Sebastian Bronico
15-09-2024 21:23

Batman es el superhéroe más popular.

Un abordaje histórico basado en números de ventas lo dejaría en segundo lugar, debajo de Superman y por sobre Spider-Man. Esto es teniendo en cuenta la totalidad de números vendidos desde la Era Dorada, y no se discute con los datos concretos.

Lo que sí se puede discutir es cómo y por qué se fueron volcando los números hacia el hombre murciélago a partir de la década del ‘70 con el inicio de la etapa de Dennis O’Neil, uno de los mejores (sino el mejor) guionistas del personaje; derivando en un incremento de popularidad tal que alcanzó un total de 118 (ciento dieciocho) títulos relacionados y se convirtió en la franquicia con más transposiciones entre novelas, videojuegos, películas y series (tanto animadas como live action). Si la tendencia se mantiene, no pasará mucho tiempo para que supere al buen kriptoniano en singles vendidos.

Batman se convirtió en el superhéroe más popular porque, contra intuitivamente, es un reflejo aspiracional del lector promedio de historietas.

Superman es un dios caminando entre mortales, un modelo inalcanzable que sirve como guía moral impoluta, mientras que Spider-Man es demasiado humano a pesar de sus superpoderes, privado siempre de estabilidad emocional y laboral, cosa que ya parece saña de parte de los editores de Marvel.

Digo contra intuitivamente porque desde los aspectos formales, el encapotado es un millonario propenso a la sociopatía por un duelo que nunca pudo superar, que se disfraza por las noches y actúa como fuerza parapolicial independiente que apalea pacientes psiquiátricos muchas veces pobres, porque cualquier cosa antes que hacer terapia. Esta lectura superficial puede enamorar a más de un fascista o libertario (que es, a fin de cuentas, un fascista que no se baña), pero lo que nos importa es la lectura profunda.

Bruce Wayne, el alter ego civil de Batman, es un hombre común y corriente. No desarrolló poderes por la radiación solar ni fue mordido por un murciélago radioactivo. Es un hombre que se enfrenta tanto a ladrones comunes como a entidades cósmicas, saliendo victorioso en cada ocasión valiéndose no de rayos calóricos ni agilidad metahumana propia de las arañas, sino de su ingenio: el del mejor detective del mundo.

Uno lee a Batman desde niño con una expectativa diferente a la que se usa para abordar otros cómics: mientras nos maravillamos pensando cómo Superman va a ganar, con Batman lo hacemos pensando en cómo va a resolver. Superman puede ganarle a Mongul dándole un soberbio puñetazo a su nave Warworld para enviarlo fuera de nuestro sistema solar. Batman no podría hacer tal cosa, por lo que tiene que estudiar cómo resolver el problema dentro de sus limitaciones. Con suficiente tiempo de preparación, puede deshacerse de ese villano y esa nave con algún plan realizable dentro de los límites de sus capacidades. Y es esto último lo que interpela al lector, la posibilidad de decir “con suficiente tiempo de entrenamiento, yo podría hacer lo mismo”.

Uno podría eventualmente desarrollar las mismas habilidades del Caballero Oscuro, más nunca las de Superman o Spider-man. Esto lo baja a tierra, lo hace palpable. No vemos a un otro, sino que nos vemos a nosotros.

La humanidad de Batman no pasa únicamente por las limitaciones físicas en comparación al resto del equipo de la Liga de la Justicia. Es alguien que teniéndolo todo, perdió todo desde muy pequeño cuando asesinaron a sus padres en frente suyo. Creció agobiado por el dolor de esas ausencias y culpándose de las mismas en cierto modo. Se presenta así un dolor con el cuál el lector puede empatizar fácilmente.

Trabajó cuerpo y mente para alcanzar la mejor versión de sí mismo, para convertirse en un guardián huérfano que no le permitiría al crimen crear nuevos huérfanos en su ciudad. Sus dos primeros compañeros, Dick Grayson y Jason Todd, fueron también huérfanos. Bruce vio su dolor reflejado en ellos y, sabiendo lo fácil que es desgraciarse teniendo todo el potencial y todas las razones, decidió contenerlos, educarlos y entrenarlos. Evitar que se conviertan en lo que él se convirtió o peor.

Paterna también a su único hijo biológico, Damian Wayne, que es uno de los mejores detectives y asesinos del mundo con tan solo diez años. Batman cuida de ellos como cree que sus padres cuidarían de él si siguieran vivos. Su voluntad de cuidado choca constantemente con su incapacidad de relacionarse sentimentalmente de manera sana; y el lector puede apreciar fácilmente que, incluso Batman, siendo el hombre más inteligente y rico del mundo, puede equivocarse en decisiones mínimas como cuándo dar un abrazo o pedir disculpas cuando corresponde.

La galería de villanos de Batman cumple un rol fundamental en la cuestión de popularidad. Como sucede en los sistemas semiológicos de valor conceptual, se valoriza en cuestión de lo que es, pero también de lo que no es. Los villanos de Batman son un Batman que no fué.

La mayoría de ellos tienen una historia de origen que parte de una terrible tragedia y el descenso a la locura por no poder lidiar con ella los convierte en lo que el hombre murciélago podría haberse convertido, o en lo que puede convertirse en cualquier momento. Esto convierte también en reales y próximos a los antagonistas de la obra. No hay grado de proximidad alguna con Brainiac, la inteligencia artificial de orden cósmico, o con Morlun, el vampiro psíquico pandimensional, villanos de Superman y Spider-Man respectivamente.

En la novela gráfica The Killing Joke, escrita por un exquisito Alan Moore e ilustrada por el magnífico Brian Bolland, se plantea que la locura está a solo un mal día de distancia. La obra relata las penurias de un comediante frustrado de stand-up al que se le van terminando las opciones y comienza a evaluar el delinquir para poder alimentar a su familia. Termina pactando ser cómplice de un robo a una planta procesadora de químicos, a la vez que pierde a su mujer e hija en un incendio por accidente. El robo es frustrado por Batman y, en la huida, el comediante cae a un tanque de desechos tóxicos que lo deforma, quitándole el último resabio de cordura y convirtiéndolo en el Joker. Esto es algo que podría pasarle a cualquiera, y por eso sentimos de cerca a estos villanos.

Un último elemento a destacar sobre la popularidad de Batman es el éxito transpositivo del personaje. Salvo contadas excepciones, todas las veces que Batman saltó de las páginas del cómic a otros lenguajes tales como el cine o las series, fue recibido con gran aceptación tanto de la crítica como del público.

Ver al superhéroe continuamente en diferentes contextos y funcionando, va generando una predisposición general a su consumo. Crea, en términos de la semiótica de los géneros, un horizonte de expectativas que siempre (o casi siempre) cumple. El Batman de Tim Burton de 1989 construyó las bases de un público adulto neófito para el consumo de algo mal estigmatizado como “infantil”. La posterior serie animada de Bruce Timm y Eric Radomski aportaron un salto de calidad al medio, tanto en lo retórico como en lo temático, generando un efecto enunciativo de mayoría de edad.

Batman era, entonces, para todas las edades. Un producto a veces adulto que podían disfrutar las infancias, pero también un producto a veces infantil que podían disfrutar los adultos. Estos saltos transpositivos han demostrado también que el universo que ofrece el mythos de Batman es tan rico que permite moverse cómodamente entre macrogéneros y géneros. Sin perder la escencia, el encapotado se ha sabido mover entre el policial clásico, el policial negro, el murder mystery, el western, el thriller psicológico, la aventura clásica, la piratería, el espionaje y hasta la comedia. Cuanta más cintura se tiene para abordar la mayor cantidad de gustos, más popular se vuelve.

Batman es el superhéroe más popular porque lo que nos separa de él, tanto en lo bueno como en lo malo, es mínimo (siempre descontando los millones de dólares en el banco, aunque los Galperines y Bezos del mundo digan que es una nimiedad). Porque su historia podría ser la nuestra. Porque sus némesis podrían ser nuestros némesis. Es una distancia que percibimos transitable y posible, la distancia entre todo lo bueno que podemos hacer a partir de todo lo malo que nos hicieron.


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Sebastian Bronico
Artista, redactor y jugador de jueguitos. Expuse en el Borges y en el Recoleta, publiqué en Italia, Portugal y USA; pero el honor más grande fue que me rechazaran en el Concurso de Dibujo Bayern ’95 categoría menores de 13 por creer que mi trabajo lo había hecho un adulto. Marxista y bostero.