Se acerca la época de las tormentas en el sur del cono sur sin una ayuda, ni una mano, ni un favor. En medio de una realidad ya anegada por las políticas antisociales de un gobierno que los ex opositores prometieron iba a carecer de gobernabilidad y apoyos institucionales, llueve. Y hay mucha gente que, como yo, anda sin paraguas de este lado del vallado de las plazas y avenidas que se hinchan de agua.
En sus entrevistas más recientes, entre explosiones de ira y metáforas sedientas de violencia que harían temblar a todos los escritores de discursos de las derechas autoproclamadas democráticas de las últimas décadas, el presidente sostiene que la sociedad argentina lo apoya. El Ministerio de Seguridad festeja las incautaciones de dos gramos de marihuana y el desmantelamiento de puestos de venta de manteros, mientras la ministra viola el principio de inocencia y celebra la captura de un supuesto líder de una red de pedofilia que terminó siendo un periodista que nada tenía que ver.
El Ministerio de Defensa intenta seguir exprimiendo el jugo de la compra irracional de aviones de guerra que no funcionan sin el consenso de Washington. La Cancillería, con sus puertas giratorias, brilla por su carencia de luminarias después de perder a su canciller. Una canciller que pasó de denominar “Falklands” a las Islas Malvinas, en nombre del sostenimiento de una neutralidad tan inconstitucional como ofensiva, a votar como siempre se votó a favor del fin del embargo estadounidense a Cuba, y terminó descansando en la cama que tan diligentemente le hicieron. Los militantes digitales anuncian la formación de un “brazo armado” de La Libertad Avanza, y científicos y estudiantes de geología son acosados por militantes libertarios en vivo y en directo. El ministro de Justicia miente públicamente para intentar manchar a Abuelas y Madres de Plaza de Mayo con fake news. El presidente desborda de alegría por la arrolladora victoria de su ídolo post-fascista en Estados Unidos, mientras acusa a su propia vicepresidenta de ser parte de la tan efímera e indefinible “casta” enemiga. La “Administración Actual”, como la llaman sus titiriteros en potencia del norte, se inunda mientras pretende simular que están sosteniendo con éxito la construcción de un nuevo orden, una nueva paz social.
Durante el primer capítulo de la tercera temporada de la serie estadounidense Hannibal, llueve cuando el personaje titular, Hannibal Lecter, tiene una breve conversación con su cautiva y/o co-conspiradora Bedelia Du Maurier. En ese diálogo conversan sobre el hecho de que Hannibal, asesino en serie y caníbal que ha huido a Italia luego de ser descubierto por el FBI, parece tener controlados sus impulsos violentos. Spoiler alert. Según él, se controla para “mantener la paz”. El planteo de Bedelia es que la suya es “una paz sin moralidad”. El contraargumento de Hannibal es que “la moralidad no existe, solo la moral”.
Esta no es la primera vez en la serie en que el personaje hace referencia a la concepción de moral de Friedrich Nietzsche, cristalizada en su obra La Genealogía de la Moral. Fue publicada en 1887, cuando en Argentina gobernaba Juárez Celman, aquel presidente puesto a dedo por su pariente Roca, durante la supuesta época dorada que tanto extraña el gobierno. Como efemérides, según los trolls virtuales, fue el que construyó con sus propias manos el ahora renombrado PalacioLibertadCentroCulturalSarmiento, ex Palacio de Correos – CCK.
La codificación del personaje de Lecter como seguidor de la filosofía del romántico alemán no es porque sí. Su justificación para el canibalismo, sea en los libros, las películas o la serie en cuestión, gira siempre en torno al argumento esbozado por Nietzsche en el segundo tratado de su obra sobre la crueldad y la culpa. En esencia, y con perdón de toda la gente de filosofía por la carnicería conceptual que estoy por hacer, indica que toda moralidad es ficticia porque la moral no es natural. Los conceptos de bien, mal, bondad, maldad, crueldad y culpa son, por definición, invenciones de la subjetividad humana.
Veamos un ejemplo. En el invierno lituano posterior a la Segunda Guerra Mundial, un grupo de soldados auxiliares nazis se refugió de los aliados en las tierras ancestrales de la familia Lecter. Ahí secuestraron a la familia y, en medio del frío y la privación, se comieron a Mischa, la hermana menor de Hannibal. Ahí empezó la afición del personaje por la matanza. Pero él no se considera un caníbal, porque percibe a sus víctimas como seres inferiores, débiles, y el canibalismo solo es posible entre iguales. Según su propia apreciación, él se encuentra por encima de esas consideraciones provincianas y burdas de moralidad. Igual, le guste o no la definición, la realidad es que Hannibal es caníbal porque se comió a la hermana.
Cuando Nietzsche explica que la moralidad no existe, lo hace sosteniendo una postura algo pesimista, que implica creer que todo juicio moral es una fabricación de aquellos seres humanos demasiado débiles como para protegerse de los fuertes. Las criaturas frágiles se agrupan y, desde el resentimiento, construyen un andamiaje formal de normas moralistas para buscar cambiar la naturaleza superior de los fuertes, y neutralizar la amenaza que les representa su fortaleza. Son aves de rapiña que se ven atacadas por sus presas organizadas. Es un juego de persecución eterna, accidentada, entre dos seres tropezando uno tras otro en una calle mojada. El famoso eterno retorno del propio Nietzsche. No se preocupen, no voy a hablar de eso acá. Evitaré destripar más conceptos filosóficos que ni me pertenecen ni creo comprender más que como para intentar darle sentido a estas nubes tormentosas que se avecinan.
El gobierno argentino dijo, a través de su ex canciller, que un supuesto error de redacción fue en realidad culpa de agentes “de ideología de izquierda” que están insertos en su tierno seno liberal libertario. Lo que realmente están haciendo es intentar apuntalar su propio andamiaje moralista, uno que creíamos derribado pero que sigue latente: el del “enemigo interno”. Un contrincante imaginario que no es más que cualquiera que se atreva a estar en desacuerdo con el gobierno. Utilizado extensivamente por las dictaduras setenteras en todo el continente, está resurgiendo como un fénix putrefacto para tratar de encontrar algo de rapiña en las calles inundadas (Para ampliar sobre este concepto, ver El impacto de la Doctrina “de la Seguridad Nacional”). Un blanco militar al que el presidente argentino no para de hacer alusión. Del cual el presidente electo de Estados Unidos por el partido republicano lleva las últimas semanas paseándose por diversos medios acusando a sus opositores de formar parte, bajo el nombre de “the enemy within”.
Por virtud o por fortuna, no todo son truenos y relámpagos. Allá por el 2000, cuando la actual Ministra de Seguridad era Ministra de Trabajo, Empleo y Formación de Recursos Humanos, el filósofo rumano Teodor Vidam publicó un breve trabajo sobre las categorizaciones de las ideas de moralidad, moral y ética. Allí, plasmó la muy optimista idea de que la moralidad puede ser universalizable. Esto es posible porque, como dice Jürgen Habermas, es un resultado de la memoria moral colectiva de las sociedades humanas, y por ende es inescapable. Es un feliz y maravilloso resultado de la acumulación de aprendizajes sociales sobre las cosas que hacen que la vida colectiva sea saludable, y también las que la vuelven dañina.
¿Es maleable, dinámica, frágil y sujeta a potenciales metamorfosis? Sin dudas. Pero es ineludible, y, por sobre todo, necesaria para mantener intacto el tejido social. Respecto de sus detractores (estoy mirándote a vos, come-hermanas) dice: “El místico le echa la culpa a la moralidad existente por estar llena de imperfecciones, por estar pervertida, por ser degradante y humillante. El fanático considera que él es el único que detenta el monopolio de la verdad acerca de lo que está bien, mostrándose intolerante frente a otras vías de comprensión, otros medios de acción diferentes a los que él posee exclusivamente.”
En su escrito, Vidam nos convida una deliciosa postura según la cual lo opuesto a estas ideas reaccionarias y violentas es la vida moral, altruista. La existencia en busca del bien común y el mejoramiento de las condiciones existenciales de quienes nos rodean. La construcción de comunidad. Una vida en la que, cuando llueve, el paraguas se comparte con la vecina y con el homeless por igual. Una vida que no es alcanzable sin libertad, pero libertad con ganas, no como slogan.
El gobierno se refugia en una amoralidad hannibalsiana, apelando a una relectura más nacionalsocialista que filosófica de Nietzsche, por la cual ellos son los débiles que se agruparon para resistirse a la tiranía de los fuertes progresistas. Luego de vencer, se han dedicado a construir una nueva moral libre de las ataduras de la ideología de género, el cambio climático y la defensa de los derechos humanos más básicos. Una moral diseñada para ser una reivindicación de la violencia, la negligencia y los patrones de acumulación capitalista más predatorios de la historia del continente. Y por qué no, de genocidios varios. Una moral que, como menú de tenedor libre les permite vanagloriarse de luchar contra un enemigo nuevo cada día, que debe ser ahogado en la corriente del vendaval, sepultado bajo las aguas del diluvio bíblico de libertad liberal y nueva paz social. Un rival que ha de ser devorado a cualquier costo, sin importar si la gente que anda sin paraguas también anda sin comida.
Del otro lado, estamos quienes nos atrincheramos en una moralidad hospitalaria, intrínsecamente ligada a la memoria construida, los derechos adquiridos y las luchas sostenidas. Pero, tranquilamente, podríamos repensar la postura y combinarla con un poquito de Nietzsche. Es posible pensar que, quizás, ofrecer la otra mejilla no está bueno cuando te tiran gas pimienta. Que quienes terminamos ocupando el lugar de débiles tenemos la potencia de dar vuelta la tortilla proverbial. Que podemos hacer que esas nubes tormentosas no vengan para nuestra vereda, y que descarguen toda su furia del otro lado de las vallas.
Nuestrx villanx de la semana es Morgan Lewin Campos:
Historiadora, traductorx, profe, poeta. En ningún orden específico. Siempre resistiendo.