*Este artículo contiene spoilers de Breaking Bad.
En el primer capítulo de la tercera temporada de Breaking Bad, un cascarón finalmente se rompe. Skyler, la esposa de Walter, descubre que su marido es narcotraficante. Por razones algo flojas de papeles (pero explicadas durante el transcurso de la serie) ella, en vez de abandonarlo, se queda a su lado. Aunque, por cierto, la relación es casi una ficción. Walter, la sigue amando, pero del lado de Skyler, es apenas un cariño desvaído por el hombre débil que supo querer, pero que hace un tiempo no existe más.
Y entonces sucede.
En uno de los últimos momentos de la misma temporada, Skyler es infiel con un superior de su trabajo.
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Breaking Bad comienza su emisión en el 2008 y termina en el 2013 con una quinta temporada dividida en dos tandas. En su último año, el mundo como lo conocíamos comenzaba a sacudirse socialmente encaminándose a una posterior explosión de movimientos feministas con agendas similares alrededor del globo. Los conspiranoicos hablaron de Soros. Los normales, simplemente del poder de las redes sociales. Los disparadores para esa inminente explosión fueron múltiples, siendo LA REALIDAD el más importante de ellos: femicidios, abusos, brechas salariales. Mientras tanto, la cultura y los medios aportaban razones más que suficientes para foguear la bronca.
En el ámbito del gaming surgía el Gamergate. Colectivos de gamers reunidos en foros online diciendo defender la integridad periodística, cuando en realidad se dedicaban a acosar mujeres que de una u otra manera participaban de su mismo hobby. El Gamergate estalla cuando sale a la luz que un periodista de la web Kotaku tiene una relación romántica con una desarrolladora. La dev en cuestión publica un videojuego (Depression Quest) que recibe buenas reseñas y esto provoca una reacción en un número de gamers “crónicamente online” que disfrazan su misoginia de crítica al periodismo.
Y esto mismo sucedía en la televisión. Los “hobbies” empezaron a incluir. En un tiempo previo, una porción de ellos era dirigida a una sola audiencia: el hombre (blanco, heterocis). Los videojuegos, los juegos de rol de mesa, los TCG, ciertos deportes, los comics de superhéroes, la ciencia ficción, la programación, los eSports, y… las series de televisión que no eran telenovelas, donde empezaron a surgir personajes que no eran hombres blancos heterocis.
Las razones para esto ya las van a leer en otro texto, pero en definitiva, aunque la inclusión es positiva, las motivaciones son financieras primero, culturales después. En cualquier caso, fueron creados personajes con motivaciones, personalidades y conceptos fuertes que desoían el mandato histórico. Hablo en pasado, aunque se mantuvo. Surgieron héroes de minorías. Heroínas. Personajes femeninos que no se sujetaban a lo que quisiese su pareja masculina o que rechazaban su presente.
Personajes como Skyler White.
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Cuando hablo de “series de televisión que no eran telenovelas” me refiero justamente a los TV shows, generalmente dramas (pero no obligatorio) con hombres protagonistas. En estos TV shows, es bastante común que el o los personajes femeninos recaigan en algún estereotipo clásico: la hinchapelotas, la ligera de cascos, la mujer seria obsesionada con su trabajo enamorada del protagonista secretamente. No mucho más. Desde ya, con matices.
Betty Draper, esposa de Don en Mad Men, sería una versión de “la seria”, pero en un show ambientado en los 60s y escrito como los dioses. Carmela Soprano, esposa de Tony en The Sopranos, una versión de “la hinchapelotas” en otra serie escrita como los dioses. (NdE: Aunque en Carmela se ve un atisbo de lo que vendría: su coqueteo con Furio y el distanciamiento que tiene de Tony, se palpaba un “proto feminismo” en el personaje).
Hay una razón por la cual estos shows que enumero y otros como The Wire, The Shield, Justified, Six Feet Under, Halt and Catch Fire, ER, The West Wing fueron o son considerados de los mejores de la historia. Y es porque supieron esconder en las formas esos estereotipos que siempre existen. Porque la realidad es (en principio) distinta. El subproducto de esa exigencia y esa altura evitó eventos como los que tuvo que vivir Anna Gunn, la actriz detrás del personaje de Skyler, acosada de forma online y hasta en público por insensatos, que no solo fueron incapaces de entender que ella es solo una actriz, sino que aparte, el personaje tampoco había hecho nada objetivamente erróneo (salvo no abandonar a su marido).
No es que Breaking Bad es la única serie que expuso así a un personaje. Ni la primera. Ni la última. Ha sucedido con enormes éxitos como Game of Thrones o Lost. Ni tampoco es que tenemos que pensar que en la construcción del personaje estaba el conocimiento de que algo así iba a suceder. Menos que menos considerando que estereotipos como el de Skyler (“la hinchapelotas”) existieron siempre.
No fue a propósito. Al contrario. Fue sorpresivo. Y es por eso, sospecho, que cuando surgió la serie precuela Better Call Saul, su personaje femenino protagonista, la enorme Kim Wexler personificada por la aún más enorme Rhea Seehorn, se construyó alrededor de no cometer los mismos errores. Incluso aunque parezca que está “mal” moralmente, es por eso que no hay espectador (hombre blanco heterocis y de los otros también) de Better Call Saul que no esté enamorado de Kim.
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Lo que sucedió es que el personaje de Skyler existió en coincidencia con el boom de las redes sociales. Breaking Bad, nacida en 2008, surgió palmo a palmo con la globalización de Facebook, y Twitter, los dispensers virtuales adonde la sociedad fue a discutir sus series favoritas. Donde el anonimato y la perversidad de los peores pensamientos podían ser vertidos, condensados y despachados bajo un mantra de “libertad de expresión”.
La factoría quizá estuvo en lugares más agrestes, inhóspitos y oscuros, como 4Chan, activo desde fines del 2003, pero fue en lo masivo de esos mamuts sociales como Facebook y Twitter, y en cientos de entradas de blogs, donde personajes como el de Skyler empezaron a recibir escarnio por sus actitudes ficcionales.
Lori Grimes, la esposa de Rick, el “héroe” de The Walking Dead, otra serie que nació con las redes sociales, también fue vituperada con virulencia. Estas críticas, este odio, existió siempre, pero no existía el espacio para desplegarlo, que a la vez, cuando apareció, contribuyó a la construcción de un desagrado ideológico.
Que quede claro, no es que la crítica provenía de los hechos que cuenta la serie. Si no de la percepción de lo que deberían haber sido. De lo que deberían haber hecho. De un ideal que provenía de la febril imaginación de comentadores que, adelantándose al debate de las “trad wives” pretendían eliminar “el conflicto” en virtud de un presente distinto para sus héroes.
No entra en debate nunca si esos héroes, antihéroes o villanos protagonistas, merecían el trato y es que el malo nunca es uno. Tampoco entra en debate por qué se desarrolla esa conexión emocional con un producto cultural que fuerza o revela esas posiciones ideológicas.
En uno de los capítulos iniciales de la serie, Walter le comenta a sus alumnos que él reconoce a la química como el estudio del cambio. Breaking Bad, como relato, es una evolución de ese concepto. Todos cambian. Lo hace Walter por supuesto, pero también Jesse, Hank, Saul, Mike, Gus y por supuesto, Skyler.
Lo que necesita volver a cambiar ahora es la sociedad.
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