lo más vulnerable; pero creo que vienen de mundos muy parecidos, que son buscar la reacción y de que algo le pase al otro. Entonces, siento que esta movida de ‘oh, la memera que quiere hacer música’, es un estereotipo muy pobre”.
Sí, hay que hablar de la pandemia
Rodrigo ya sabe lo que es meter un hit y tocar en festivales ante miles de personas. Artísticamente es conocido como Ill Quentin, y tiene en claro que la masividad de canciones como “Suplerglue”, “Re Tranky” y de su disco “Muerte en el Agua” naturalmente iba a generar que lo iluminara el foco del todopoderoso algoritmo.
Integrante de la Ripgang, fue parte de la nueva ola del trap que se llevó puesta la escena musical argentina junto a otros músicos como Dillom, Broke Carrey, Odd Mami, Muerejoven y Saramalacara. Inevitablemente, formar parte de esta movida generó un énfasis de las redes sociales a sus personas que, según Quentin, fue más profundo del que le hubiera gustado.
“Las redes sociales ocupan un lugar claramente más amplio del que me gustaría en mi carrera. Me gustaría no prestarles tanta atención. Creo que en algún momento las redes sirvieron para la carrera de los artistas, pero desde un lugar del disfrute, de brindarle la posibilidad de mostrar un poco más de su universo. Siento que eso ya no existe tanto hoy”, lamenta en diálogo con MECHA.
El punto de inflexión para él fue la difuminación de la línea que separa lo virtual de lo real que se dio a partir de la pandemia. “Siento que hay muchas cuestiones que se pasaron por alto a nivel sociedad. Fue algo tan traumático, que muchas instituciones específicamente decidieron decir ‘ah, bueno, esto no pasó’ y sí pasó, fue pesadísimo”, reflexiona y agrega: “Creo que estamos viviendo las consecuencias de eso respecto al público y a los pibes. Hay cierta desconexión con lo que es real y con lo que no”.
Una vivencia personal que lo ejemplifica:
“El otro día se me acercaron dos chicos a pedirme una foto, y después nos quedamos charlando. Mientras yo hablaba con uno, el otro sacó el celular y se me puso a filmar en la cara. Le dije, ‘¿qué haces, amigo?’. Estábamos conversando y el chico con el que yo me quedé hablando, por suerte, también lo puso un poco en su lugar. El otro tampoco es que se puso mal, o sea, bajó el teléfono y pidió perdón. Pero digo, es algo que a mí a siendo joven no se me hubiese pasado por la cabeza”.
Las reglas del juego y la relación con el hate
El odio en las redes sociales existe, pero cada músico lo maneja como puede. Es ya harto conocido el twit de Tyler The Creator (datado de 2012) riéndose del concepto de cyberbullyng, pero mucha agua corrió bajo el puente y la digitalidad no sólo se convirtió en un escenario de escarmiento público sino también de corrección política y de, en mi opinión, moralina superficial alimentada por lo que entienden los estadounidenses que es la justicia social.
“Estamos muy cogidos por el cristianismo, la culpa y el querer ser buena persona. Creo que lo del hate y la cancelación nos importa justamente por esto, por querer ser percibido como bueno y correcto. No es algo que a mí me interese, primero porque abundan los casos de gente odiada por todo Twitter que igual es exitosa como Tini o Emilia. En ese sentido, siento que estos fenómenos sólo alimentan a tu persona y tu monstruo mediático”, reflexiona Cornuda Posting, y suma: “Me parece que justamente el bardeo, que te puteen y que digan qué mala persona que sos, te hace más grande. Si te soy sincera me encanta, me re divierte y no tengo miedo de que afecte mi carrera musical. Le puede dar como aristas y más identidad”.
Esta postura en sí no es novedosa, pero está adaptada a los cánones virtuales de la actualidad. Por ejemplo, un camino similar -a mucha mayor escala- fue el que tomó Marilyn Manson quien, muy afilado con el lugar que había ocupado en el ojo público durante la década de los 90, llamó a su segundo disco “Antichrist Superstar”, en un claro juego de palabra con la obra de Tim Rice “Jesus Christ Superstar”. Él usó el escarmiento que sufrió bajo las viejas macristas de su momento para cultivar su persona artística y terminó dándole grandes réditos tanto económicos como de popularidad.
Otra perspectiva es la que adoptan algunas figuras musicales de dedicarle sus letras y videos a enemigos cuya identidad es desconocida para el público mayoritario. Cornuda Posting ironiza al respecto: “Yo siento que lo sano para poder vivir en armonía con las redes es entender las reglas. O sea, en Twitter si vos vas a putear te tenés que dejar putear. Si publicaste algo haciéndote el tiraposta, tenés que bancar que te la retruquen. Y si querés hablar desde un lugar de villano, tenés que bancarte ser un villano. Después en la vida ‘física’ podés ser una persona normal y que no exista nada de eso que pasó en Twitter. No es tan grave decir una pelotudez en Twitter o decir una forrada o pelearte con alguien porque pasan 24 horas y desapareció”.
Por su parte, Quentin aborda otro tópico muy pesado para cualquier músico: la política y las repercusiones que pueden llegar a existir si llegan a omitir opinión: “A mí la verdad me chupa un huevo. Soy de las personas que cree que todo es político. No decir nada también es político. Siento que, con las decisiones que cada uno toma, está haciendo política. Y siento que sé que no estaría siendo yo si no lo hiciera, si no comentara o si no me posicionara. Trato de no ser tendencioso tampoco, no exagerar porque la insistencia muchas veces genera rechazo o el resultado contrario a lo buscado, entonces trato de no ponerme muy denso. Me han doxeado, amenazado de muerte, me dijeron que me iban a cagar a palos, la verdad que no me asusta”.
En el artículo “Comunicación de masas, gustos populares y acción social”, los investigadores Paul Lazersfeld y Robert Merton acuñaron el término “disfunción narcotizante” para alertar sobre los efectos de sobreexposición de las personas a los medios masivos de comunicación y de cómo esto genera, por la naturaleza de recibir muchísima información todo el tiempo, un estado social de apatía e inacción. En la era de las redes , donde el scrolleo es rey y el algoritmo es Dios, es de vital importancia estar alerta a los cambios que estas dinámicas implementan en la forma de percibir la música, en la relación con los otros y en no caer en el estado de inacción de la disfunción narcotizante. Ah, me olvidaba, el artículo fue publicado en 1948. Algunos la vieron un poco antes.