Muchos de los análisis sobre la película de Barbie se centraron en la propuesta revolucionaria que, suponían, debería hacer una directora feminista haciendo una película con una actriz feminista sobre un objeto de consumo dirigido hacia público femenino. Para muchos de estos análisis, Barbie promete más de lo que cumple. Entre otras cosas, Barbie es una película sponsoreada por Mattel, la empresa que produce y comercializa a la muñeca. Con la consigna de promocionar un producto cuyas ventas probablemente estuvieran a la baja, Greta Gerwig presentó un guión que lo desafía, lo subvierte, y a la vez, cierra en un círculo perfecto. La popularidad de la muñeca se encuentra en un nuevo pico y gracias a los homenajes que realiza Margot Robbie, la actriz en el rol protagónico, los icónicos trajes de las Barbies de antaño están siendo revisitados por barbieólogas y modólogas.
En resumen, Barbie no hace nada por disuadir la glorificación del consumo como agente definitorio de la identidad, sino que lo fomenta: somos lo que compramos y lo que queremos comprar. Pero ya a esta altura del partido criticarle esto a Hollywood me da un poco de noni. Sí, ya sabemos, son las reglas del juego. Es como decir que en una peli de Bollywood cantan demasiado.
También podríamos hablar de que el principio según el cual Barbie es considerado tradicionalmente un producto feminista es exitista y burgués: que tengas una carrera, premios, títulos, que seas bella y admirada. Pero eso ya se lo dice a Barbie en la película el personaje de Sasha, la centennial desencantada de todo lo que barbie representa. Esta crítica, a su vez, como toda la cultura social justice warrior (tradúzcase como “a favor de todo lo bueno y en contra de todo lo malo”) me parece un poco vacía, pero eso para otro capítulo. Yo creo que así como no debemos esperar, desde estas tierras australes de cumbia y empanadas, encontrar en el feminismo yankee líneas de análisis superiores y universales, sí podemos a veces encontrar herramientas útiles para leer nuestra propia realidad un poco a contrapelo.
Hay algo que quizás también sea cliché pero que me gustó mucho en la película, y es que el arco argumentativo de la protagonista no gira en torno a estas epifanías feministas. Ese es más bien el papel de Gloria, la madre de Sasha, nostálgica de ese modelo de éxito de su infancia, en busca del tiempo perd-* de un nuevo modelo a seguir para saber cómo ser en el mundo, que encuentra, obviamente, adónde más iba a ser, en sí misma (tampoco voy a meterme a criticar la idea de empoderamiento = confianza en uno mismo, porque no terminamos más).
Retomando, la película nos muestra a una protagonista, Barbie, que es una más de todas las Barbies, y quizás la más Barbie de todas, la Barbie estereotípica (su modelo se llama así, “Barbie estereotípica”), pero a la vez, es diferente. Barbie quiere ser humana. Y, spoiler, a lo largo de la película, descubre que ya lo es, pues ser humano es asumirse vulnerable. En ese sentido, creo que Barbie es coherente en su programa feminista: no tenemos un manual para atravesar una realidad compleja en la que es el capitalismo está muy muy lejos de acabarse (y más bien parece consolidarse en su aspecto más volatil, en el amor por las timba financiera en desmedro de la producción de bienes y servicios) y los modelos de familia conservadores están en alza y las tradwife se muestran batiendo manteca en TikTok.
Barbie apenas puede, al final de la película, con una visita al ginecólogo. Mirá si va a hacer la revolución. Gloria, que como dije es el personaje con el arco más feminista, intenta entender su lugar en el mundo como madre, como mujer, como persona y tampoco termina la película teniendo un claro plan de lucha. Apenas, quizás, un estado de las cosas.
Pero el personaje que me resulta más interesante para pensarnos a nosotras, que supimos ser la marea verde y ahora estamos rogando que a Villarruel no le den los números para derogar el matrimonio igualitario, es Ken. Te resumo la trama así. Imaginate que Ken empezó la secundaria en 2015. Un montón de profesoras y profesores bienintencionados en jornadas de ESI obligatorias (pero sin presupuesto ni tiempo para su preparación) le mostraron una y otra vez el iceberg de la violencia de género y las cifras de femicidios. Por un tiempo pensó que qué copado que habláramos de esto, pero cuando quiso opinar le respondieron que sin útero no hay opinión. En el 2018, un amigo hizo una de más, le mandó un comentario medio choto a la noviecita de turno y terminó escrachado en los grupos de whatsapp, fenómeno que escaló y llevó a la intervención de sus padres. Mientras tanto, de fondo, un par de personajes cuanto menos interesantes, incluyendo un economista despeinado, fueron apareciendo en sus recomendaciones de youtube.
Barbieland es un matriarcado, hasta que Ken conoce el mundo real en el que se entera de la existencia del patriarcado, aunque no termina de entender muy bien los mecanismos de sumisión complejos que incluyen la deslegitimación de los varones que no son lo suficientemente machos y las dinámicas del poder económico. Entonces instala algo así como un patriarcado para tarados en Barbieland.
No estoy diciendo que en nuestro país, o ningún otro, haya habido un matriarcado. A duras penas hubo un arañazo de sectores históricamente ninguneados que lograron circunstancialmente conseguir para sí un poquíto de legitimidad. Sí creo que en varios aspectos, el discurso feminista, sobre todo en su veta punitiva, no dejó mucho resquicio para la inserción de los varones heterosexuales que no quisieran ser parte de esa masa machista. Ok, jamás le pegaría a una mujer, pero entonces, ¿qué hago? Por un tiempo no les dejamos ni opinar. Se los consideraba “aliaddines”, y se presumía falso a priori su deseo de colaborar con la lucha. A los infractores no se les asignó ningún mecanismo para la posible redención. Una vez escrachado estabas escrachado, cancelado, ya está, ¿no te acordás lo que hiciste esa vez? Que no digo que no haya casos extremos, insalvables, Ted Bundyescos, pero en algunos momentos se acható mucho la curva de crímenes y hubo poca distinción entre los pecados capitales y los errores de juventud. No hubo lugar para la misericordia, para la reinserción, para el aprendizaje que conlleva toda adolescencia. ¿O acaso no hemos cometido nosotras mismas algunos crímenes muy similares? Que tire la primera piedra la que no se avergüence de comentarios gordofóbicos, clasistas e incluso racistas de su propia adolescencia.
En resumen, retomando, concluyendo, creo que Ken es un ejemplo perfecto de lo que le pasa al sujeto que se encuentra en la posición privilegiada de la máquina de galletitas rosas y celestes cuando pierde un poco sus privilegios y ve su voz silenciada, así sea solo en algunos temas en unos pocos contextos: se vuelve tarado, mete caballos a su casa, toma el gobierno a la fuerza pero no tiene la más pálida idea de cómo llevar adelante las mociones mínimas para sostener el poder.
De vuelta, ya sé que es una película y la realidad es más compleja, pero Barbie propone una solución a este fenómeno cuando (después de arrancarle el poder a los kens a fuerza de trucos y distracciones con las maniobras más burdas posibles sin escrúpulos ni miramientos) se sienta a hablar con Ken y le da lugar a sus sentimientos. La ex pareja habla y Ken entiendE, por fin, que he’s kenough. Él es válido como persona, sin necesidad de impostar una masculinidad teatral. Al igual que Gloria, solo necesitaba encontrar una manera de estar en el mundo.
Quizás charlando podamos ayudarlos a encontrar una manera de estar en el mundo sin leones desquiciados ni perros muertos.
No lo digo desde una perspectiva naif de que el mundo se soluciona charlando, más bien lo contrario. Barbie reconoce sus errores en la relación con Ken desde un lugar de deber, ella cree no haber sido justa. Pero lo que yo propongo no tiene nada que ver con lo justo, con el deber, con la ética o con la moral. Hay mucho reproche en gran parte del feminismo ante el pedido de una autocrítica de la reciente ola, porque se lo lee como injusto. ¿Yo tengo que disculparme por una frase excesiva cuando he sido maltratada por siglos? Sí. Pero no por ética. No por deber. Por estrategia. Por necesidad. Porque nuestro poder siempre fue poco y el tiempo ha demostrado que además es muy endeble.
Las crisis son también oportunidades y estos días que corren dejan en claro que no hay mayor poder que lograr ser escuchado. Incluso cuando lo que tenés para decir no contiene ninguna verdad. Pero lo que nosotras tenemos para decir contiene muchas, y estamos a tiempo de hacer las modificaciones necesarias para que puedan ser escuchadas.
*Hay un chiste puanner nivel cinco sobre Marcel Proust en la peli y me parece una joyita así que les dejo el link a una nota que lo explica.
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Gay and fabulous. De esas feministas a las que les gusta pelearse con el feminismo. Mi sueño es que me inviten a conocer un templo mormón por adentro.
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