Hace un par de semanas se estrenó la que es sin duda una de las cinco series mas hypeadas del momento. Uso esa moderna y clickbaitera categoría porque si digo “mejores” o “más entretenidas” a un porcentaje de ustedes les va a dar un síncope. Lo cierto es que “The Bear” en muy poco tiempo alcanzó un punto dulce de leche al que solo puedo comparar con las temporadas 2 y 3 de Game of Thrones, la última de Breaking Bad, la 2da de The Wire, o la última de Los Soprano. Y lo logró desde el ritmo de ollas y sartenes. Tengo algunos pensamientos al respecto que comparto a continuación:
La temporada 3 no es la mejor
Después de una temporada inicial sorpresiva y una temporada 2 con puntos de altísimo nivel -de la mayor calidad de la pantalla chica- recibimos una tercera temporada de transición. Carmy y Syd se encuentran en cruces de caminos.
Nuestro atribulado protagonista, tras el final de la temporada 2 y su mambo romántico depresivo, quiere llevar al restaurant a nuevos horizontes. Convertirlo en una experiencia gastronómica digna de ganar una estrella Michelín. Mientras tanto, Syd, cada vez más a la altura de su compañero, duda en firmar un contrato que la coloca como socia del emprendimiento y piensa en saltar el barco.
Alrededor de ambos, la troupe de habituales casi no avanza sus historias particulares. La velocidad a la que nos ata ese interesante primer episodio lleno de flashbacks, termina siendo un poco la velocidad de toda la temporada con muy poco crecimiento y algún escozor de esos en la espalda que es difícil de aliviar.
Carmy (y Syd)
Aunque se veía venir a lo lejor, Jeremy Allen White -uno de esos actores generacionales que tienen en su camino todos los premios grandes a conseguir- es obligado por el argumento a hacer un cosplay de Jon Snow. A lo largo de los 10 episodios de la temporada, observamos como la depresión heredada de Carmy se convierte en neurosis y lo hace transformarse en personajes de su pasado.
Como ejercicio actoral, es espléndido. Un tour de force impresionante que se vé bien reflejado en el resto de sus chefs que están a la par. Sin embargo, y agradezcamos que los capítulos son de media hora, llega un punto del visionado que se hace insufrible. Que realmente queremos que alguien lo abofetee. Es probable que desde la creación esté contemplado y jueguen con ese sentimiento. Lamentablemente, nunca sucede. Y contrasta fuerte con el crecimiento de Syd que es quien le tiene que poner los puntos como la madre sensata y centrada que nunca tuvo (¡y que no es!).
Me topé con un comentario en una red social que al principio me dio risa, pero a la vez, propició un pensamiento profundo que sin duda, un sociólogo podría desarrollar en páginas y páginas.
Carmy Berzatto vuelve a casa luego del suicidio de su hermano Micky para hacerse cargo de un negocio, que no andaba en su mejor momento, y que de acuerdo a los flashbacks: era más bien un exquisito aguantadero de amigos y cofrades. Siempre se los ve estar hasta las manos de trabajo, pero sin embargo, tenían enormes problemas de dinero. Para la tercera temporada, Carmy decide -sin una razón del todo evidente- transformar un prometedor negocio muy apreciado en la localidad, en un sueño snob al cual una minoría puede acceder. En su búsqueda personal de una estrella Michelin -la cual puede ser muy válida- decide destruir lo que vino a salvar. Y es parte de la trama.
La factura técnica
Hace más de dos décadas que vivimos “la etapa dorada de la pantalla chica” (si a un led de 60 púlgadas se le puede adjetivar así). Un poco de lo que hace dorada a este generación de shows televisivos es la búsqueda del feeling cinematográfico. A lo largo de los años hemos presenciado series que parecían filmadas por Scorsese (y otras efectivamente filmadas y producidas por Scorsese), otras que jugaban con el toque Tarantino. Obras de una magnitud que parecían sacadas de la mente febril de Spielberg o, mas modestamente, Michael Bay.
En “The Bear” la visión cinematográfica parece cruzar el océano y encontrar un destino europeo con planos muy cortos, sin dejar de lado sus raíces americanas en una edición que es por momentos frenética pero que de repente se muere y se mantiene en tomas y planos secuencias larguísimos que exigen al máximo al talento actoral.
Esta comunicación visual, cámara en mano, steadicam, instropección, se conjuga con una banda sonora llena del ambiente de Chicago. Momentos de blues, de jazz y de esos colores azulados de suburbios fríos que solo pueden adquirir temperatura entre decenas de hornallas, bechamels, y gente corriendo.
Influencias
Christopher Storer, creador de “The Bear”, tiene una hermana chef y un pasado como parroquiano frecuente de “The Beef”, el restaurant de sándwiches que sirvió de inspiración. Su CV como showrrunner no es nutrido y sin embargo, y utilizando una expresión gringa, con su primer intento hizo un homerun.
Tiendo a pensar que para crear hay que haber presenciado. Hay que “haber consumido” (aunque suene feo hablar de consumo en tanto un contenido cultural) para poder producir. Hay que conocer para que la copia sea disfrazada de homenaje sincero. Hay dos películas recientes que son, a la vista, influencias directas de “The Bear” y ninguna sucede en una cocina: la primera es claramente “Uncut Gems” de los hermanos Safdie. A nivel estético y técnico, “The Bear” es casi un calco. La paleta de colores, el grano, la edición, el frenesí.
La segunda, desde lo argumental, es sin duda “Whiplash”. La tercera temporada de la serie corre el velo sobre el pasado de Carmy -observado de forma mínima en las temporadas anteriores- y nos muestra de qué va realmente la cosa. La relación entre Carmen y el chef David Fields (el personaje de Joel McHale) replica a la que tiene Andrew Neiman, el baterista, con Terrence Fletcher, el conductor de la orquesta de jazz. Y esta conexión es casi un plagio. Llama poderosamente la atención que sea tan directa, salvo por supuesto que se la considere una influencia.
El final de la temporada, como la anterior, termina en un cliffhanger impresionante que espero que se resuelva en su próxima temporada, la cual a la vez, deseo que sea la última y que termine en la nota altísima -mas allá del bajón microscópico actual- que otorga.
Estos personajes, este paisaje que nos dieron, merece irse en la gloria.
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