Esta opinión sirve como continuidad de otra que salió hace unos meses sobre el humor rancio, y proviene de discusiones que hemos tenido con gente del staff sobre “cómo es que tal o cual tiene tantos espectadores en Twitch y tal o cual no”. La victoria reciente de Donald Trump sustenta la propuesta de esta tesis.
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Yendo por partes. Siempre hubo audiencia para el contenido “menos trabajado”. Lo que hoy parece una norma de la actualidad, en realidad tuvo espacio en cada época. El Bananero apareció en internet en el 2004, streamers como Coscu existen firmes desde hace más de una década. Entonces hablar de fenómeno actual sería, cuanto menos, impreciso. No obstante, estos personajes no superaban la barrera de internet donde eran consumidos por jóvenes que empezaban a estar “crónicamente online”. Y esto se daba porque su humor no era considerado apto para los que hace una década y media eran aún contemplados como “los medios importantes”.
Acá es donde está la transformación.
La sociedad fue hacía allá.
Es sensato remarcar que esos adolescentes que hace diez años eran fervientes miembros de LA COSCU ARMY, (por mencionar un referente) hoy ya son adultos. Y aunque un porcentaje de ellos probablemente abandonó ese fervor en el transcurso de este proceso de transformación social, otro porcentaje no lo hizo. Es decir, en un ficticio número de mil personas, podría haber quinientas que pasaran a consumir algo más acorde a su edad, y quinientas que no.
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¿Es preocupante?
Poco. Mientras el contenido de estos intérpretes no sea problemático, no hay algo real para debatir. Luquitas Rodriguez es streamer hace casi cinco años, y lleva catorce haciendo más o menos lo mismo . Su público creció con él, lo vio “llegar” y no conlleva ninguna situación compleja de abordar porque su contenido siempre fue más bien aséptico. Divertido como ese compañero de la secundaria que querían todos porque cada tanto inventaba algún chiste que quedaba sobrevolando por semanas y no jodía a nadie per se (¿eh? 1 a 0).
Entonces, la discusión pasa por esos que no eran populares hace cinco años, y sin haber cambiado para nada su contenido, encontraron público ahora.
Repito: la sociedad fue hacia allá. No cambiaron ellos, sino que recibieron a una parte de la sociedad que corrió hacia donde estaban parados. Y desde su lugar de público siguen moviéndose: hay una mecánica actual de medios que consiste en darle espacio a cualquier cretino con seguidores en redes sociales como Tik Tok o Twitter porque, desde el manual de Marketing 1.01, se ahorran el proceso de construcción de una audiencia, porque estos invitados migran las propias.
Hay una docena de razones por las cuales un X puede adquirir popularidad y convertirse en ese cretino invitado a ser parte de un medio, y la primera de ellas es el timing.
Ejemplifiquemos. El humor self loathing / deprecating (autodesprecio) adquirió popularidad en la década pasada cuando atravesamos esa ola de autodiagnósticos de cada trastorno psicológico posible. A la vez, el humor (verde) de “odio a mi mujer” tuvo un bajón enorme de popularidad en la sociedad durante buena parte de esa década gracias a la ola feminista que tomó las riendas de la disputa cultural.
Y justamente de eso es importante hablar.
Compañeros peronistas: si nosotros seguimos pelotudeando con el discurso progresista en un mundo que evidentemente no lo tolera, nos vamos a cansar de perder elecciones. O recuperamos la tradición nacionalista / popular o estamos condenados a desaparecer.
— Pablo (@pablogarello_) November 6, 2024
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Si la sociedad (o una parte enorme de ella) fue hacia allá, fue en parte como reacción a un desequilibrio del status quo que esa porción de la sociedad consideró exagerado. Y esto atravesó todo el arco ideológico. Es muy sencillo señalar “a los fachos” cuando dentro del peronismo hay todo un sector que culpa al progresismo por perder las elecciones y, por lo bajo, repite que los votos no se fueron por la situación económica sino por la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo y los DNI para transexuales.
Atrasados sociales hay en todos lados y la permeabilidad (o mutación) ideológica es total. Si tengo que ser brusco al definir, tiene que ver no tanto con una posición concreta en lo estrictamente político, sino en lo sociocultural: ganó, en definitiva, el odio a la mujer. El de siempre. El que existe, existió y va a existir deviniendo en nuevas versiones gracias a las nuevas consideraciones de género.
El hilo conductor entre el planteo de la problemática inicial y esta propuesta es muy fino. Casi invisible. Lo sé. Lo entiendo. Pero está ahí.
Sucede lo siguiente:
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Admitir algo así es duro. Solo un porcentaje muy menor (y desequilibrado) de los hombres diría abiertamente que siente odio hacia todo un género. Para el resto, y en sus mentes es algo muy real, el problema es que la sociedad los culpó de todo lo malo y/o los redujo, los inferiorizó. Pero lo real, no lo que habita en sus mentes sino lo verdaderamente real, es que hubo una disputa temporal de sus privilegios y la juzgaron inentendible.
El triunfo de Javier Milei tiene que ver por supuesto con el rumbo económico del gobierno anterior, pero tiene también mucho que ver con una reacción a lo que ese sector de la sociedad concibió como una aceleración desproporcionada del progresismo sobre “los valores”. Esa aceleración tuvo correlato legislativo con leyes promulgadas a favor de la inclusividad, de la libertad de los cuerpos, de sanciones a expresiones patriarcales y a favor de la igualdad de géneros. Tuvo representación ejecutiva con el Ministerio de la Mujer. Y también tuvo representación en todos los estamentos de la sociedad y la cultura donde empezaron a proliferar los sectores y ramas representativas de las mujeres. El crecimiento del fútbol femenino es un buen ejemplo de lo que aconteció.
Ese sector crítico de lo progresista vio como el Estado, a menudo lentísimo con sus propias solicitudes y sus lugares de costumbre, iba más rápido que lo que ellos podían o querían avanzar. Esto, por supuesto, descontando a los sectores ideologizados que ya tenían una posición formada profundamente contraria a esos valores.
Fue demasiado. Y por consiguiente, reaccionaron refugiándose en quienes les ofrecían un espacio donde podían permanecer en ese atraso, en su lugar de confort.
En el voto, acompañando a un candidato conservador que prometió disolver toda expresión de igualdad.
En la cultura, siendo público objetivo de todo representante que, sin ser evidentemente de tal o cual manera, funcionara como exponente de esos valores de antaño, del retroceso.
Si fuera pesimista diría que, incluso con algunas caídas, el golpe fue tan duro que ya no hay salvación. Pero no lo soy. Si a toda acción sucede una reacción, en algún punto se recuperará cierto grado de normalidad y esos rancios que son exitosos hoy, serán señalados como tales. Incluso aunque permanezcan siendo famosos.
Porque famosos rancios hubo siempre. Pero no siempre fueron parte del canon.
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