![Meme midwit bell curve gordo se viene gordo no pasa nada](https://revistamecha.com.ar/wp-content/uploads/2024/06/8xokb5.jpg)
(NdE: este meme no estaba en el borrador de Lu pero me parecía criminal que no estuviera)
Lo genial de la lengua castellana es que permite transmitir mucho con muy pocos elementos, en este caso, la flexión de género.
La tesis es sencilla y al punto: no hay gordos se viene y gordos no pasa nada, hay una distribución sexuada de la esperanza.
No porque no haya hombres esperanzados y esperanzadores, los hay, pero suelen ser considerados poco hombre y despreciados por sus pares. No está bien visto creer. Y no lo digo ni siquiera metiéndome en el terreno de la astrología, el tarot y las energías, me refiero a la fe mucho más mundana en la capacidad humana de transformar su entorno. Que más que fe es empiria, dice la mujer que vota, estudió y pudo casarse con otra mujer, todos derechos impensados hace no tanto.
Volviendo, la esperanza es una emoción que lo pone a uno en un lugar de inmensa vulnerabilidad, porque está emparentada de cerca con la ilusión. Y las ilusiones pueden romperse. Y uno puede terminar llorando por días como yo la semana siguiente al ballotage de noviembre pasado. Porque realmente creí. Porque vi algo moverse en al menos un sector del pueblo, que salimos desesperados a las calles a intentar salvar la patria que amamos, y creí que podía alcanzar.
No alcanzó. Pero no significa que toda la pulsión de vida haya sido drenada de esta tierra austral, dejándola yerma por los siglos de los siglos. Seguimos acá y la seguimos peleando. Pero creer que eso un día va a dar resultado, reitero, es ponerse a uno mismo en un lugar de vulnerabilidad. Y eso en un nene queda feo. Como usar rosa. Como llorar. Como escuchar a Taylor Swift.
Entonces, sostengo, esos mecanismos de autoreproducción del patriarcado se solidifican en un sistema de creencias tan firme que parece autoevidente: no va a pasar nada porque nunca pasa nada porque yo sé que nunca pasa nada.
Lo cual me lleva a:
La epistemología del pene
Hay muchas cosas que me enajenaron del feminismo en los últimos años. No me parece reparatoria la justicia penal. No quiero castrar violadores. No cancelaría a casi nadie (JK Rowling, te estoy mirando a vos). Creo que la prostitución es tan indigna como vender cigarrillos, trabajar para un banco o publicitar los chocoarroz (son una infamia), e infinitamente más digna que cualquier forma de trading, crypto, o peor aún, coaching ontológico.
Me sentí muy fuera de las consignas por mucho tiempo. Pero algo que nunca dejó de estar acá muy cerca de mi corazón es el odio al mansplaining. Seguro hay una explicación más sociológica y es que me crié cheta (que es bastante parecido a criarse hombre) y por ende odio que me expliquen cosas que ya sé, subestimando mi conocimiento.
Elijo creer (como cheta, como creen muchos hombres) que es porque la vi. Creo que el gran problema de nuestro tiempo, acá, hoy, deep mileiato, república de Galperonia, es la epistemología del pene. El pene metafórico, entiéndase, no estoy planteando un binarismo terf. Pero es algo así como que si lo pensó un hombre entonces debe ser cierto.
Durante algunos años esta epistemología estuvo bastante mal vista y se la tuvieron que guardar. Pero ganó Milei. Para los que votaron como para los que no y se oponen públicamente, fue una victoria de una ética masculinista. Ética en el sentido del ethos del que hablaba Aristóteles en su Retórica, una forma de ser, una construcción de la propia imagen. Una forma de existir en el mundo, una fachada. En resumen, está bien ser macho. Volvieron los días de sol. Lo cual me lleva a:
¿Por qué no hay un día del hombre?
Cada vez que critiques a Moreno o a Rebord en un círculo progre/peronista/de izquierda/lo que sea, un hombre se va a enojar visiblemente. Probablemente gesticule, masculle, o lo peor: empiece a vomitar argumentos incoherentes defendiendo la honra del criticado como si le hubieras pegado a su madre. Probablemente te acusen de cancelación. Pasaba el año pasado con Scioli, hará dos con Alberto.
Se puede decir algo de la relación parasocial subnormal que desarrollan individuos de todo género y clase con figuras de la esfera pública pero hay algo más, porque cuando le decís a una swiftie de 25 años que Taylor tiene la madurez emocional de una nena de 15, probablemente responda “jaja, tal cual” y te mande un meme. Cuando le decís a un hombre de 35 que Moreno no es un dirigente de verdad sino un títere de madera haciendo sombras contra la pared a pura fuerza de pauta de una mano negra, o que Blender está financiado por Milei a través de Daniel Parisini, empieza a sacar espuma por la boca.
Siento que estoy debatiendo todos los días por qué no hay un día del hombre.
Varias veces por día.
Y hay dos formas de mirarlo, el determinismo, “nunca van a cambiar”,“boys will be boys” y la resignación. O la manera femenina. La otra vez en un evento militante feminista una compañera dijo algo que no puedo olvidar: si los hombres piensan dejar vacante el espacio de la esperanza, será la tarea femenina ocuparlo.
Lo cual me lleva a:
¿Volvieron los días de sol?
La reacción de los varones al asesinato a sus modelos de masculinidad me recuerda un poco a esa escena en la que lo que queda de Voldemort se retuerce y muere lentamente debajo de un banco en la estación King’s Cross en la última peli de Harry Potter
O a las cinco etapas del duelo. Quizás entre el 2015 y 2024 mientras asentían en silencio y aceptaban que les dijéramos “aliaddines” si querían aportar algo, estaban en negación.
El triunfo de Milei representa claramente la ira. Este apego a figuras de masculinidad “irreverente” a la CQC en los 90 -pero con perspectiva de clase y deseos de un futuro económicamente próspero- me hace pensar en la negociación. Resigno las formas de violencia más obscenas, pero dejame tener esto. Renuncio al horizonte de mi tío gritándole a la mujer en frente de toda la familia, pero dejame ser mi tío cuando bailaba “Somos los piratas” desaforado en el 15 de mi hermana. Se están aferrando a los márgenes de un modelo que, elijo creer, está muriendo.
Pero es más que elegir creer. Como dije, la esperanza es femenina. Y la furia femenina es una excelente fuente de energía.
Por eso, creo, en estos días que corren mi amor, en los que casi cien facultades de todo el país están tomadas contra el veto de Milei, me salen en el TL de twitter un par de varones repitiendo como un mantra que no va a pasar nada, que no pasa nada, que no está pasando nada. El nihilismo es hoy por hoy el equivalente a comprarse un Lamborghini para los varones yankis con complejo de pene chico. En los 90 pasaba un poco lo mismo, dos de los escritores argentinos más reconocidos de la época se caracterizan por su cinismo y su nihilismo. Fogwill murió hace catorce años, pero el Turco Asís sigue yendo de panelista a la tele y twitteando en exactamente el mismo tono en el que escribe sobre la desconexión entre pueblo laburante, militancia y dirigencia peronista durante la Masacre de Ezeiza en Los reventados.
Las chicas, por el contrario, nos sentimos un poco como esos martes verdes de 2018.
Recuerdo una anécdota. Salíamos con desconocidas del barrio, organizadas por whatsapp, a colgar de noche pañuelos verdes de friselina en los semáforos. Cuando estábamos cerrando la jornada se acercó tímidamente una chica que volvía de trabajar a decirnos que nunca había tenido un pañuelo verde propio. Le recortamos un triangulito de friselina, lo ató a la cartera y nos despedimos todas diciendo que sea ley, emocionadas como si nos conociéramos de toda la vida. Éramos parte de algo más grande que nos hermanaba.
Ayer volvía del laburo en un bondi que pasó por la toma de la facultad de psicología de la UBA. Se subieron un montón de estudiantes y entre pitos y flautas terminamos con una vieja tanguera y una estudiante de psico explicándole el veto en inglés al australiano que había conocido la vieja en la milonga. Nos despedimos deseando que siga la lucha. Y sentí eso de vuelta. Esa cosa que me hace ir todos los 24 de marzo a la plaza. Ese aire efervescente de la noche de los pañuelos de friselina.
A veces solo hace falta un sinsajo. O una mecha.
Y que arda.
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