Truffaut decía que no existe el cine anti-bélico. Por su propia naturaleza como arte, el cine glamouriza. El director puede tener la mejor voluntad, pero no puede ir contra la regla del medio: las imágenes transmiten más sentido que las palabras, y si hace su trabajo correctamente, la guerra estará retratada con composiciones impactantes. Es imposible, entonces que el cine bélico no glorifique el conflicto armado.Con otras formas de iniquidad pasa parecido. Por eso es tan frecuente la veneración hacia los villanos carismáticos: Tyler Durden, el Joker, Jordan Belfort… es muy dificil no identificarse con ellos cuando parece que la tienen clarísima.
En nuestro rinconcito de amantes de la justicia social (de izquierda y/o peronistas, elija su propio sabor del campo popular) solemos atribuirle este fenómeno a los varones de derecha. Y un poco nos parece que es una falencia personal. Hay que ser un pendejo tarado para no darse cuenta de que El Lobo de Wall Street es una condena del capitalismo despiadado, por ejemplo.
Pero, ¡ay!, resulta que de nuestro lado somos igual de culpables. Y se me ocurre un gran ejemplo: el comic Superman: Hijo Rojo, y su (floja) adaptación animada.
Para quienes no lo hayan leído, Superman: Hijo Rojo es un comic con guión de Mark Millar que explora un universo alternativo en el que la nave que trajo a Superman a nuestro planeta, en vez de aterrizar en la granja de los Kent en Smallville, cae en la Ucrania soviética en la década de 1930. Superman recibe una educación socialista y eventualmente es adoptado por Stalin tras manifestar sus poderes. Por supuesto, todo lo que sigue está lleno de SPOILERS de un comic que tiene más de 20 años, así que si te interesa esta historia, andá y leela.
Con Superman como arma secreta, la guerra fría cambia de trayectoria. El valor de un superhombre socialista no es solo bélico, sino humanitario: la Unión Soviética tiene una herramienta para evitar catástrofes en todo el mundo. Los países del resto del mundo comienzan a alinearse con el Pacto de Varsovia.
Del otro lado de la Cortina de Hierro, un hombre pasa sus días elucubrando planes para matar a Superman y equilibrar la balanza: Lex Luthor, self made-man, prodigio científico e intelectual. Año tras año inventa un nuevo enemigo para Superman, pero siempre fracasa.
Con la muerte de Stalin, Superman lo sucede como Primer Ministro y comienza a acumular más y más poder. Eventualmente su régimen CASI planetario deviene en una tiranía benevolente… pero tiranía al fin.
Con la ayuda de un Brainiac reprogramado (a quien Superman capturó después de que encogiera Stalingrado), el Hombre de Acero tiene un control inusitado sobre las vidas de toda la humanidad. Los disidentes políticos del régimen también son “reprogramados” de la manera más literal posible, convertidos en robots gracias a una especie de Super-Lobotomía. Todo es armónico en la Unión Super-Soviética, porque la discordia es extirpada quirúrgicamente.
Por supuesto, al final Luthor ganará la contienda cuando le demuestre a Superman que está siendo sutilmente controlado por Brainiac, quien jamás abandonó su objetivo inicial. La victoria de Lex es la victoria del individuo, aunque en su régimen iluminado se adoptarían muchas ideas de la utopía socialista kryptoniana, mientras Superman finge su muerte y sale del ojo público.
¿Pero entonces, si Superman estaba siendo controlado por Brainiac, por qué decimos que él era el verdadero villano? Porque ya había dado muestras de sus tendencias de control freak paternalista antes de su llegada. Brainiac sólo aceitó el mecanismo y aceleró los procesos. Y en rigor de verdad, nunca tuvo que coaccionar a Superman, sólo sugestionarlo. Superman pudo haber frenado todo por decisión propia y jamás lo hizo.
Al igual que el edgelord que quiere ser el Jordan Belfort de la bonanza (y no el que va preso y debe denunciar a todo su entorno para recortar la condena), quienes tenemos ideales menos individualistas tendemos a identificarnos con el Superman de los primeros años de su reinado benevolente. Queremos creer en la utopía, pese a que las red flags (nunca más literales) ya estaban firmemente plantadas.
Aún así no faltan quienes de nuestro lado reivindican al Superman comunista. Incluso yo: más allá de las críticas que pueda hacer, tal vez mi amor por esta historia tiene más que ver con la idea de un Superman soviético que de esta ejecución puntual. Esta es una utopía que queremos comprar.
Y posiblemente este sea el mismo proceso que sigue el incel/libertario/machito que admira a todas esas figuras pensadas como crítica de lo que es. No las ve por lo que está reflejado en el texto, sino que compra la idea en estado puro. Compra la parte de la historia antes de que tenga que pagar las consecuencias. Como nosotres compramos al Superman Soviético nos encanta la idea de ver un dirigente con poder y autoridad buscando resolver problemas y mejorar la calidad de vida del pueblo poniendo manos a la obra, aún si la obra critica precisamente eso. Y hasta es posible que, con el tiempo, pasemos a olvidar buena parte de la trama – los íconos son más fuertes que las palabas, y un Superman con la hoz y el martillo en el pecho es tremendo ícono.
A mi también me harta ver a gente horrenda malinterpretando obras que me resultan importantes, eh. Pero a veces está bueno hacer este mismo ejercicio hacia adentro. A lo mejor no es sólo que quienes tenemos enfrente son tarados (que muchas veces lo son), sino que apropiarse de obras potentes es parte de nuestra naturaleza humana.
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