Este artículo tiene más tiempo viviendo en mi mente del que se imaginan, por lo menos más de dos años. Sucede que a veces una idea nace en tu cabeza y no termina de estar madura, se alimenta de experiencias, observaciones, textos, opiniones y hasta acalorados debates… eventualmente encontramos los límites de ese pensamiento y por fin podemos trazar sus contornos.
Así estuve durante meses, pensando en conceptos sueltos, como si me molestaran en la base de la nuca; sin poder darles forma, frustrada, sintiendo que no era lo suficientemente inteligente, hasta que entendí: faltaban ideas de otras personas y también el paso del tiempo.
De eso se trata este escrito: de una idea, del futuro, de otras opiniones, pero por encima de todo: el valor que tiene lo colectivo para generar algo sólidamente valioso.
Érase una vez ARPANET…
En algún momento este experimento llamado Internet empezó a incursionar en redes sociales. En Argentina la generación millenial lo vivió a través de Fotolog. No recuerdo espacios previos que hicieran foco en nosotros como protagonistas, antes estaban los foros y chats de IRC ¿Escuchan? Es el sonido de mi DNI, cayendo. Pero incluso en esa primera incursión a lo personal todavía existía lo colectivo: nuestro “muro” de Fotolog tenía una columna de fotos propias y otra columna de actualizaciones ajenas, la gente que seguíamos. Los comentarios que nos dejaban también ocupaban una porción considerable de la pantalla visible.
El resto del camino ya lo conocemos: siguió con Facebook y su breve momento de gloria colectiva a través de grupos, inundado luego por notificaciones, spam y memes de tía con Piolín, Gaturro y Asuka dando los buenos días. Twitter, Instagram (o Instagram, Twitter, dependiendo la calidad de tu cámara), TikTok, el vacío existencial de nuestra confundida generación y la tristeza innata de los nativos digitales, invadidos por la ansiedad.
De ninguna manera vengo a monologar cual vieja chota que “todo tiempo pasado fue mejor”. Ya leímos que Facebook murió, que Twitter es una cloaca, que Instagram deprime gente porque muestra recortes de realidades envidiables, que TikTok vino a llevarse el último resquicio de atención para reemplazarlo por un violento doomscrolling asesino de horas.
Sí vengo a reconocer que algo nos ha transformado en ese proceso. Mientras nos subimos a la moda de turno, las búsquedas se volvieron una catarata de links sponsoreados y contenido vacío. Hacer una búsqueda de lo que se te ocurra, a día de hoy, es sinónimo de bucear grandes cantidades de contenidos similares: clickbait, reviews una igual a la otra (posiblemente algunas hechas con IA), páginas generadas muy bien según un código de SEO pero que difícilmente tengan la respuesta ideal a lo que estamos buscando.
Esos cambios son aún más notorios si te especializás en algún tema desde años. En mi caso, por ejemplo, me dediqué muchos años a la astrología. Hace años encontrar textos y citas de libros o foros debatiendo teoría astrológica era muy sencillo. Hoy hay que atravesar un centenar de páginas de astrología barata que pretenden vender resultados instantáneos, fórmulas quemadas, trucos para seducir a un signo y todos los clásicos armados a los que reaccionamos con “sisoy” cada vez que los vemos. De nuevo: no tiene nada de malo, pero nada destaca por su originalidad y el contenido “de autor” se nos escapa.
Microinfluencers de dopamina
¿Qué tiene que ver esto con el individualismo? Justamente, la creciente masificación de redes sociales “armadas”, con sus propias reglas establecidas, empezaron a alimentarnos a costumbres que hoy son moneda corriente: hablar de algoritmos y llegada es lo más común del mundo. Si no, pueden preguntarle a nuestro presidente, mide su éxito en base al ratio de reacciones en Twitter.
Sherry Turkle, Doctora en sociología y psicología de la personalidad, analiza el impacto de la tecnología en nuestras relaciones en su libro “Alone Together”, después de hacer cientos de entrevistas, llegó a la conclusión de que las redes sociales no sólo han logrado cambiar la calidad de nuestras relaciones, también la forma en la que nos percibimos y, atención a esta frase clave: cómo nos autopromocionamos.
Turkle explica que las redes “sociales”, paradójicamente, promueven un sentido de soledad y aislamiento, incluso estando constantemente conectados. Argumenta que las interacciones en línea a menudo carecen de la profundidad y la autenticidad de las interacciones cara a cara, lo que puede llevar a una sensación de desconexión emocional. Además, señala cómo el uso excesivo de las redes sociales puede llevar a una obsesión por la validación externa y la construcción de una imagen cuidadosamente curada de uno mismo en línea, en lugar de cultivar una verdadera autoestima basada en la autoaceptación y la conexión interpersonal significativa.
Tratemos de traducirlo a un lenguaje más simple: haber convivido constantemente en un contexto donde la propuesta era subir fotografías “aesthetic” de nuestras vidas, dar nuestra opinión como eje central y recibir likes que disparan pequeñas eyecciones de dopamina (el psicólogo Adam Alter ha podido demostrar el impacto real de esas reacciones en sus investigaciones plasmadas en “Irresistible: The Rise of Addictive Technology and the Business of Keeping Us Hooked”) surtieron efecto: nos volvimos dependientes.
Es completamente posible que la intención de los dueños detrás de estas redes esté muy lejos de hacernos infelices. Es todo mucho más básico: más tiempo permanecemos allí, más compramos, gastamos y permitimos que analicen conductas para vendernos todavía más, incluso aunque esto signifique comprar “estilo de vida” como si fuera un caramelo.
La lógica de las redes
A este individualismo se le sumaron otros factores aún más aborrecibles: la visibilización a través del odio. Ya en otro artículo he hablado largo y tendido del significado que existe detrás de los discursos de odio y lo peligroso que ha demostrado ser difundirlos.
Hoy por hoy, especialmente en Argentina, nos estamos acostumbrando a comprender el mecanismo macabro. Las redes sociales, especialmente las de índole política, como Twitter, premian las interacciones y la mayoría están encendidas gracias al odio. Subir un Twit clicbaitero que enerve a mis enemigos ganará una cantidad inconmensurable de visitas, compartidas y comentarios… aunque el 99% de eso sean insultos e indignación, funciona y hasta me puede generar plata.
En esta misma Revista, cuando el programa de Rebord recién empezaba, nos encargamos de criticar a la gente que se rasgaba las vestiduras por el altísimo contenido varonil en Blender. Hoy, a meses de esto, Rebord aprovecha sus oportunidades como varón exitoso (quien además es una de las figuras con mayor culto a la personalidad del país) para hacer desfilar en su programa a facho tras facho, dándole voz, cuando hace rato descubrimos que dejar hablar a quienes no respetan al prójimo más que una solución, fue el problema. De esto habla muy claro una nota de Lucas Fauno que recomiendo lean.
Hace unos párrafos atrás hablábamos de Fotolog y rápidamente aterrizamos en la actualidad: el individualismo, los discursos de odio, traer lo que genera polémica para generar más dinero, para que nos consuman; a la larga, construimos la montaña de mierda más grande del mundo y nos acostumbramos a convivir con el hedor. ¿Cómo salimos de esta?
Lo que nos queda
Antes que me abandonen por divagadora profesional. Voy directo al grano: hace rato que dejé de buscarle una explicación al individualismo y el discurso de odio en redes sociales. Además, pueden leer una interesante nota sobre como nos perjudica escrita por Sole acá. No porque no tenga justificación, mi objetivo es otro: ya entendimos el problema, entonces ¿Cómo podemos construir algo diferente?
Molly White, ingeniera en software que tiene un podcast de tecnología, dijo una frase que me ha quedado resonando, en este artículo: “Si quisiéramos, podríamos huir de esos muros y armar nuestros propios espacios en el suelo fértil, ilimitado, que existe más allá de ellos”. Es que nada nos detiene de construir nuestras propias redes, sin dueños, monetización, cultos a la personalidad, influencers, scams, publicidades, discursos de odio.
En algún momento de su historia, Internet fue un espacio plagado de creatividad, donde usar un buscador singificaba encontrarse con una fanpage de Sailor Moon, un recetario casero lleno de secretos culinarios o una inmensa colección de stickers con glitter. Cada lugar era único, una verdadera sorpresa, lejos del vacío de contenidos en la era que paradójicamente predica sobre la creación de los mismos, mantener entretenido al público y capturar las miradas.
No tenemos la solución a lo que han provocado las redes sociales, pero hay cosas que sí sabemos: Internet sigue siendo un espacio de bastante libertad. Nada nos impide construir algo más. Las herramientas y los contextos serán otros, pero todavía somos seres humanos y sabemos que alguna vez lo colectivo tuvo valor: los foros eran fantásticos y los blogs personales, lejos de ser una carrera por influenciar, eran, como dijo Molly: un jardín cuidadosamente trabajado, con la impronta de cada persona detrás de esa obra.
Decía Herbert Marcuse en “El hombre unidimensional” que en tiempos de crisis y revolución, cuando las estructuras sociales son desafiadas y las normas establecidas son cuestionadas, la creatividad humana se libera de las cadenas del conformismo y la represión. Es en estos momentos de ruptura donde la imaginación puede florecer, abriendo nuevas posibilidades y horizontes para la transformación social y personal.
Con esto no les estoy instando a que abandonen las redes sociales. Sé que no es fácil y hacerlo muchas veces implica dejar de enterarse lo que hacen nuestros seres queridos. Pero así como un día nos fuimos de Fotolog para estar en Facebook, y de Facebook para estar en Instagram… puede haber algo en el mañana que nos atraiga una vez más. ¿Y si empezamos a hablar de cómo nos imaginamos ese espacio?
Tal vez no sea un foro, quizá todavía no sabemos separarnos de las redes sociales, pero nos consta históricamente que hemos sido lo suficientemente creativos para generar alternativas atractivas en momentos de crisis. No me caben dudas que estamos cursando una crisis, tampoco dudo que podemos, colectivamente, crear algo más allá de la red social, todavía no se me ocurre como será, pero estoy segura que, como respuesta revolucionaria a estos tiempos turbulentos, nos alejará del individualismo para descubirnos una vez más y permitirnos estar juntos.
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