Mi viejo tenía una casa de computación a principios de los 90s. En realidad nunca quiso dedicarse a armar y vender PCs. Lo que a él le interesaba era enseñar. En ese momento todas las empresas se estaban tecnificando: la popularización de las PCs coincidía con la convertibilidad y la apertura de importaciones del menemismo temprano. Había un enorme mercado de gente que “no quería quedarse afuera”. El problema es que el local que encontró para dar clase estaba en una galería comercial, y la municipalidad no iba a aceptar un instituto de enseñanza ahí. Sin embargo, sí era aceptable un local de venta de equipos en el que ADEMÁS se enseñaba a usarlos. así que mi viejo terminó teniendo un negocio que nunca quiso del todo.
Como buena casa de computación de su época, había una importante selección de software pirata. Sobre todo juegos. Cuando unos años más tarde el local cerró, recibí toda la colección: eran tres cajas largas. Según el catálogo, eran algo así como 300 juegos. No muchísimo para un local, pero para mi eran una cantidad casi inabarcable. Nadie más en mi colegio tenía TRESCIENTOS JUEGOS. Buena parte de esos años los dediqué a probar ese catálogo gigante. Compré muy pocos nuevos hasta la llegada del CD-ROM.
Hoy tengo más de 300 juegos sólo en Epic Games Store. Todos gratis, por supuesto. En Steam tengo alrededor de 500, lo mismo que en Itch.io (gracias a un bundle enooooorme que compré hace un par de años). Entre GOG, Humble, XBox, Ubisoft y EA tengo también decenas. Estoy en una situación que mi yo de 8 años jamás hubiera imaginado: tengo centenares de juegos disponibles (¡legalmente!), y de hecho se me acumulan más rápido de lo que llego a jugarlos.
En este contexto, Gamepass subió sus precios después de muchos años. Era esperable, dada la brutal devaluación del peso. Y con la dolarización de Steam, podría ser una opción salvadora… lo que me hace pensar en el catálogo del servicio. “Más de 100 juegos” dice, pero en realidad son cerca de 400. ¿Es una buena o una mala oferta?
A priori, la posibilidad de jugar estos 400 juegos (algunos muy interesantes, incluyendo lanzamientos) por menos del valor de una pizza al mes no es un mal negocio. Creo que nadie lo discutiría jamás.
Sin embargo, en la práctica me encuentro con un problema. Soy una persona adulta. Trabajo. Estudio una carrera universitaria. Cofundé este medio de comunicación y colaboro con otros. Tengo una familia y otros intereses.
¿Necesito más juegos? No, claro que no los necesito. ¿Los quiero? Obvio que sí. De otra manera no seguiría acumulando más y más en mis bibliotecas de plataformas (aunque con la desaparición de Steam en pesos eso se frenó bastante, salvo los juegos gratis que nunca olvido reclamar).
Pero una suscripción la vivo de una manera distinta. Si pago mil pesos por un juego hoy, sé que puedo jugarlo dentro de unos años (siempre que la plataforma siga en pie, claro). Si pago esa misma plata en un mes de suscripción y después no la uso (porque tengo ganas de jugar las cosas que ya tengo acumuladas, o porque me pintó meterme en una etapa de retrogaming, o porque tuve poco tiempo por trabajo, estudio, familia o lo que sea), es guita que perdí completamente.
Algo similar sucede con las suscripciones a servicios de streaming de video. ¿Alguien tiene tiempo para ver todo lo que hay en Netflix, Amazon Prime, Star+, Max? Por más que me ofrezcan Paramount+ al precio de un alfajor… ¿lo quiero? ¿No me alcanza con alguna otra cosa?
No, el motivo por el cual sostenemos esas suscripciones es porque tienen algo en particular. Queremos ver el final de Stranger Things en Netflix, el catálogo de Marvel y Star Wars en Disney+, fútbol en Star+. Para “tener algo para ver” nos alcanza con una de esas. Cualquiera, de hecho. O incluso ninguna: hay videoensayos en Youtube que me parecen más dignos de mi tiempo que muchos contenidos que me ofrecen las plataformas pagas. Dame mil videos de Innuendo Studios, Folding Ideas, PhilosophyTube o Contrapoints antes que una serie de Marvel o Star Wars que parece hecha por una IA. Y aún para ver contenidos profesionales (cine, series, anime) existe Mercado Play, que más allá de la repulsión que me genera Galperín debo decir que tiene un catálogo que no se puede despreciar.
Postulo una hipótesis: el valor de un producto cultural disminuye en proporción a nuestra biblioteca. Si tenemos una película para ver, sumar una segunda es valiosísimo: duplicamos nuestras opciones. Si tengo 100, es menos importante, y sólo me va a interesar si el precio es muy bueno o si justo es algo que me interesa muchísimo.
A principios de los 90s nadie tenía muchos juegos. Si tenías un Family Game, tenías con suerte un puñado de cartuchos (aunque muy probablemente alguno fuera un SUPER-50-IN-1, dandote una buena cantidad de opciones). Para quienes éramos team PC, una de las maneras más normales de conseguir un juego era la copia de un amigo (porque la piratería no era gratis, y de hecho para títulos grandes el precio rivalizaba en dólares lo que puede costar hoy un juego en oferta). En esa época los atesorábamos.
Hoy en día mi generación en general tiene algún mango para dedicarle al vicio (Nota: esto fue escrito meses antes de la llegada de Milei al gobierno. Las circunstancias hacen que sea menos relevante). Lo que nos falta es tiempo. Entonces el enfoque “tenedor libre” pierde un poco su atractivo: ¿qué me importa si puedo servirme cuarenta platos de ravioles si no son mejores que los que me puedo hacer en casa?
Dicho esto, se me ocurren muchos casos en los que los sistemas de suscripción tienen todo el sentido. Si no tenés una colección de juegos y te compraste una consola,son una linda manera de acercarte al medio, por ejemplo. Gamepass Ultimate te da la opción de jugar desde la nube, lo que te evita un potencial upgrade de hardware carísimo.
Y por supuesto, hay juegos que tal vez ameriten una suscripción. Si pagar un mes de Gamepass es más barato que comprar un lanzamiento, tal vez convenga hacer eso… suponiendo que al juego lo terminas en un mes. Un juego de mundo abierto con una infinidad de quests secundarias posiblemente te dure más si además tenés una vida. Y en el tiempo que lo estás jugando, posiblemente no aproveches el resto del catálogo.
Si, los servicios de suscripción pueden ser una alternativa viable para muchísima gente. No hay manera de ganarles en la relación precio por minuto de diversión. El problema con ese cálculo es que solemos pensar en la primera parte de esa ecuación, y no en la segunda. En nuestra existencia tardocapitalista, el tiempo no es dinero: vale muchísimo más.
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