Las primeras dos semanas de 2024 fueron el pico máximo de mi disociación: Tiempo de sobra y unas ganas de meterle a los jueguitos que rivalizaban con las que mostraba en los veranos de mi infancia. Decidí perderme dentro de las junglas de polígonos. Cuando las obligaciones volvieron a llamar a mi puerta, ya había terminado cuatro títulos que venía pateando para adelante hace tiempo. No solo eso, también alcancé logros futbolísticos con el equipo de mis amores en el Modo Carrera del FIFA que eran rivalizados sólo por la cantidad de malas épocas deportivas que colecciono con ese mismo club en el mundo material. Me había sumido en un profundo océano de disfrute que no quería abandonar jamás.
Sin embargo, “todo concluye al fin, nada puede escapar”. De un día para el otro, volví al trabajo. La desgracia de mis horarios horribles me significó la pérdida de las horas que le dedicaba a lo que me gustaba. La AFA tampoco ayudó, continuando con su manía por organizar cronogramas sin sentido alguno y en pleno horario laboral. Así, no se salvó ni el acto más sagrado que existe en este miserable planeta, ir a la cancha.
Peor aún, eso no fue todo. A tan solo una semana de haber retomado la levantada de pala, me dí cuenta que el costo de vida había reducido radicalmente lo que podía pagar con mi salario. Chau sábados. Fue muy lindo tenerlos, pero tengo que pagarle el sueldo a los tuiteros del presiduende con el IVA de los productos básicos para la subsistencia humana.
En menos de un mes, relegué casi toda mi vida privada a un segundo plano. ¿Cancha? Afuera. ¿Películas? Afuera. ¿Juegos? Afuera. ¿Actividades que me permitan olvidarme de esta existencia mezquina aunque sea por un segundo? Afuera. No hay tiempo para esas pavadas.
El lujo es tener tiempo de ocio, dijo y me conquistó
Aunque esto lo escribo desde la experiencia propia, no soy la única persona que lo ha vivido. En la Argentina de Milei, el tiempo personal es un lujo que cotiza más alto que el dólar. Sea por necesidad inmediata o cálculo a futuro, nos ajustamos también en nuestro goce. Entregamos nuestro día al trabajo, nuestras horas libres a las distintas obligaciones extra-laborales y nuestras noches de sueño a la ansiedad. El arte y la cultura, en toda y cada una de sus formas, son un regalo que nos damos en ocasiones excepcionales.
De seguir por este camino, el futuro que nos depara es bastante sombrío. Lentamente, aceptaremos el abandono de todas las actividades que nos construyen como personas. Vamos a dejar nuestros gustos y aficiones para otro momento. Le perderemos el rastro a todo aquello que nos vuelve quiénes somos. La realidad actual a la que nos enfrentamos ya es bastante agobiante y exasperante. Poco a poco, estas crueldades nos van a empujar a definirnos más y más por nuestros trabajos.
Esta lectura no es particularmente disruptiva. Un filósofo barbudo algo reconocido publicó un texto que hablaba de esto allá por 1844. “Cuanto más tienes, tanto mayor es tu vida enajenada y tanto más almacenas de tu esencia”. Para sobrevivir en un mundo donde el capital lo es todo, tenemos que erradicar lo que nos hace humanos. No salgás a los bailes. No jugués un fulbito con los pibes. No te juntés a chismosear con las víboras. No leás, no dibujés, no escribás ni hagás nada que no genere ingresos. Si tenés suerte, vas a ahorrar lo suficiente como para llegar a fin de mes con 15 peso’ para un (imaginario) guiso.
Además, bien sabía Karlitos que un simple obrero no podría obtener jamás una ganancia importante a través de la venta de su fuerza de trabajo. La enajenación, por más absoluta que sea, no ayudará más que a juntar unas cuantas monedas extras que terminarán siendo usadas para cubrir las consecuencias de una vida dedicada al trabajo. Nunca lo suficiente para poder disfrutar de goces tan burgueses como un chori en el parque.
Pasatiempo de “Linkediners”
A eso nos acercamos hoy en día, a la vida alienada de todo disfrute. A la vida enfocada en la subsistencia. A la vida que no es vivida, sino que es laborada. Es en esta realidad, donde hasta el instinto de supervivencia te llama a abandonar tus pasiones, que seguirlas se vuelve un acto revolucionario. Quienes sacrifican una hora de trabajo por una hora de creatividad artística y desarrollo cultural son mártires. Cuando se valora el empleo del tiempo en actividades que no generan más ganancia que la humana, las frías lógicas del capital se ven trastocadas. Esta no es una frase romanticona que publicaría tu tía en el estado del WhatsApp. La cultura y el arte son, en un país cuyo consumo se marchita a la par que nuestros derechos, un obstáculo para la fría lógica económica liberal.
Pensémoslo en términos que nuestros compatriotas faltos de afecto comprendan. Mientras más personas valoren su tiempo libre, menos dispuestas estarán a entrar en contratos laborales de largas jornadas y pocos días de franco. Cae la oferta. Preguntenle a un libertario que sucede cuando la oferta es menor y la demanda se mantiene. Fácil. Los precios, que en este caso serían los salarios, aumentan. Esto es una estaca en el corazón para el modelo que el Javo desea imponer en el país.
No hay interés alguno en aumentar el consumo local. Los que compran vienen de afuera. La carne se exporta, los granos también. La Argentina debe producir mucho para usar poco y vender al extranjero. Si los salarios crecientes hacen que aumente el valor de tus productos, estos pierden competitividad. Ergo, adiós a la operación entreguista que promueve el Poder Ejecutivo.
Es por eso que no me parece nada extraño que el oficialismo se ensañe tanto con instituciones públicas que promueven el arte, la ciencia y la cultura. Incluso las que generan ganancia deben de ser erradicadas. ¿Para qué hacer películas sí podés trabajar en un call center? ¿Para qué estudiar los microorganismos que habitan los ríos del Parque Nacional Calilegua si podés matarte trabajando en la extracción de litio para la batería de un Tesla?
Identidad propia o laboral
Si existe una mínima posibilidad de obtener alguna forma de ayuda monetaria que permita desarrollarse cultural, artística y científicamente, los incentivos para explotarse por horas en un trabajo horrible tienen que ser altísimos. Porque una sociedad que produce cultura constantemente es incluso más peligrosa que una que la consume. Porque las razones detrás de la pasión no van de la mano de los mandamientos del Homo economicus. Mientras el rédito requiere de la destrucción de todo aspecto humano, el arte y la ciencia buscan cultivarlos.
Vayamos al teatro. Visitemos museos. Veamos documentales del Canal Encuentro. Emborrachémonos en el Festival Nacional del Folklore. Reventémonos en la previa antes de ir a la cancha. Quedémonos noches enteras maratoneando series y películas. Escribamos ensayos sobre el ano de Batman. Divaguemos sobre las representaciones de las travas en Casados con Hijos. No dejemos jamás que nuestros trabajos se conviertan en nuestras vidas. Ellos ganarán cuando nos defina lo que hacemos para ganarnos el pan de cada día.
Obviamente, no es fácil hacerlo. Sino no habría narrado mis propias desventuras con el abandono de mis pasatiempos. Pero ninguna revolución se ganó de la noche a la mañana. Los Barbudos eran treinta tipos perdidos en la Sierra Madre que luego tomaron La Habana. El plantel de Belgrano que encontró Ricardo Zielinski en el 2011 estaba a 10 puntos del último puesto y cerró el campeonato ascendido y mandando a River a la B. Sin más ni menos, seguro conocen el verso más famoso de Almafuerte, “no te des por vencido, ni aún vencido”.
Haga Patria, entréguese a la cultura.
Nuestra Villana de la semana es Luchi:
“Mi viejo me hizo hincha de Belgrano y la vida una zurdita. Romantizo la cancha como fuente de desahogo ante los males del capitalismo tardío e imagino una academia menos elitista. También disfruto de los jueguitos.“