¿Hay que cancelar al Dillom?

No. Siguiente pregunta. Hablemos del discazo que es "Por cesárea".
¿Hay que cancelar al Dillom?
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¿Hay que cancelar al Dillom?

No y ya no existe eso de cancelar, dejen de victimizarse que estamos a 2024 y la mitad de las feminfluencers de 2018 ahora atienden en Rapipagos.

A lo sumo les habrán bardeado a sus ídolos y ustedes son unos llorones. 

Ahora que tengo su atención, hablemos del discazo que se mandó el Dillom. Y de la vuelta del álbum conceptual a la música popular. 

Pero primero tengo otro comentario baitero y cuestionable: en retrospectiva, añejado en una semana, no sé si me cierra del todo el álbum de Taylor. La estética está buenísima, está bien conceptualizado, usa nuevamente esa nostalgia de décadas que no vivió reimaginándolas a su manera milennial, narra historias, profundiza sobre el lore que ya ha construido en el que ella es bruja del pantano y adolescente bullyneada en “la prepa”, a la vez que poeta victoriana y creyente piadosa en el altar de la religión pagana al amor erótico.

Así como la ves, hizo esta coreo de aquelarre en el Monumental

Y muchos temas fueron producidos por Aaron Dessner, santo patrono de las chicas indie tristes que escribimos en cuadernos de gatitos. Pero le falta edición. Tiene 31 temas y de momentos se vuelve repetitivo en sonidos, en poética, en recursos. Todas las outros son iguales. 

Al Dillom eso no le estaría pasando. Lo primero que tengo para destacar de Por cesárea es que está excelentemente curado. Al igual que su anterior disco, también conceptual, Post mortem, el nuevo álbum es conciso, al punto, breve pero con mucha tela para cortar. Es como Shrek y las cebollas: tiene capas y capas de metáfora, narrativa, referencias intertextuales que funcionan en muchos niveles

El álbum cuenta una historia, pero si no le prestás tanta atención a las letras, también cuenta tu historia, o al menos mi historia. Alguien me comentó en twitter que el sonido es un poco opresivo y refleja algo de esa idea de la ciudad, como un monstruo que nos devora. También me han dicho que les recuerda un poco al caos de la veintena, sentimiento al que adhiero. Por suerte ya no me mudo una vez por año ni me enamoro tres veces al mes, pero mis veintipico estuvieron muy marcados por la idea de la vorágine, la explosión de sentimientos (buenos, malos e intermedios), la búsqueda y la ciudad de Buenos Aires como telón de fondo, como lugar en el que se puede encontrar de todo, sí, pero en el que también uno puede perderse un poco. Los porteños milennials somos un poquito Carrie Bradshaws del subdesarrollo, ¿para qué negarlo?

carrie bradshaw

Cuando digo “me dijeron en Twitter” es porque pregunté. Porque antes que ideas, este álbum me dejó con sensaciones, y quería ver si a los demás les había despertado las mismas cosas que a mí, u otras. Una de esas cosas que me respondieron fue que la tristeza es un sentimiento válido y no toda la música popular puede ser sobre el deseo y la fiesta.

Yo no sé si creo que la música popular sea siempre sobre eso, y en Argentina en particular creo que los rufianes melancólicos del tango nunca se fueron del todo, pero es verdad que además de representar mi veintena errática recorriendo barcitos porteños siempre del brazo de alguien distinto, este álbum me hace sentir acompañada en mi presente inmediato: es angustiante y oscuro. Hay referencias a un perro muerto, recitadas por nadie menos que el facho de Calamaro, en un giro que parece hasta una burla al mismo Salmón.

Hay un estribillo icónico que dice “el día que muera moriré en mi ley” pero suena más bien a otra cosa sobre el presiduende actual. Este álbum es un buen soundtrack para el domingo a la tarde en el que tipeo esto, en lo que algún día recordaremos como el período más oscuro de nuestro país en décadas y décadas. El martes 23 de abril y el álbum de Dillom me enseñaron entre otras cosas que la desazón puede al menos, a veces, verse acompañada.

Cartel avistado en la marcha educativa del 23 de abril

El álbum es un juego de detectives lleno de referencias. Nombra a Rosalía, la primera, quizás, de esta generación de poptraperos en lanzar un álbum plenamente conceptual en español, tocando varios de los mismos temas que toca Dillom en Por cesárea (ya llegaremos a este punto). El feat. de Lali en “La carie” que suena a bolero o a copla tiene algo que recuerda también mucho a Rosalía, no solo por temas dramáticos full bolero como “Sakura” sino también por sus covers y reinterpretaciones de clásicos.

En este tema samplean uno de María Elena Walsh, lo cual va muy bien con la estética de Dillom, que cuenta historias que son un poco cuentos de hadas…del horror. Todos la recordamos como “ay, pero que tierno”, pero cuando escuchamos con un poco más de atención la letra de “Perro salchicha, gordo bachicha”, o situamos “El país de no me acuerdo” en su contexto histórico…

Creo que Dillom un poco nos está diciendo que él sabe que no está inventando nada, porque no queda ya nada por inventar, que lo que hace no sale de un repollo sino de una larga tradición de música en castellano. Y que eso está muy bien. A propósito de algunos de sus guiños al rock nacional el último tema, “Ciudad de la paz”, hace ecos de “El fantasma de Canterville” en la historia que cuenta, y tiene un sonido que me lleva a Babasónicos y a Soda y a todo nuestro poprock más sintético. Pero además, volviendo al tema, metió a Calamaro a recitar en un tema con muchos guiños de tango, género en el que el mismo Calamaro también ha ahondado.

Podría estar horas hablando de estos “easter eggs” (así les llamamos las swifties a las perlitas ocultas en las letras de canciones, entre otras cosas). De por sí la historia que cuenta el álbum es una incógnita. Mi interpretación, habiendo leído todas las letras, es que “Últimamente” cuenta la niñez del protagonista, marcada por el suicidio de su madre, “Muñecas”, estratégicamente situado antes del interludio “(Irreversible)”, titulado así en honor a la famosa película de Gaspar Noé sobre una violación, narra el femicidio de su pareja en medio de un ataque de celos, “Reiki y yoga” cuenta su suicidio y cierra con el riff de “Exit music for a film” de Radiohead. Sí, el tema de la Romeo y Julieta de Di Caprio.

Una historia de amor torturado en la que mueren los dos protagonistas. Como dije, capas. Como Shrek y las cebollas.

El último tema del álbum, “Ciudad de la paz” le da un final ¿feliz? a su historia narrando la única forma en la que este protagonista puede, por fin, disfrutar de todo lo que ofrece la ciudad: muerto. Como un fantasma, el narrador mira desde afuera hacia un mundo que ya no lo oprime con la terrible obligación de ser feliz en contextos que proveen pocas herramientas para ello. Ha matado y ha muerto en su ley. Y ahora es libre. Libre de sus traumas, de su amor, y de las consecuencias de sus acciones.

No, no creo que Dillom nos esté invitando a escapar del mileiato mediante el suicidio. Creo que está recuperando la noble tradición griega de la catarsis mediante el arte, y nos está invitando a llorar un poco con esta historia trágica digna de una peli de A24 y a la vez, plagada de escenas que podrían no sernos tan lejanas. La origin story de este villano se remonta al título: nació por cesárea, como un tumor extirpado de una madre que no quiso o no pudo cuidarlo, acosada por sus propios demonios personales.

Pero tampoco creo que este narrador esté buscando que lo perdonemos o lo juzguemos menos por lo dura que ha sido su vida. No sé si es un álbum pedagógico. No sé si tiene moraleja, como sí tenía El mal querer de Rosalía: que pasan los siglos y el amor heterosexual sigue los mismos patrones destructivos, en particular en torno a los celos y la posesividad, y la única salida es la deconstrucción de esos patrones.

No sé si Dillom sabe cuál es la salida de este gris laberinto sudaca y contemporáneo, lleno de drogas mal cortadas y discursos de autoayuda que no ayudan a nadie. Creo que Por cesárea es ante todo un álbum empático. No habré matado y no lo haré, pero he visto rojo y he canalizado en las relaciones de pareja frustraciones que venían de antes, o de otros ámbitos de mi vida.

Mi madre no se suicidó, pero tengo traumas familiares. No voy a matarme, pero a veces me encierro para no ver a nadie. Y un poco sanadora es la posibilidad de ver esta vorágine desde afuera sin ser parte, aunque sea un ratito con auriculares. Y procesar colectivamente esto que nos está pasando.


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