La serie de Menem y su reduccionismo

Nadie puede negarlo.
La serie de Menem y su reduccionismo
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La serie de Menem y su reduccionismo

Hay tres Carlos Menem: el gobernador, el presidente y el retratado en la ficción producida por Amazon Prime, dirigida por Ariel Winograd y protagonizada por Leonardo Sbaraglia. ¿Qué elige mostrarnos la serie? ¿Es un lavado de cara? Bueno, es y no es. Las dinámicas de la producción audiovisual, que en Argentina se llevan a cabo en una crisis sin precedentes, realizaron el recorte de una época que es una herida profunda y un cambio en la matriz social que continúa desarrollando sus consecuencias. El problema es que dicho recorte no termina de ser satisfactorio. 

“Querido maestro y Presidente. Las provincias argentinas representadas por sus gobernantes no podían estar ausentes en este adiós postrero al más grande de los argentinos de este siglo. Por ello, en la voz del interior, que es el de la República Federativamente organizada, se manifiesta por mi intermedio en este instante de dolor nacional y tribulación americana. Siempre hay lágrimas ante una muerte. Siempre hay crespones ante una tumba. Cuando un egregio patriota sucumbe es la nación entera la que grita su dolor en el himno fúnebre y hasta la victoria pareciera humedecer de llanto los laureles de la patria. Por ello se explica que el pueblo argentino, este pueblo al que Perón dio las tres banderas de su redención, la patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana, banderas que han dejado ya de ser de un partido para ser las del pueblo entero de la nación, sienta que al apagarse esta vida prócer, pareciera haberse plegado momentáneamente la enseña que él enarbolara y que hoy los gobernadores argentinos, junto a sus pueblos, se comprometen a mantener izadas en todos los mástiles de la patria”.

Este es un extracto de lo que fue el discurso de Carlos Saúl, en ese entonces gobernador de La Rioja, en el funeral de Juan Domingo Perón. Año 1974, el riojano era el más joven de los gobernantes del país y cuando asumió la cúpula militar dos años más tarde fue depuesto y encarcelado. En el medio de su detención falleció su madre, y Jorge Rafael Videla le prohibió ir a su funeral. 

Carlos Saúl en el funeral de Juan Domingo Perón – foto de Sara Facio

Con la vuelta de la democracia, Carlos Saúl volvió a gobernar La Rioja y, en 1988 decide ir a la interna con Antonio Cafiero, en ese entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires, para dirimir quién iría como candidato del Partido Justicialista para las elecciones de 1989. Cafiero, que había trabajado codo a codo con Perón, era el favorito de las encuestas para ganar la interna. Sin embargo, como bien lo plasmó nuestra serie y lo sabía ya Cafiero, según recolectó el historiador Iván Orbuch en el libro “La interna que paralizó un país”, Carlos Saúl tenía muchísimas chances de ganar. Acá empieza “Menem”.

LA CARICATURIZACIÓN: EL “MENEM” DE SBARAGLIA

Leonardo Sbaraglia es alto y habla con un acento raro, pero acá fingimos demencia y creemos que es efectivamente Carlos Saúl, que sabe en la serie que va a ser presidente, pero necesita recorrer casa por casa para hacerse de los votos peronistas. 

Quien va a acompañarlo es Juan Minujín, que encarna a Olegario Salas, un personaje inventado por la producción que, en realidad, es la personificación del argentino promedio. A través de los ojos de Olegario, que varias veces va a romper la cuarta pared para ponernos en contexto, vemos la evolución de Carlos Saúl y cómo la percepción que tiene la sociedad sobre él se va aggiornando de acuerdo al accionar del riojano.

Sin dar muchos spoilers, pero al igual que sucedió con la clase media en los años 90, Olegario empezó dubitativo, pero rápidamente quedó encandilado con los encantos del Facundo Quiroga neoliberal. Acá la serie es eficiente y utiliza el recurso de la Goodfellización de Menem que le da glamour a panes tristes como María Julia Alsogaray y Domingo Cavallo, encarnados muy bien por Mónica Antonópulos y Martín Campilongo. 

Esta Goodfellización es rápida para hacerle entender al espectador el carisma que derrochaba el riojano y lo útil que era este capital social para adiestrar a la oposición y dominar a diestra y siniestra la política económica de Argentina. No obstante, no fue tan así y hasta la misma serie en el tercer capítulo se ataja.

¿Pero tiene sentido atajarse cuando se aborda una de las épocas más sensibles de la historia argentina? El menemismo fue uno de los periodos más corruptos y uno de los grandes causantes de la apatía electoral contrarrestada mucho más tarde durante la gestión de Néstor Kirchner. ¿Por qué la serie es así? En una entrevista con Emanuel Respighi de Página 12, Winograd explicó: “Seguramente habrá muchos espectadores que dirán que no contamos tal cosa o tal otra. Nosotros jugamos con muchas explicaciones didácticas, de explicar algunas cosas, porque yo quería que mi hija, que tiene 16 y no vivió los noventa y no tiene idea de quién fue Menem, conozca esa historia. Que la generación que no vivió los noventa sepan que esto pasó en la Argentina”.

El problema es que la serie en ese sentido se queda con la parte más rimbombante y recién en los últimos dos capítulos se inmiscuye en los atentados de la Embajada de Israel, AMIA y la polémica muerte de Carlos Menem Jr. Aunque toda esta estructura narrativa se realiza a través de pinceladas que palidecen frente a lo que aconteció en la vida real y, a diferencia de lo que creen los autores, podría haber servido para fortalecer el drama y la complejidad de los personajes.

En “Menem”, Carlos Saúl Sbragalia posee cierta ingenuidad que justifica el accionar de sus colaboradores para ejecutar políticas que fueron muy dañinas para el tejido social. Por ejemplo, la privatización de empresas públicas y la desocupación arrolladora. Norma Pla, que fue un símbolo de lucha por el ajuste a los jubilados, realizó un cameo pobre en un segmento que ni siquiera se trataba de eso, sino de la interna Menem/Cavallo. En definitiva, “Menem” es entretenimiento, pero podría haber sido más en todos sus aspectos. 

NO ES LAVANDINA, ES REDUCCIONISMO

Mucho se ha dicho en los pasillos de ex Twitter respecto a si la serie tiene como propósito enaltecer la figura de Carlos Saúl y compañía; si lo que se busca es pasarle una capa de lavandina al riojano. No creo que haya sido la intención, porque lavandina fue, por ejemplo, la nota que hizo Para Ti sobre Videla y su familia. Lavandina era, también, las entrevistas que Mauro Viale le hacía a Julián “Turco” Simón, represor condenado por delitos de lesa humanidad.

Lo que tiene la serie no es eso, sino un reduccionismo de contexto y de sustancia. Sin saber el pasado de Carlos Saúl como gobernador y su acérrima militancia peronista, es imposible sentir la traición que descolocó a todo el aparato político. Bajo los lentes de la serie, se trata de un presidente excéntrico, que le gustaba la joda y la tenía muy clara. Era excéntrico, efectivamente le gustaba la joda y, obviamente, la tenía muy clara. Pero es el giro de 180 grados que dio desde la campaña con el salariazo y la revolución productiva al mayor desguace que sufrió el estado lo que arruinó para siempre su reputación. Esos contrastes en la serie brillan por su ausencia.

También se puede apelar al argumento de lo que se calla, se otorga. Pero siempre el lavado de cara se hace en pos de querer reivindicar algo. Los últimos dos capítulos de esta serie, que seguramente apunte a tener segunda temporada, lo ponen lejos de la reivindicación. 

¿ENTONCES?

Como serie, “Menem” cumple con un elenco que, más allá de algunas libertades creativas, entretienen bastante. Mención especial para Griselda Siciliani, que encarna a una espectacular Zulema Yoma, para Jorgelina Aruzzi, que hace de la esposa de Olegario Salas.

Y mención de honor para mi personaje favorito de todos los tiempos en todo lo que tenga que ver con Menemismo: el súper corrupto Ibrahim Al Ibrahim, ex esposo de Amira Yoma, cuñada de Carlos Saúl, que no sabía leer ni escribir en español y  fue designado como jefe de aduana en Ezeiza. Eventualmente fue procesado en 1991 en el famoso Yomagate por lavado de dinero proveniente del narcotráfico. En 1992 se fugó a Siria con un pasaporte falso. Una perlita que rescato de una nota de Román Lejtman sobre este quilombo para Página 12, publicada en 1991:

“Aproximadamente dos meses después (de asumir Menem el gobierno), Ibrahim al Ibrahim es nombrado asesor en la Aduana de Ezeiza, a pesar de que su manejo del idioma castellano era bastante precario. Que recuerda haber escuchado comentarios de Ibrahim en el sentido de que ‘para ver no era necesario escribir ni hablar en castellano’ (sic). Que aproximadamente seis o siete meses después de la designación de Ibrahim en la Aduana de Ezeiza, el mencionado (Al Ibrahim) le solicita al declarante (Hussein Dib) su colaboración, en virtud de que sabía leer el castellano mejor que él, incluso tenía mejor manejo del idioma. Que le pidió que lo acompañe, a fin de ocupar su tiempo, dándole algo de dinero, pero tal tarea la desempeñaba quien declara en forma extraoficial completamente.”

Carlos Saúl no hizo todo, pero que hizo mucho nadie puede negarlo. 

El Eternauta es un milagro


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