Quien haya participado de manera formal o presencial en una clase de Introducción al Pensamiento Científico (IPC) se habrá cruzado en algún texto con la figura de Claude Bernard, un reconocido médico, fisiólogo y biólogo francés. Bernard, aparte de ser el autor del concepto de homeostasis, fue quien le dio un marco teórico claro a la idea de “experimento”.
Un experimento, para aquellos que no hayan tenido la suerte de aprender esta definición en IPC o en la secundaria, es:
“Un método de observación mediante el cual el experimentador modifica intencionalmente una variable en condiciones controladas para observar y medir las respuestas de un sistema, con el propósito de establecer relaciones de causa y efecto.”
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Cuando en 2016 se dio el resultado inesperado, y Estados Unidos votó por “Hacer América Grande Otra Vez”, el murmullo local no se hizo esperar en los refugios de Ciencias Políticas: Argentina había sido un experimento. Mediante Cambridge Analytica, las redes sociales, el control de los medios y el Poder Judicial, en nuestro país se eligió al caricaturesco multimillonario “hijo de”. Dueño de un imperio (de la construcción/inmobiliario), llegó al poder político desde un lugar inusual (el fútbol/un show televisivo), aliado a un partido centenario, y desbancando al delfín del presidente anterior que estuvo ocho años en el poder. Las similitudes no se acaban ahí pero no quiero estar hasta mañana.
Argentina probó que funcionaba y en solo un año, Donald Trump dio vuelta la tortilla y le ganó a Hillary Clinton.
Su primer gobierno, como el de Mauricio Macri, empeoró la calidad de vida de millones, pero no fue radicalmente opuesto en todo sentido a lo que venía de antes. Y los cambios estructurales que reclamaba “el sector indeciso” no se materializaron.
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En Argentina, en el 2019, ganó Alberto Fernández. En el 2020, en Estados Unidos, ganó Joe Biden. Ambos asociados a gobiernos exitosos previos (Fernández como Jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, Biden como vicepresidente de Barack Obama). A Biden no le tocó lidiar con lo peor de la pandemia de COVID-19 como sí le sucedió a Fernández. Y a Fernández no le tocó lidiar con la demencia senil. Una de cal.
Una vez mas, salvemos las distancias entre países: ambos intentaron hacer gobiernos progresistas, con inflación creciente, y una grieta social cada vez mas profundizada.
A lo largo del 2023, Javier Milei, un muchacho no del todo sano en la azotea, logró convertir un 17% en CABA en un 56% nacional. “Fenómeno barrial“, una curva que nos la comimos muchos. Mea culpa. Es deshonesto intelectualmente concluir que fue algo que logró solo. En nuestro país, las ruedas de la rosca están aceitadísimas, y el lubricante de la financiación extranjera es de alta calidad. Sin embargo, también sería deshonesto decir lo contrario. Milei, como figura mesiánica semi demente, convoca mucho a un sector de la población que perdió la cordura hace mucho. Por eso insistimos: no hay crisis de representación. Los rotos (por la economía, por la cuarentena, por la grieta social, por el capitalismo tardío…) no la tenían, y la consiguieron. Se la construyeron a imagen y semejanza.
Y todo eso fue un experimento.
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Desde que sabemos que La Libertad Avanza como partido y Javier Milei como figura máxima fueron financiados por, entre otros, la Atlas Network, entendemos que nada está dejado al arbitrio de la suerte. Hay un plan, basado en el experimento.
El experimento consta de probar si se puede llevar a la sociedad a un nivel tal de desesperación, acefalia y anomia, que ésta se vea impelida a elegir a la opción más personalista posible, aunque esta figura no reúna los requisitos mínimos de sanidad mental. A lo largo del 2023, Alberto Fernández fue abandonando la gobernación y se bajó de la carrera de la reelección. A lo largo del 2024, Biden emuló al mandatario argentino (acomodándose en una habitación acolchada) y se bajó de la carrera de la reelección porque, entre otras cosas, no recordaba que era presidente, ni tenía muy en claro que son esos “Estados Unidos”.
Durante el 2015, la Atlas Network fue sponsor de la Fundación Pensar, el proyecto de Mauricio Macri impulsado desde el 2005 como un centro de ideas liberales que se opusiera, de alguna manera, a la comisión permanente de intelectuales progresistas bajo el ala del kirchnerismo que se congregaron con mas fluidez post rechazo al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA, cuya anticumbre cumple 19 años hoy justamente). Con el fracaso de Macri en su reelección, entendieron que había que experimentar mucho más y más a fondo.
Ahora bien ¿Por qué Trump, y de vuelta Trump?
¿Por qué no otro?
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Tal vez sea lo más divertido de analizar. Porque hubo otros, pero no llegaron, como Ted Cruz. La figura implacable de Donald Trump hace palidecer a un pusilánime como Mauricio Macri, ese lambiscón que intentó hacerle un chiste a Vladímir Putin y casi termina haciendo un salto ornamental a una piscina de polonio. Un poco está sucediendo con Milei también, que por fallas en la próstata se tiene que cambiar los calzoncillos cada vez que se reúne con alguno de sus ídolos de la tele.
Pero el Trump del 2024 no es el mismo del 2015. La grandilocuencia está ahí. La megalomanía y el desparpajo también. Lo que se sumó es un grado de violencia que lo acercan mucho mas a Ernst Stavro Blofeld que a Ronald Reagan. Sus últimos discursos están plagados de odio, racismo, machismo, y xenofobia. De alguna manera, son muy similares a los que emitía Milei antes de la primera elección y también ahora, que ya ganó. Y es gracioso, porque el circuito mediático y marketinero se movió por exactamente los mismos carriles. Hace unas semanas surgió la campaña de “VOTA A LA PERSONA NORMAL” (Kamala Harris, supongamos) que se popularizó el año pasado en favor de Sergio Massa. También en redes sociales se repitió cada dinámica que los argentinos tuvimos el placer de vivir.
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A las tres de la madrugada de mañana, en ese país de mierda que se llama Estados Unidos, que tiene un sistema electoral acorde a la inmundicia que es, habrá resultados. Recién a esa hora los siete estados que aportan la mayor cantidad de delegados electorales, terminarán de entregar las boletas y los yanquis tendrán nuevo presidente. Pero Trump ya ganó. Porque el experimento funciona. Se puede manipular a la sociedad. A los que piensan como él y a los que quizás no piensen como él pero no se van a ver afectados (en principio) por sus políticas. Los que necesitan de un Trump (o un Milei) para vociferar sus desgracias externas e internas.
En Argentina, muchos jubilados votaron al actual presidente. Muchos estudiantes de escuelas estatales. Muchos empleados públicos. Tal vez el tiempo los vea arrepintiéndose. No se lo van a confesar a nadie en cualquier caso. Si en Estados Unidos, de casualidad, gana Kamala Harris, para el resto del mundo mucho no cambia la cosa. Pero qué nochecita van a pasar los libertarios.
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