Identificando a un servicio

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Identificando a un servicio

Nos encanta pensar que los servicios de inteligencia están plagados de James Bonds saltando de aviones, corriendo por techos de trenes y ganando partidas de póker por la seguridad nacional. Sin embargo, la realidad es bastante más terrenal y, desprovista de artificios, un “servicio” en Argentina tiene más en común con Tomás Rebord que con Jack Ryan.

 

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De prólogo huelga avisar, creo con intensidad que los servicios de inteligencia son necesarios. No como funcionan ahora, como riñón del poder financiero, sino como deberían existir: para prevenir amenazas a la seguridad de un país. No parece que hayan operado de esa manera en ningún momento de la historia. Tal vez el Mossad sea el único organismo de esta índole que realmente trabaja con el objetivo de salvaguardar el país del cual es parte. Lamentablemente ese país es Israel, pero es materia de otro debate.

Me quiero concentrar en Argentina de momento hasta que llegue el momento de ser trasnacional.

Desde principios del siglo XX tenemos algún tipo de agencia de inteligencia cuya función fue siempre, más o menos, la misma: identificar amenazas internas al poder hegemónico. Estas prácticas de espionaje tomaron especial fuerza antes de la Segunda Guerra Mundial, en la Década Infame, con la persecución de comunistas y anarquistas que empezaban a tomar el control de los sindicatos. Por esa época, los agregados de inteligencia provenían en multitud de las fuerzas militares y previo al primer gobierno peronista, pertenecían a la órbita del Ministerio del Interior. Cuando Juan Domingo Perón, vicepresidente bajo el gobierno de facto de Edelmiro Farrell, se hace cargo del Ministerio de Guerra, la cartera de inteligencia pasa a estar bajo su influencia y se crea por fin la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE).

 

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La función de la SIDE, desde siempre, fue la rosca interna. Quedará pendiente descubrir el alcance de su participación en cada golpe de Estado, ataque terrorista, renuncia presidencial o protesta que termina con víctimas. El argentino promedio –siempre hablando de un ser humano con cierto nivel de interés por la política local- tiene naturalizado relacionar cada hecho catastrófico de la política local con una operación o intromisión de servicio de inteligencia.

Esto es así porque, de forma histórica, los “servicios” nunca fueron sencillos de identificar. No es que tenían un recibo de sueldo común. A lo largo del tiempo, gracias al trabajo de diversas fuentes, se pudo ir confeccionando una suerte de listado de características que pueden ser útiles para reconocer a un espía. Para un mejor entendimiento, quizás haya que trazar una línea entre lo que fue la SIDE y lo que fue la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), el reemplazo creado durante el último año del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y cuyos potenciales operativos tenían mas cercanía a Horacio Verbitsky (del cual siempre se sospechó su servilletud) que a los carniceros del Batallón 601.

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La “profesionalización” de la SIDE en su versión AFI tuvo que ver con democratizar y ralear de operadores al Servicio de Inteligencia siempre concentrado en su supervivencia. En llamar a concurso, y operar con cierto nivel de legalidad. Por supuesto, esto no funcionó. Tampoco había intenciones reales de que se lograra.

Jaime Stiuso, personaje clave en la causa AMIA, fue despedido en diciembre del 2014, apenas un mes antes de la muerte (aún en investigación) del fiscal Alberto Nisman, encargado de la investigación en el expediente. Stiuso era un nombre fuerte en la SIDE, nombre que también estaba blanqueado. Por cada agente con carnet, hay una decena que pasean por pasillos muy oscuros cuyo trabajo diario es totalmente distinto al de un espía hecho y derecho. Y esa es una característica identificable.

La SIDE/AFI no se nutre de Carries, Dar Adals y Saúles. Los tiene, por supuesto, pero su capital humano, sobre todo en esta era, son egresados de ciencias políticas, derecho, sociología, periodismo, sistemas, análisis de datos, ciberseguridad. Personas que tienen algún interés político y acceso a información sensible pasible de ser utilizada de una u otra manera.

Tienen varias funciones principales:

Distribuir esa información. Ayudar al vulgo a comprenderla. Forjar una narrativa en base a esa información. Construir una comunidad que reaccione a la misma. Hace treinta años se utilizaban los periódicos de papel, los programas periodísticos de televisión, los noticieros, los locutores de radio con seguidores. “El sobre” del cual se habla constantemente, tiene su génesis ahí. Hoy, aparte de todos esos medios, existen las redes sociales y las granjas de bots que tienen la capacidad de promover más rápidamente la información que se quiera viralizar. Y es mucho más automático. A la vez, por ese automatismo, se repite tanto que pierde impacto.

 

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Esa naturalización con la cual contamos los argentinos para relacionar cualquier noticia con una operación hace que vivamos en un conflictivo estado de paranoia constante cuando, de repente, tal vez solo estemos frente a una noticia real. Aunque parezca risible, esa sensación también es un psyop (operación psicológica). Si todo es una operación, y todo es ficticio, ya nos resulta imposible creer lo que sea. Es así que un sector de la población opina con pasión que Nisman fue asesinado mientras simultáneamente considera que nunca existió el intento de magnicidio de CFK, con quince cámaras de televisión, un arma secuestrada y personas arrestadas.

Las operaciones psicológicas existieron en toda la historia. Utilizar un medio de comunicación para informar que estas ganando una guerra que en realidad estas perdiendo es efectivamente una. Lo que se busca es promover una sensación, o emoción, en la sociedad o parte de ella.

Durante la última dictadura cívico-militar, a través de medios de comunicación muy importantes, el ejercito difundía noticias falsas sobre atentados guerrilleros así como la idea –que persiste hasta hoy- de que se estaba llevando adelante una guerra contra la subversión. El manual de cómo llevar adelante estos psyops lo desarrolló la Agencia Central de Inteligencia (CIA por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos posterior a la Segunda Guerra Mundial con el objetivo de satanizar a la Unión Soviética y desalentar revoluciones que pusieran en riesgo su hegemonía y la globalización de capitales. Hoy podemos ver las mismas operaciones con respecto a China. Y se llevaron adelante a lo largo y ancho de toda Latinoamérica con el fin de cercenar el poder y confianza de la sociedad en los gobiernos populares como durante el Plan Cóndor.

 

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En la actualidad, mediante algo de observación personal, es posible considerar servicio a cualquier periodista (quizás sin título) con pasado y presente sinuoso que afirme tener información privilegiada que la sociedad debería conocer.

El modelo Verbitsky.

Horacio Verbitsky, de nombre de guerra “El Perro”, se exilia en 1974 “perseguido por la Triple A” y vuelve meses antes del golpe del ’76 a colaborar con Montoneros, mientras de forma paralela oficia de editor y asesor del Comodoro Juan José Guiraldes durante la escritura de su libro sobre la fuerza aérea argentina. Es decir, atendiendo de ambos lados del mostrador. No sería la última vez que se manejase de manera contradictoria si reconocemos sus críticas a la Fundación FORD como brazo financiero de la CIA y asumiendo el rol de director del CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) financiado por la misma fundación. Verbitsky ha denunciado que es objeto de operaciones por parte del Grupo Clarín y otros actores políticos y periodísticos (como el Tata Yofre, también a menudo señalado como espía).

Es curioso como muchos de estos personajes tienen apellidos patricios (o poderosos de una u otra manera), fortunas familiares, y éxito y rebote instantáneos.

Este patrón se repite en periodistas actuales que parecen identificarse con una fuerza política –o con una ideología- pero a menudo se ven defendiendo a la contraria. Puede deberse a nuestra imperfecta condición humana. O al sobre.

O a la apasionada convicción de que el Estado no lo forman quienes son elegidos popularmente sino quienes, en las sombras, manipulan sus hilos.

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