“You’ll never live like common people
You’ll never fail like common people
You’ll never watch your life slide out of view
And then dance and drink and screw
Because there’s nothing else to do”
(Pulp)
“swapeando tasa
hedgeando libor
el que no afila el machete
para qué carajo vino”
(Nazareno Castro, “Lamonega”)
El ostensible enmascarado Santiago Caputo es, a mi entender, la figura más interesante del gobierno. No me atrevería a decir la más importante, dado que el Rey Sol de la motosierra hizo de su peculiar desborde y su verba económica un imán y una clave explicativa. Pero sin dudas es el arquitecto, el estratega. En este sentido, considero que este Caputo puede servir para pensar la juntura intensa y particular entre política y ficción que representa La Libertad Avanza. También, se trata de un importador privilegiado en una nueva escena de la historia de las ideas económicas, políticas y culturales en Argentina, país altamente rico en préstamos, plagios y reapropiaciones. En estas latitudes, lo nuevo suele ser copiado, pero toda copia implica diferencia, Pierre Menard, cosas que ya sabemos.
Empecemos por el primer núcleo: el “Mago del Kremlin” sabe del poder de las ficciones, en varios sentidos. En principio, porque varias obras de ficción son su entrada a la política “tradicional”. Para alguien como Caputo, un relativamente joven ingresante a estas arenas desde el marketing y la comunicación, las narrativas son fundamentales. The West Wing opera como una suerte de educación conjetural para lubricar la entrada a la rosca, Fight Club destaca como cuento para atraer soldados dañados y animarlos en el campo de la batalla cultural. Comprende la necesidad del control de la narrativa y de la construcción de imagen y de sentidos como parte de una política cada vez más espectacular, y entiende que el territorio digital era muy productivo para eso. Nuevamente, importaciones: el matrimonio entre la ultra derecha e internet tenía muchos años y Santiago, junto con sus apóstoles, sólo tuvieron que adquirir los starter packs o ponerse a la cabeza de subculturas que ya operaban en las catacumbas digitales. Lo hizo, y acá radica la copia con diferencia, en un panorama ideológico y social desgastado y vencido por varias insatisfacciones acumuladas, inflación, desprecio en aumento hacia los políticos, en una post pandemia de país endeudado y, a su vez, atravesado por las transformaciones del mundo del trabajo y el capitalismo de plataformas.
Ahora bien, el valor de las ficciones en la política es un tópico viejo. Desde un punto de vista gorila, el peronismo fue el gran hacedor de fantasías. El antiperonismo se dedicó, desde la década del 40, a marcar cómo todo lo que rodeaba a Perón eran cuentitos, en palabras de Borges, “una crasa mitología”. Contradicciones del Borges político, que traicionaba sin pudor su mirada de la literatura para injuriar al peronismo como farsa, sin comprender que toda política y toda identidad es, en un punto, una ficción productiva y necesaria. Los símbolos, los relatos, los marcos interpretativos pueden ser más o menos pobres, más o menos conscientes, pero siempre están. Todo está dicho en “Tema del traidor y del héroe”.
Quizás por estos motivos, Caputo señala que ellos están tomando elementos del peronismo y del kirchnerismo, tanto las narrativas como el “autoritarismo” y decisionismo de un líder carismático. Pero esto puede decirse sólo si se acepta el marco interpretativo gorila, y eso es lo que hacen. Recordemos: les chupa la pija la opinión de los kukas, no de sus aliados y votantes macristas, liberales y gorilas variopintos que constituyen su coalición de derecha. Si salimos de ese marco, entenderíamos que lejos de ser novelitas para las masas, el peronismo puso en escena una riquísima panoplia simbólica para que los trabajadores sean sujetos políticos que participen con pleno derecho en la esfera pública y en el reparto de la torta. En la épica peronista, el héroe era el descamisado, y su dignificación implicaba que toda ficción se haga carne y aliento en todos los rincones de la vida social. Bastante lejos de sentirse un emperador romano hermanado con Elon Musk mientras tus ingresos solo alcanzan para pagar los servicios y alguna bebida energizante que aplaque la angustia de un verano con cortes de luz.
En términos de la materia ficcional, a diferencia del peronismo, la construcción mítica, estética y religiosa de Caputo y de LLA es fast en el sentido de fast fashion y fast food: operatorias y productos rápidos, en serie, no originales, fáciles de hacer y de menor calidad que la experiencia peronista del siglo XX. El combo proviene principalmente del norte, como casi todo lo que importa el gobierno: la primacía de las redes sociales (en especial X), la ofensa constante y el ataque como estrategia para llevar la delantera y nunca ser el que da explicaciones, la grandilocuencia épica de cruzados, la estética desbocada de romántico incurable que, por eso, es auténtico, los memes hechos con IA de quijadas y músculos, el mesianismo acriollado con Parravicini, el trajinado Imperio romano como juguete predilecto de los nenes en Internet. Contenidos y formas largamente estudiadas como parte de lo “nuevo” de la derecha, plagio de plagio, pero con el encanto bricoleur que da nuestro país, profuso en mezclas y desvíos que todo lo dejan fuera de lugar. Lo único original, quizás, sea la jerga de Carlos Maslatón que Santiago no abandona en X, a pesar de las críticas a LLA del predicador del Kavanagh.
De todos modos, estos juegos masculinistas campean en nichos digitales en donde se solazan los soldados más comprometidos con la Causa. Por su parte, Milei opta por sus dogmas ya muy doblados de escuela austríaca y metáforas de violaciones, por supuesto, pero también se alía con el humor y las formas de viejo pelotudo condensadas en Coherencia por favor y Nik, bastiones culturales del macrismo de toda la vida. A lo viejo, también lo tienen adentro.
Hay que decir, sin embargo, que Santiago Caputo renovó lo conocido al importar el “Casta vs Pueblo” de Bannon (un gran choreo a la izquierda “populista”, de paso) pero poniendo a la política en el lugar de “Casta”, y cambiando el peronista “Pueblo” por un nosotros mucho más amable para el aspiracionalismo argentino anti populacho: “Argentinos de bien”. Operación simple, ninguna genialidad, pero sólo ellos podían hacerla.
Hay otra dimensión mucho más “personal” del poder de las ficciones según el Mago de la Rosada: la posibilidad de ser un político diferente a través de la máscara, que dice más que el “verdadero” rostro. La paradoja es que Caputo se esconde en máscaras que, a su vez, necesita dar a conocer. Necesita que sepan que se esconde, y en qué zonas se esconde, pero a la vez se divierte con ironía por esta indeterminación. Lo importante, sin embargo, no es quién está detrás del velo de Maya, sino por qué se ejecuta este teatro, qué efectos tiene. La respuesta implica bucear en el antecedente que Caputo, de nuevo, plagia a través de su lectura de El Mago del Kremlin de Giuliano Da Empoli, inspirada en el asesor de Putin, Vladislav Surkov. Esta figura, proveniente del teatro de vanguardia, encontró en la incertidumbre y la opacidad de la época una oportunidad a ser explotada. Siguiendo la estela de los “tecnólogos políticos” rusos, se embarcó en el proyecto de hacer de la política un teatro extraño, lo suficientemente efectivo como para borrar las distinciones entre la verdad y la mentira. No se trataba solamente de la clásica manipulación de la opinión pública, sino de minar las propias bases de la percepción de la gente para instalar una sensación de incerteza y desconcierto. Esto implicaba la mutación constante y el apoyo contradictorio a grupos políticos de ideologías opuestas, incluso opositoras a Putin, mientras dejaba ver todo el tiempo que estaba haciendo estas cosas, generando una incertidumbre total sobre su operatoria y sobre lo fake o no de todo movimiento. ¿Cuál era el objetivo? Dejar a toda oposición en un estado de confusión, pues lo que se transforma y se mueve de forma tan vertiginosa es imparable por su falta de definición. Y mientras, el poder real y los negocios gruesos se dan en otro lugar, lejos de los reflectores. No sé si suena de algún lado.
Por supuesto, podemos ir un poco más lejos y recordar la “gestión de la percepción” para moldear la imaginación pública en los años de Reagan. La diferencia con Surkov, y también con Trump (el gran antecedente) es que LLA es mucho menos indefinible e ideológicamente fanática, dado que Milei y el gorilismo argentino que los secunda son fatalmente predecibles. Podríamos arriesgar: quizás Caputo debe friccionar con estas dimensiones dogmáticas que dificultan su teatrito criollo que, además de la confusión de los adversarios, tiene la función del sostenimiento de la subcultura de iniciados libertarios que reciben directivas del oráculo. Esto lo hace, ya lo sabemos, a través de sus cuentas de X, atribuidas a él pero la duda queda: ¿es o no es? Su estatuto ontológico parece, cuanto menos, lábil. Más interesante es preguntarse por los efectos contundentes de esta estrategia. En principio, las máscaras distraen: como ya nos ha comentado Pagni varias veces, el “Mago del Kremlin” tiene un poder de funcionario y rosquero todo terreno en los círculos de poder judicial y económico. A diferencia del presidente (por lo menos en apariencia), se ocupa de la zona menemista, del capitalismo de amigos, del vil metal y el negociado, lejos de la celestial música de ángeles anarcolibertarios del pretendido idealista rebelde y mesianico Milei. Sus alter ego le permiten mostrar una imagen de estratega político y de leal al territorio twittero que lo vio nacer, hiper accesible, y no solo a otro realpolitikero peleando por los pedazos del país. En ese juego, puede imponer a sus soldados digitales una versión de los hechos deseable para el libertarianismo, y hasta darse el lujo del cinismo distanciado con su propio lugar de responsabilidad. Carnavalesco, el rey se convierte en bufón, y todo el mundo puede rozarlo, en ese baile de falsa horizontalidad llamado redes sociales.
Este último aspecto —la pseudo democracia que proveen las redes gracias a sus máscaras— también le permite distraer a parte del núcleo duro politizado en internet de su origen de clase que, según se explica en la prensa, dista mucho de lo outsider. Ya ser un Caputo en Argentina es reaseguro de varias cosas, crecer en barrios caros de la capital suele sumar a la buena fortuna en el casino vital. Y si de lo que se trata es inventar la idea de “casta” para movilizar resentimientos en contra de los “privilegiados”, la narrativa y la imagen del cheto self made, por más rebelde que sea, no termina de cuajar en nuestro país que pendula entre lo gaucho matrero y maradoniano y el inmigrante esforzado que vino con una mano atrás y otra adelante. Se necesitan disfraces.
Se dice que nuestro personaje no terminó su carrera de Ciencias Políticas en la UBA y comenzó a trabajar en los equipos de Durán Barba. De allí, diría, mantiene el valor del simulacro político y la importancia de la manipulación a través de las nuevas tecnologías; sin embargo, es evidente que hay un plus salvaje de aceleración agresiva y caótica con respecto al macrismo. Caputo envía este mensaje a su predecesor Marquitos Peña, a quien asesina con una metáfora material y desnuda: el libro del ex Jefe de gabinete “vainilla” despedazado y ensartado con aguerrido puñal. Acorde a esta escena, el enfant terrible bien alimentado nos eyecta a diario su belicosidad verbal nunca vista en un integrante gubernamental (sacando al presidente) pero sí en la actividad twittera, que tanto ha excitado nuestras almas puteadoras. Por último, es probable que más allá de toda función y efecto, se trate de una persona que disfruta del anonimato, de la multiplicación de yoes y de los bordes; con ese deseo de des-identificación varios nos podemos identificar.
Dicho todo esto; ¿cuál es el contenido que trafica Caputo, qué ideas y medidas vende en LLA? En principio lo viejo con sombrero nuevo: las mismas figuras del macrismo, las medidas de Martínez de Hoz y la vieja retracción estatal que todos conocemos. Pero mientras Cambiemos vendía su ajuste con viejos gorilas explicando que no podía seguir la “fiesta” para el populacho, el mago prestidigitador presenta el truco del resentimiento a distintos chivos expiatorios y la Causa como el gran señuelo interpelador.
En un plano internacional y global, es aún más importante lo que pasó con Milei y la internacional reaccionaria. El historiador Quinn Slobodian (Crack-Up Capitalism, Hayek’s Bastards) nos explica cómo, hace ya décadas, algunos autores predilectos de Milei nucleados en la neoliberal “Sociedad Mont Pelerin” (iniciada por Hayek) comenzaron a organizar otro imaginario en relación con la geografía mundial y con el tipo de democracia que se necesita para el libre mercado, llegando a la conclusión de que esta podía ser nula. En los 80s, Milton Friedman se obnubila con la performance de la ex colonia Hong Kong y, a contramano del matrimonio entre liberalismo económico y liberalismo político que tanto estimuló a Fukuyama, cantó sus odas a estas zonas especiales sin derechos civiles, sin protección social, sólo con sujetos vendiendo su fuerza de trabajo para seducir inversiones extranjeras. Esta visión en términos de zonas en las que el autoritarismo es tolerable e incluso deseable tuvo muy buena fortuna reciente en Silicon Valley y ciertas figuras clave como Peter Thiel o Elon Musk, que encontraron en filósofos de poca monta —pero con buena pasta para ser influencers de la ultraderecha— una oportunidad para densificar sus planteos, echando mano de reaccionarios chorros de Deleuze, Carlyle, un Nietzsche para matones y otras delicias del siglo XIX. Los principios siempre apuntan a la necesidad de las jerarquías y variantes del darwinismo social, a un orden que es necesario sostener con monarcas CEOs o políticos carismáticos de ultraderecha. El universo memístico y eminentemente varonil de la Alt right y afines hizo la tarea de traducir estas grandes corrientes a subculturas digitales y… voilá, buena parte de la valija de trucos del mago de la Rosada. Incluso, estos imaginarios proveen mundos deseables para un público eminentemente masculinizado: luego de la destrucción del plan colectivista, woke, etc, llega ese paraíso que va desde la ensoñación conservadora con la familia tradicional (refugio de la falta de protección estatal desmantelada y de la precarización laboral en aumento) hasta el pajineo hétero con el cuerpo femenino estilo porno. Algunas cuentas atribuidas a Caputo se encargan de vender estas utopías.
Ahora bien, debemos decir que Milei y Caputo lograron complejizar el eje Modelo-Copia que determina nuestro destino sudamericano hace siglos. Ambos copiaron todo lo que se decía y hacía en la derecha norteamericana y en el liberalismo a ultranza (ideas, estrategias y símbolos) pero lo hicieron de manera tal que sobrepasó o le añadió algo nuevo a los mismos inventores de toda la historieta. Milei toma ideas marginales de la economía a pura salvajada y termina siendo vanguardia, por lo sobregirado y por poner esas ideas e ímpetus leoninos nada menos que en la presidencia de un país. Creo que este es el motivo por el cual se catapulta como una estrella amada por el liberalismo a nivel global mientras nosotros vemos las obvias limitaciones del circo. Caputo, al ver el alineamiento de los planetas y los jugos que se cuecen en un mundo convulsionado y en guerra por reconfiguraciones, aprieta el acelerador de la “batalla cultural” (esto es, la propaganda reaccionaria) con la certeza de que es todo pelota. La invención de mentiras para usar chivos expiatorios en sus antagonismos políticos, controlar la conversación, ocultar las malas noticias pero también desmantelar el Estado e invitar a la sociedad al liso y llano odio a las víctimas de la desigualdad se sustenta en su creencia de que “ya se rompió el pacto democrático del alfonsinismo”. ¿Creerá realmente en todos los tóxicos que vende? ¿Es como Laje, que la consume? ¿O es, como sospecho, más cínico, mas irónico, menos fanático y más pragmático? Interrogantes que sólo me importan a mí, dado que los resultados éticos y materiales para las personas agredidas son los mismos, más allá de los meandros de la intención. Tampoco se entiende la propuesta creativa en el arte de gobierno más allá del goce destructivo de romper todo y reírse de “los cogidos”.
Es muy probable, si sucede, que la caída en desgracia de Santiago Caputo se asemeje a la de su odiado chico vainilla Peña: efecto del chocado de la siempre artera economía argentina. Ahí, la carroza se convierte en calabaza y todo lo elogiado como genial pasa a ser risible, sic transit gloria mundi (aunque en Argentina, lo sabemos, ser un Caputo es caer siempre bien parado y salvado). Mientras tanto, el Mago ejecuta su manipulación de la realidad con trucos que se parecen mucho al optimismo de espejismos y el espadeo de penes del mundo trader, al hype de los fenómenos de internet y las lógicas de influencers, a los predicamentos inspirados de la iglesia evangelista. Aunque también utiliza una versión devaluada de la sintaxis de toda apuesta política, en especial de las vanguardias de izquierdas: cuando quiere controlar la conversación y aliviar a la tropa, asegura que vio el futuro, que todo marcha de acuerdo al plan, que cierto avatar que parece adverso resultará favorable a su Causa. Se trata de la conjugación en futuro compuesto, el “habrá sido” como modo de actuar y de darle forma a lo real, ese efecto Pigmalión que algunos llaman “hiperstición”.

(NdE: O también puede pasar esto, porque la política argentina siempre tiene algo para sorprendernos)
En sus cuentas, despunta además una práctica que desestabiliza a la política tal como la conocemos por su nivel de deschave contra el secreto profesional que a veces usa como arma en la disputa, en especial contra el macrismo (narcisismo de las pequeñas diferencias, no olvidemos que se parecen demasiado o por lo menos se alinean en el gran proyecto). Estos momentos de Caputo son reveladores porque nos muestran, junto con toda la Blitzkrieg de falopa en que se ha convertido la política argentina, lo que ya sabíamos: que ese país de las Instituciones de la República con la que tanto machacaron los liberales anti peronistas de la vida es en buena medida una cáscara vacía, una serie de agentes y estructuras que se mueven por intereses económicos y vendidos al mejor postor, ante las cuales lo único que nos ha salvado es la acción de la sociedad y la política que sí trató de cambiar las cosas, política cuyas formas y figuras, ayer y hoy, son perseguidas.
Los disfraces de Santiago Caputo nos muestran un espejo y una verdad urgente: ni él ni Milei están locos ni son absurdos; lo loco y absurdo es que todo un sistema plutócrata, nacional e internacional, los tolera y hasta los necesita.
Nuestra Villana de la Semana es La Inca, ensayista.