Si creemos la versión oficial, el 1 de junio de 1970, en un sótano de la rural localidad de Timote en el interior de la provincia de Buenos Aires, fue ejecutado por montoneros el ex dictador Pedro Eugenio Aramburu. Señalo lo de “versión oficial” porque, como con JFK, varias versiones circulan sobre la muerte del ejecutor de la Revolución Libertadora. La más atractiva para los conspiranoicos pone a Montoneros como peones de un juego de poder en el cual Onganía, queriendo mantener su control del gobierno, envía al grupo de Firmenich a amedrentar a Aramburu, que buscaba retornar a Casa Rosada en una coalición con Lanusse, y por la amenaza, fallece de un infarto.
Sea cual fuese la versión real, aunque admito que la segunda versión me resulta mas atrayente, el hecho es que Aramburu murió y Montoneros, una organización peronista de corte revolucionario, se adjudicó la bala.
El regreso de Perón
Mucho se puede decir del rol de Perón en esa época en la construcción, extramuros, de una organización armada que actuara en su nombre. Los 60s de Perón, en el exilio, fueron cuanto menos, curiosos. Enojado con parte de su columna vertebral, Vandor y toda la historieta del peronismo sin Perón, cada vez que el viejo hablaba se las arreglaba para elogiar la lucha de los jóvenes y los movimientos revolucionarios de la época. Montoneros, si elegimos el camino más noble de su existencia, fue una consecuencia de la época.
No obstante, la sociedad, a principios de los 70s, veía con buenos ojos el regreso de Perón al país. A la salida de la dictablanda de Lanusse que ya había permitido que Perón volviese a Argentina y había relajado las restricciones que se habían impuesto post 1955, se lo hizo saber al General.
En 1973, Balbín se baja del ballotage con Cámpora, que asume la presidencia y renuncia apenas un mes y medio después, tras dar de baja toda restricción para que Perón se presente a elecciones. Perón vuelve y en dupla con su esposa, Isabel, arrasa con mas del 60% de los votos.
Uno de los que quería de vuelta a Perón en el poder es Mariano Grondona que explica:
“En el jardín de su conciencia había brotado la exquisita flor de la reconciliación (…) Al peronismo de la confrontación lo sustituyó entonces el peronismo de la integración, y al antiperonismo el ‘no peronismo’. La Argentina de 1973 parecía anunciar, entonces, como lo había hecho la Argentina de Urquiza después de Caseros, que ya no habría entre nosotros ‘ni vencedores ni vencidos'”.
Grondona, un verdadero antiperonista toda su vida, Embajador Extraordinario del gobierno de facto de Onganía, había pasado buena parte de su vida codeándose con la facción Azul del ejército, cuyo antiperonismo no era tan marcado. Es decir, el regreso de Perón en 1973 era auspicioso para una enorme porción del pueblo argentino. Por supuesto, ese regreso, como bien se sabe, fue envuelto por el humo de la masacre.
El 20 de junio de 1973, a su desembarco en el Aeropuerto de Ezeiza, una multitud recibe a Perón. En ella se observan dos bandos: el peronismo revolucionario representado por Montoneros, la Juventud y FAR, y en el otro el sindicalismo de la CGT y los elementos parapoliciales que luego integrarían la Triple A.
Perón, en un acto extrañamente poco peronista, si creemos la versión oficial por supuesto, decide elegir un bando. Su columna vertebral. Elijo remarcar esto porque es interesante pensar que, si los Montoneros siempre fueron servicios de inteligencia a la orden de una facción del ejército, y Perón estaba al tanto de esto, tenía sentido que eligiera a la pata sindical del movimiento, incluso aunque esta fracción fuera decididamente fascista. Esto se repite como un eco en el tiempo. El fascista leal es mejor que el progresista de la vereda de enfrente.
Rucci y la Guerra Psicológica
Las elecciones de noviembre pasado nos dieron una pauta interesante que podemos confirmar con cada votación de nivel nacional. En teoría, el peronismo tiene una fracción del 35% del electorado que se sostiene sólida a través de las generaciones y que hoy por hoy es una comunión de movimientos y partidos. El antiperonismo, que no vota a un candidato específico, tiene un porcentaje de entre el 25% y 30% del electorado. El número restante es quien decide cada elección. Con excepción del comunismo que, en su versión trotskista participa por su cuenta, ese resto del electorado no elige a sus candidatos movilizado por una tensión ideológica particular.
El 23 de septiembre de 1973, entonces, la formula Perón-Perón, logra sacar un 37% de diferencia sobre Balbín que era acompañado por un joven Fernando de la Rúa. Con el 61,85% de los votos, Juan Domingo Perón alcanzaba su tercera presidencia. El 25 de septiembre de 1973, apenas dos días después, José Ignacio Rucci, líder de la CGT, artífice del Operativo Retorno, hábil sostenedor de paraguas, es descosido a balazos por un comando guerrillero. La Operación Traviata fue un éxito. No obstante, pasó mucho tiempo hasta que un grupo se adjudicó el asesinato y aún hoy realmente no se sabe quien lo mató.
Sabemos que el peronismo, y Perón de forma personal, quedaron muy afectados por el atentado y las consecuencias fueron devastadoras. El ala izquierda del peronismo debía ser arrasada.
Dice Juan Gelman:
“Lo de Rucci no se hizo para despertar la conciencia obrera: se hizo en la concepción de tirarle un cadáver a Perón sobre la mesa, para que equilibrase su juego político entre la derecha y la izquierda. Atención a esto. Lo que quiero decir es que eso no formó parte de una concepción política con relación a las masas, sino de una estrategia cupular: hay concepciones políticas con relación a la masa que, por cierto, conducen al acto equivocado. Pero no es el caso de la muerte de Rucci, que no partió de ninguna concepción política de trabajo con la masa y, en verdad, sólo fue una jugada que nada tuvo que ver con la forma acertada de plantear la lucha. (…) El asunto era trabajar estrechamente con las masas ya que de ellas dependía el cambio de política y de programas”.
Sin embargo, esta lectura cambia totalmente si nos detenemos en párrafos anteriores. Si acaso Montoneros fue una invención de un ala del ejercito con adultos jóvenes de clases acomodadas, a los que adoctrinaron para ser servicios de inteligencia (explicado por el escritor Marcelo Larraquy en sus libros de Firmenich y Galimberti), el panorama podría ser otro totalmente. Supongamos que esta conspiranoia es cierta por un momento. Montoneros en esa imagen habría actuado con el fin de generar un clima social disruptivo que propiciara un nuevo golpe militar y pasar a retiro total la figura del General que los había desheredado por completo en Ezeiza.
El concepto de Guerra Psicológica y sus métodos ya habían sido testeados durante las batallas entre Colorados y Azules previo a la toma de poder de Onganía y habría sido llevado a cabo por células civiles a través de acciones y publicaciones en medios de comunicación con participación de personalidades como Mariano Grondona entre otros.
Pasados alternativos
Es necesario pasar al campo de la ciencia ficción un momento: es 25 de septiembre de 1973 y nos encontramos ante dos líneas posibles. En la primera, sucede todo como sucedió, Rucci es asesinado, Perón decide que es un acto mafioso del sector revolucionario de su movimiento y permite que las bandas parapoliciales los barran en su nombre, dando inicio oficial a la Triple A, que ya estaba actuando extraoficialmente desde el gobierno breve de Cámpora.
Al frente de esta organización se encuentra José Lopez Rega, otrora policía, una suerte de asistente de Perón y astrólogo espirista de Isabelita en Madrid. Para otro momento y artículo quedará la discusión sobre el crecimiento de las pseudociencias y las drogas de diseño, impulsadas por Servicios de Inteligencia, durante los convulsionados 60s.
Lopecito, tal su apodo, se apoya en su alma mater, la logia masónica de ultraderecha Propaganda Due bajo el control del criminal fascista Licio Gelli, para producir un enorme paraguas. Bajo él confluyen peronistas, antiperonistas, sindicalistas, militares, policías y servicios. Todos con el fin de arrasar todo aquello que esté del centro a la izquierda. Las organizaciones de izquierda revolucionaria reaccionan a los asesinatos de la Triple A, generando una situación social asfixiante que comienza a derrumbar el apoyo que Perón había conseguido en su regreso. En 1976, la Triple A, raleada de algunos elementos internos, funciona ahora como parte del Proceso de Reorganización Nacional.
En la otra línea posible, nadie asesina a Rucci. Perón fallece en 1974 pero Isabel no deja que Lopez Rega y sus financistas internacionales la controlen. Se rodea de peronistas inteligentes como Antonio Cafiero y logra terminar su gobierno en 1979. Las organizaciones revolucionarias se diluyen a lo largo de los 70s como sucedió en EEUU. Hay una saludable alternancia democrática sin injerencia del Departamento de Estado americano, intentando imponer su plan neoliberal del laboratorio de Chicago. Argentina no desarrolla una deuda externa bestial con organismos internacionales.
La “grieta” de la sociedad no se solidifica. Nadie “odia” a los militares.
Algunos peronistas
Este escenario no se dio. Las razones son múltiples. Rucci fue asesinado. EEUU, con Kissinger y la Escuela de Chicago a la cabeza, desembarcaron con el Plan Cóndor en Latinoamerica. Perón se murió. Lopez Rega convocó a Celestino Rodrigo, el Caputo de los 70s para destruir la economía por completo. Y los militares, apañados por ese Plan Cóndor (y con una connivencia de la Unión Soviética, principal comprador de granos del país huelga decir), pudieron retomar el poder e intentar nuevamente, descomunizar al país. Queda en discusión eterna porque algunos elementos del comunismo apoyaron el Golpe de Estado y el rol real de la USSR en el aspecto.
Para el ejército, el problema no eran estrictamente los peronistas. El largo periodo entre 1955 y 1970 hizo que incluso personajes como Aramburu se reunieran con interlocutores del peronismo. El problema eran CIERTOS peronistas. Los que buscaban una comunión de la doctrina de las 20 Verdades Justicialistas con los condimentos de socialismo cristiano. Los que intentaron mover al movimiento hacia una posición mas comprometida. Para peronistas y no peronistas (de nuevo, Mariano Grondona), esto era una posición ambivalente entre el error y la traición. Por supuesto, el clima de época predisponía mucho mas a la balacera que al plenario.
La línea que no existió habría imposibilitado o debilitado la posición de la grieta insalvable que conocemos hoy, y que a son de honestidad, existe hace casi dos siglos. No se habría podido efectuar totalmente el cisma social entre argentinos que Perón de alguna manera quiso resolver a través de “La Hora del Pueblo” y el retoque en su slogan: “Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista” a “Para un Argentino no hay nada mejor que otro Argentino”. Y esto incluso después de la Revolución Libertadora, la proscripción y los Azules y Colorados hasta dentro del radicalismo. Perón realmente había “vuelto mejor”, si consideramos que, en su ideario, volver mejor era tender puentes con opositores y ser mas “democrático” en su ejercicio del poder. Habría fallecido apreciado por casi un 70% de la sociedad. El gobierno de Isabelita, incluso mediocre, no sería recordado como el que le dio paso a los militares o el que fue dirigido por un ex policía astrólogo espiritista desquiciado y asesino.
El plan de Asseff
A esta altura del escrito, seguramente notan las similitudes con nuestra actualidad concreta. En el 2024 gobierna Javier Milei.
Las razones son, una vez mas, múltiples. En el 2019, el país se detuvo cuando CFK eligió a Alberto Fernández, ex jefe de gabinete de Néstor Kirchner, para presidir el país. La historia política de Alberto Fernández, como la de muchos otros “políticos de raza” es larga y plagada de cambiazos de capa. Inicia su carrera de la mano del radical Alberto Asseff.
Para los menos instruidos, la figura de Asseff es por lo menos controvertida. Comienza su actividad como asesor de radicales de gran renombre como Illia o Balbín. En el regreso a la democracia crea su propio partido: Partido Nacionalista Constitucional, en donde conoce y hace emerger a la figura de Alberto Fernandez, que para esa época ya se consideraba peronista, pero inicia en la política oficialmente con cargos en el Ministerio de Economía del gobierno de Alfonsín y luego con cargos en el gobierno nacional de Menem, el provincial de Duhalde y hasta como legislador en el partido Encuentro por la Ciudad de Domingo Cavallo.
Asseff, mientras tanto, hace sus propias trapisondas buscando la elección de Onganía en 1995 y saltando de partido en partido hasta la fecha.
A los radicales y a los peronistas, les encanta el deporte olímpico de la traición y el salto en largo.
El gobierno de AF es mediocre a malo. Gana un neoliberal como Milei, amparado por poderes financieros oscuros norteamericanos y locales, y el apoyo de ese 30% que dirime las elecciones sin posicionarse ideológicamente.
El peronismo entra en crisis. Se buscan culpables y uno de los principales señalados es, una vez mas, el sector más izquierdista del movimiento. Un enorme sector del peronismo señala al progresismo kirchnerista y a los elementos mas socialistas (ahora si ya dentro, dado que hay una decena de partidos y movimientos comunistas dentro de la coalición) como los principales responsables de la derrota. La discusión la terminan llevando adelante personalidades como Rebord, pero de maneras bastante novedosas.
El kirchnerismo no se considera kirchnerista. Y es así desde siempre: “Nos dicen kirchneristas para bajarnos el precio” dijo Nestor Kirchner.
✌️@CFKArgentina "El peronismo no es progresista. Un laburante que se levanta a las 5 de la mañana no puede volver a su casa y ver que su vecino que cobra un plan gana lo mismo que él" pic.twitter.com/GQCHfv5OO4
— El Economista (@ElEconomista_) March 9, 2024
Rebord, el abogado que oficia de periodista (como por ejemplo, Mariano Grondona), invita a su programa a personalidades libertarias como en su momento Grondona lo hacía con personalidades peronistas o de izquierda. Ambos, desde su púlpito reconocen a un adversario político sin considerarlo un enemigo. Grondona, en su momento, quizá lo hizo por culpa. Ha reconocido como errores fatales su participación en los actos antiperonistas de la Revolución Libertadora así como su apoyo a la última dictadura militar. Lo de Rebord llama la atención por cuestiones que dirimiremos en un escrito posterior. No obstante, donde algunos señalan una crítica, otros evidenciamos una estrategia. No necesariamente una con la cual acuerdo, pero bueno, yo no soy peronista.
La estrategia en cuestión es de ciencia ficción y empezó hace un tiempo, pero sus principales movidas comenzaron a hacerse muy visibles antes del ballotage. Personajes como Rebord diciendo “El peronismo es capitalista y quiere que te vaya bien” es parte del asunto. Esa determinación de por sí, separa al peronismo de su posición de izquierda para intentar que asuma su histórica “tercera posición”. Nótese que en mi nobleza no hablo de rating. Ese ingrediente por supuesto que existe.
Los esfuerzos no dieron resultado, ganó Milei, pero la estrategia no cambió. Cuando CFK sale en discurso diciendo que “no es feminista” o hace comentarios sobre su catolicismo también es parte de la estrategia. Lo es reivindicar a políticos como Moreno o Pichetto porque son “peronistas de Perón” más allá de sus filiaciones actuales.
Es decir, en un escenario plausible, el conjunto de peronistas justicialistas reunidos en plenario decidió que el regreso al poder era factible si la sociedad en pleno atraviesa de manera cansina el abismo de la grieta y entiende que el peronismo no es de izquierda (o de derecha), sino apenas un movimiento con el pueblo trabajador como epicentro que no viene a “romper” nada. Viene a organizar al Estado de una manera menos dolorosa para los que menos tienen.
El 1 de julio se cumplirán 50 años de la muerte de Juan Domingo Perón, el Argentino más relevante de la historia nacional después del General San Martín. Su movimiento ha decidido que para retomar el ejercicio del poder es necesario inventar la máquina del tiempo y volver al momento de la historia donde su propia historia se rompió.
Por supuesto, es imposible. Tal vez este camino sea su Plan B.
O no. Mi hermano, quien leyó este texto antes que usted, me recuerda al gran personaje de ficción Don Draper diciendo que el universo es indiferente. Que la naturaleza es el caos. Que las acciones de hombres como Rebord, Grondona o Firmenich no tienen que ver con estrategias o grandes planes, sino que son el producto impaciente de su virilidad y su voluntad de hacer o destruir.
Sería una catástrofe.
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