El hombre no puede obtener nada sin primero dar algo a cambio. Para crear, algo de igual valor debe perderse. Esa es la primera ley de la Alquimia de la Equivalencia de Intercambio. En ese entonces, realmente creíamos que esa era la única verdad del mundo. (Frase que Edward y Alphonse Elric (re)citan al principio de cada capítulo).
Fiel a su estilo provocador, Slavoj Zizek suele decir que Hegel fue el primer pos-marxista. Siguiendo esa línea en apariencia paradójica, es posible afirmar que la primera adaptación de Full Metal Alchemist (FMA en adelante) es una respuesta a la segunda, y mucho más popular, adaptación de la obra de Hiromu Arakawa: Full Metal Alchemist Brotherhood.
Es de sorprender que, con la consolidación de la industria cultural japonesa a nivel global, sean pocos los mangas y animes mainstream objeto de reflexiones y análisis como los que reciben los productos culturales occidentales, siendo quizás la gran excepción a la regla, la opus magna de Hideaki Anno: Neon Genesis Evangelion. Explicar por qué eso sucede no es el objetivo de este texto, sino hacer un incipiente aporte para profundizar en la problematización en uno de sus tantos productos culturales del país del sol naciente que quedaron el segundo plano, incluso entre los cultores del shonen.
Probablemente, una de las razones que explican el poco interés que genera la primera adaptación de FMA es porque comete uno de los pecados capitales dentro de la industria del anime: no ser una adaptación fiel al manga. Justamente, ahí radica la clave de su belleza.
El pequeño héroe ilustrado
La primera distinción que sale a la luz entre el manga y Brotherhood del primer anime es el tono. El manga es probablemente uno de los ejemplos más pulidos de lo que se espera de un shonen clásico: un universo original, peleas memorables, estilo alegre y un final feliz, ingredientes que permiten digerir algunos de los pilares trágicos sobre los que se cimenta la narrativa principal.
En la vereda opuesta está FMA, que, incluso valiéndose de un tronco argumental común durante poco menos de la mitad de la serie, abraza hasta el final la melancolía con la que inicia la historia de los hermanos Elric y trata de manera notable su problemática central: la pérdida.
Si hay algo que Edward Elric aprende a lo largo de FMA es que la primera regla de la alquimia (“siempre existe un intercambio equivalente”) es mentira. Siempre hay algo que se pierde, siempre hay algo que falta, que se escapa.
La serie se encarga en reiteradas ocasiones de demostrarlo, incluso desde el arranque, con la transmutación fallida de su madre en un intento de revivirla. Esa lección es particularmente dolorosa para Edward, quien se nos presenta como una suerte de humanista ilustrado y racionalista, de actitud cínica ante la religión y el pensamiento mágico, algo que incluso es reforzado por la ambientación de la serie, de estética steampunk victoriana.
Tal como recuerda Maxx Horkheimer en la Crítica de la Razón Instrumental: “Los sistemas filosóficos de la razón objetiva implicaban la convicción de que es posible descubrir una estructura del ser fundamental o universal y deducir de ella una concepción del designio humano”.
Como todo buen ilustrado, Edward tiene un imperativo categórico que le sirve de brújula moral: la primera regla de la alquimia, una forma de ser y estar el mundo que para él se traduce en una ética meritocrática, la cual inevitablemente entra en crisis durante la confrontación contra Dante, la antagonista final de la serie:
—Dante: ¿Equivalencia? No me digas que aún crees en esa teoría ingenua.
— Edward: No es una teoría, es una ley absoluta de la alquimia. No, del mundo. Para obtener una cosa, algo de igual valor debe perderse. No pudiste haber llegado hasta aquí sin saber eso.
— Dante: Una hermosa historia para consolar a los oprimidos y hacer que los niños hagan sus tareas. La verdad es que la Ley de Equivalencia de Intercambio es falsa.
— Edward: Imposible
— Dante: Para ganar, algo de igual valor debe perderse. En consecuencia, si abandonas algo, siempre ganarás algo de igual valor a cambio.
— Edward: Exacto, es por eso que las personas trabajan duro, porque hay recompensa.
— Dante: Estás equivocado, las personas trabajan duro porque las personas creen que habrá recompensa. Pero igual esfuerzo no siempre significa igual ganancia.
— Edward: ¿Qué dices?
— Dante: Considera el examen para alquimista estatal, el cual aprobaste con honores. ¿Cuántos más lo tomaron ese día? Pasaron meses, años, preparándose. Algunos trabajaron más duro que tú. Sin embargo, fuiste el único que aprobó. ¿Dónde estuvo la recompensa, es su culpa que no tengan tu talento?
Crítica a la razón alquimista
Justamente, lo más sublime de FMA como obra es la conceptualización que hace sobre la alquimia. En el mundo creado por Arakawa, la alquimia es un tipo de magia que se rige bajo un precepto rector: para poder transmutar (o transformar) un objeto en otro, el alquimista debe comprender cómo está formado dicho objeto a nivel molecular.
Después debe destruirlo, para finalmente recomponerlo en una forma nueva que tenga molecularmente los mismos elementos. De lo contrario, no será posible la transmutación. En la práctica, el intercambio equivalente se divide en dos partes:
La Ley de Conservación de la Masa: Establece que la energía y la materia ni se crea ni se destruye de la nada, hasta el punto de la no existencia elemental. Por ejemplo, para crear un objeto que pesa un kilo, por lo menos un kilogramo de material es necesario y la destrucción de un objeto que pesa un kilo se reduciría a un conjunto de piezas, la suma de lo que pesa un kilo.
La Ley Natural de la Providencia: Indica que un objeto o material hecho de una sustancia o elemento sólo puede ser transformado en otro objeto con la misma composición y propiedades básicas de las que es el material inicial. En otras palabras, un objeto o material compuesto principalmente de agua sólo puede ser transformado en otro objeto con los atributos del agua.
La referencia al mundo real de la que abreva es clara: el de la ciencia de la naturaleza newtoniana, sobre la cual se aplican las leyes deterministas de la acción y de la reacción. Un sistema en donde todo objeto sensible puede ser aprehendido, reducido y sintetizado a una suma de valores matemáticos equivalentes entre sí. Incluso la piedra filosofal, la creación alquímica que supuestamente puede saltearse la regla de la equivalencia, resulta estar sometida a ella, ya que durante el trascurso del anime se descubre que la materia prima para su creación son las vidas humanas.
Sin embargo, y a diferencia del tratamiento que recibe en el manga, sobre el final de la historia se vislumbra que la alquimia se rige bajos los preceptos de un sistema más complejo que el de la física clásica: el de la termodinámica. Esto se desprende del hecho de que para realizar la práctica alquímica, la energía proviene de otro mundo, el nuestro. De lo contrario, el mundo fantástico de FMA sería una suerte de máquina perpetua, violando el segundo principio de la termodinámica.
Este principio termodinámico queda de manifiesto en el diálogo final entre Hoffeinheim y Dante en torno la posibilidad de utilizar la piedra filosofal para mudar de cuerpo eternamente:
— Hoffeinheim: Dante, no existe tal cosa como la vida eterna.
— Dante: ¿Cómo puede mi alma pudrirse?
— Hoffeinheim: Ni siquiera las almas son inagotables. Cada vez que saltamos a otro cuerpo dejamos algo de energía atrás. Ahora nuestras almas ya no tienen energía para mantener un cuerpo. Debes enfrentar la verdad Dante, así es como moriremos.
El capitalismo es una quimera y los homúnculos son un síntoma.
Es con base a esta lectura que se puede plantear una interpretación aún más profunda, en la cual se entiende a la alquimia “termodinámica” como una alegoría al capitalismo, o quizás más precisamente, del capital, entendiendo a la apropiación de energía del universo paralelo al que viven los protagonistas como una acumulación originaria del capital.
Indicios de este paralelismo entre el capitalismo y la alquimia se encuentran presentes en la ética meritocrática de Edward, aunque ya estaban al descubierto desde el principio de la serie, cuando se presentan los principios de la alquimia. Después de todo, el intercambio equivalente, inspirado en la física newtoniana, no es más que una abstracción que ya está presente en el intercambio de mercancías. Como bien explica Zizek, en torno a los planteamientos de Alfred Sohn-Rethel:
“Antes de que el pensamiento pudiera llegar a la idea de una determinación puramente cuantitativa, un sine qua non de la ciencia moderna de la naturaleza, la pura cantidad funcionaba ya en el dinero, esa mercancía que hace posible la conmensurabilidad del valor de todas las demás mercancías a pesar de la determinación cualitativa particular de las mismas.” (“El sublime objeto de la ideología”. Editorial Siglo XXI).
Mientras, para la escuela neoclásica de la economía, las sociedades óptimas son las que logran condiciones perfectas de intercambio entre la oferta y la demanda. El filosofo francés Mark Alizart explica que:
“Con Marx, y quizás sobre todo con Engels, la economía pudo ser pensada adecuadamente por primera vez según el modelo de los sistemas dinámicos “alejados del equilibrio” — aquellos que describe la termodinámica– caracterizados por choques violentos y desordenados entre moléculas o transiciones entre estados imprevisibles.” (“Criptocomunismo”. Ediciones La Cebra).
Concepto marxista por excelencia, la plusvalía se representa en FMA de una forma descarnada: a través de la creación de las piedras filosofales, las cuales necesitan de sacrificios humanos para crearse. Sin embargo, y como se explicó en el subtítulo anterior, la piedra filosofal no resulta en una especie de “cheat” que permite saltearse las reglas de la alquimia, obedece sus reglas y es parte constitutiva del sistema, de la misma manera que la explotación del proletariado y la apropiación de la plusvalía por parte del capitalista son una parte constitutiva del capitalismo.
En un tercer orden, incluso se puede pensar a los homúnculos de la serie como un síntoma social de la alquimia. Retomando a Zizek, este explica que “el síntoma, hablando estrictamente, es un elemento particular que subvierte su propio fundamento universal, una especie que subvierte su propio género”.
Nadie encarna mejor el concepto de síntoma que los homúnculos. A diferencia del manga, donde son creación de Padre, el antagonista, en la primera serie su origen resulta más azaroso: son un terrible subproducto de los intentos fallidos de lograr una transmutación humana. De ahí que adopten las formas de las personas que intentaron volver a la vida, e incluso sean capaces de retener algunos de sus recuerdos, como es el caso de Lujuria.
Son justamente el punto de excepción paradójico que funciona como negación interna y constituyente del sistema. La alquimia no puede traer a una persona de la muerte, sin embargo, sí puede crear homúnculos: casi humanos que vienen a recordar constantemente lo que no son, reafirmando su carácter negativo dentro de la ecuación alquímica. It’s not a bug, it’s a feature!
Nuestro villano de la semana es Juan Pollio, lo podés seguir en Twitter como @JdePollio o apoyar su emprendimiento sobre divulgación y humor en Instagram y TikTok
Un neurótico que escribe de economía para subsistir y de todo lo demás para vivir. Anacrónico intencional, como todo buen nostálgico.