Hace un mes más o menos, los que tenemos Netflix aún pudimos descubrir en su catálogo una pequeña maravilla recién desembarcada directamente desde los 90s. Es normal que el streaming, tras comprobar el éxito de un producto asociado, compre los derechos de emisión de todo lo que haya disponible.
Pasó con Saint Seiya en un momento. Pasó con Sailor Moon. Pasó con One Piece, y gracias a la impresionante “The First Slam Dunk”, pasó ahora con la obra maestra del sensei Inoue.
Slam Dunk en Argentina y los 90s
El primer manga que compré fue gracias (o a pesar de) a Ivrea, que a fines de los 90s nos introdujo al arte oriental mediante Ranma ½ (ahora en su versión remake en Netflix también), por alguna extraña razón Fushigi Yugi, Evangelion y tras la reactivación económica del 2003, decenas más.
El liberal atisbo de filósofo nihilista de Leandro Oberto se olvida que fue en la crisis del 2001 que el manga de I’’S, el más popular en esa época, estuvo parado casi 8 meses. Dardos aparte, por esos años de gloriosa recuperación económica comenzó a salir el manga de Slam Dunk, que había tenido su emisión en Magic Kids truncado al final del partido con Kainan. Emitían hasta el episodio 65 y volvían al 1. Luego Magic nos saludó desde el éter y lo único que nos quedó de la banda del Shohoku fueron los tankoubones que salían bimestralmente.
Pero no es mi intención hacer una clase de nostalgia e historia local del fandom. O quizás, solo en parte, como mezclada con la realidad. Quiero hablar de Slam Dunk desde el corazón.
El mejor final
Recuerdo estar cadeteando por Capital Federal a mis tiernos veinteypocos y dentro del morral laboral, 4 o 5 tomos de Slam Dunk. Mi memoria flaquea así que no voy a hablar con exactitud científica. Eran economías más dulces. Slam Dunk ya había terminado de publicarse y lo compré entero. Había hecho lo mismo con Yuyu Hakusho, y Video Girl Ai. Se podía si te sobraban unos pesos. O, si estabas en blanco, con algún aguinaldo.
El caso es que compré los 31 tomos y me llevaba de a quintetos en el morral, porque más era un incordio para el hombro. Comencé a leerlos con voracidad. El manga, cualquiera de ellos salvo excepciones, se lee rápido. Las 200 páginas de cada tankoubon volaban al son de mis dedos. El arte de Inoue, de por sí tan fluido y realista desde la primer página, mejoraba con cada tomito. La trama, no muy alejada de los spokones de siempre, nos presenta un personaje tan fallido y querible, con un crecimiento que emociona hasta el nudo en la garganta.
Hace dos semanas volví a ver “The First Slam Dunk”. Para los distraidos, es una película salida a fin del 2022 que cubre la última parte del manga de Slam Dunk, al cual el anime original lamentablemente no llega.
Esa parte del manga, que tiene más o menos 10 tomos (¡alrededor de 2000 páginas!) narra los acontecimientos del partido de las Nacionales donde Shohoku, el underdog, se enfrenta al equipo de básquet de secundaria mas poderoso de todo Japón: el temible Sannoh. Si el Shohoku es una suerte de Chicago Bulls (en el imaginario popular al menos; los conocedores saben relacionar cada equipo de Slam Dunk con su versión real japonesa), es complicado encontrarle un equivalente al Sannou. Algunos dicen que son los Spurs, pero honestamente, no coinciden las fechas. Otros dicen que son los Orlando Magic de la era Shaq y puede haber alguna razón detrás.
En esos 10 tomos fatigosos pero emocionantes hasta el tuétano, Inoue despliega todos los trucos de su chistera. Los ida y vuelta, los silencios (¿hay silencios en un manga?), las sorpresas y asombros de la hinchada. Todo es brillante.
Una historia mejorada
La pelota se va del campo, es menester recuperarla, Hanamichi se arroja con alma y vida, logra alcanzarla y dársela a Mitsui(to) que mete un triple con falta incluida. Hanamichi se levanta y al caminar siente dolor. En la recuperación del balón se lesionó la espalda. Intenta quedarse en la arena pero el dolor lo desparrama en brazos de Akagi y termina dejando el partido por Kogure.
Entre lágrimas se levanta y pide el cambio. Hanamichi Sakuragi quiere volver a jugar.
El sensei Anzai, técnico del equipo le dice: “Tu carrera puede terminar acá”. La manager, Ayako, le pide por favor que no entre, que no sacrifique su cuerpo por un partido de secundaria.
Acá el manga y la película difieren, y la película sale perdiendo. Y voy a intentar explayarme porqué.
Para “The First Slam Dunk” Inoue decidió un tono muchísimo más sobrio que en el manga o el anime original. Para comprobar las longitudes de esa seriedad, recasteó a todo el plantel de voces explicándoles que no quería comprometerlos a abandonar los personajes que tan bien interpretaron en su emisión original. La historia de la película, aparte, se concentra durante largos períodos en uno de los personajes originales que parecía no tener pasado, mi personaje favorito: Ryota Miyagi. Sigo: por esta razón, en la película, la (no) relación romántica que persigue Hanamichi con Haruko es dejada de lado. Así en el film, hay una sola de las dos razones de Hanamichi para intentar volver al partido.
El amor
Hanamichi le pregunta a Anzai: “¿Tu momento de gloria fue en la selección de Japón?” Y sin aguardar respuesta, prosigue: “Mi momento de gloria es acá. Es hoy.” Con esas sencillas palabras, y arriesgando su salud, Anzai deja que Hanamichi regrese al campo de juego.
En el manga, a esa situación, hay una aún mas emocionante, donde vemos a Haruko acercarse a Hanamichi en el banco de suplentes y decirle que no vuelva, que no lo haga. En ese momento Hanamichi le responde que ella le hizo amar al deporte. Pero la traducción no le hace honor, porque en el original, es posible interpretar que lo que en realidad dijo es que es a ella a quien ama.
Hanamichi vuelve al campo de juego y con un esfuerzo hercúleo no solo captura cada rebote a su disposición, sino que convierte el tiro final que les da la victoria.
Todos los finales de Slam Dunk, el del manga, el del anime, el de la peli y el que hizo en unos pizarrones Inoue porque le pintó (¿?) son emocionantes, inteligentes y sentidos. Pero como con las mejores obras de este tipo, no es el final, es el trayecto.
Inoue, como los grandes creadores de todos los tiempos, supo conectar desde lo incorpóreo.
Al final del partido con Ryonan, con una derrota en el último segundo, Hanamichi, angustiado se larga a llorar, y Akagi lo consuela y le dice “vení, vamos a saludar”. El dolor es supremo. Ese partido amistoso dura eones y tiene un final agrio. Una decena de tomos (y como 50 episodios después en el anime), Shohoku elimina al Ryonan en el cuadrangular para entrar a los Nacionales y ahora el que llora, pero de felicidad, es Akagi. Y es Hanamichi el que lo abraza y le responde exactamente lo mismo:
“Vení, vamos a saludar”
Acto seguido, para el golpe final, Akagi abraza a Jun Uozumi, el centro del rival barrial y su antagonista personal, y ambos lloran abrazados por una competencia que siempre fue digna, amistosa y sana.
Slam Dunk, como Haikyuu hace unos años, encapsula lo más hermoso del deporte, sus esquinas menos espinosas. Sus momentos mas loables y dignos de recuerdo.
El abrazo después de perder o de ganar, sabiendo que ahí, en las gradas, hay alguien que te ama.
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