Siempre me gustó estar en la ruta de noche. Es oscuro, misterioso, un poco lúgubre y fresco, y está cargado con un sentido de propósito. Siempre se está yendo a algún lado. Como volver en avión de noche y ver las luces de tu ciudad desde arriba tan chiquitas como guirnaldas navideñas. Hay algo del “Viento Helado” de Rosario Bléfari y sentir que en el camino me lleva el envión de un ventisquero desbarrancado y todo se parece más al principio de una película que al final.
Casi lo único en lo que pienso estos días es en el gobierno. Muy a mi pesar, porque yo solía pensar en cosas. Ahora casi que solo reacciono. Me han hecho volver (una rareza por la que debería agradecer) a la figura del viaje, el espacio, el traslado; y no solo porque el 19 de noviembre nos subimos al DeLorean hacia el año 2000.
Hay más.
Cada uno tiene su historia y en un país con la movilidad social de Argentina es mejor no asumirla. Pero el dios en el que creo (que nada sabe de hombres con bonete e iglesias de mármol) me trajo a este mundo cheta y lesbiana. Y hay algo ahí cuando sos de la burbuja que una vez rota, la ilusión del velo es irreparable. El mundo del lino, lo marmóreo, y el perfilado de cejas impecable existe y persiste porque expulsa.
Y yo no soy hetero ni flaca, nunca les serví, y quizás por eso desde chica sueño con micros que me llevan lejos en noches frías mirando las vaquitas por la ventana.
En algún momento de mi historia los micros se convirtieron en trenes metropolitanos y conocí a la gente que me hizo quien soy hoy: abiertamente torta y peroncha, escindida irreparablemente de esa Narnia del hialurónico. Y poco a poco se dio el gran éxodo, que me recuerda a mis alumnos senegaleses de español como segunda lengua, que huyeron de sus casas en secreto de noche en un gomón dudoso, sabiendo que eso era un poco como un pacto con el diablo: el dolor del exilio los iba a acompañar el resto de sus días y nunca más serían locales en ningún lugar. Ni siquiera en el que los crió, porque al volver no podrían mirarlo con los mismos ojos.
Esto no es mi diario íntimo y vuelvo a lo que quería decir de Javier Milei: que le es muy funcional a la derecha dividirnos, y también muy fácil. Un gobierno como este torna las diferencias en tensiones y las tensiones en torturas inaguantables. La familia y amigos se alejan o nos alejamos nosotros. Una parte por la famosa grieta, otra porque, en palabras del célebre David Bowie,“this is ourselves under pressure” (esto somos nosotros bajo presión).
Decía Pablo Milanés que se ama de pie, en las calles, entre el polvo, pero es mucho más difícil amarse entre el polvo y viviendo a arroz blanco. La plata es un súcubo que nos consume, el que la tiene no puede dejar de desear más y el que no, duerme contando facturas impagas en vez de ovejas. Y algunos ya éramos exiliados de noche en el gomón, y lo que era una tensa calma dejó de ser calma y de tan tensa se cortó.
Es más difícil fingir que aún me une algo al mundo que me crió, que considera lícito gasear jubilados, desfinanciar el arte y la ciencia, perdonar genocidas, y todo lo que entra en el medio. Pero nadie logra olvidar del todo la tierra natal, o al menos no sin dolor. Sigo sosteniendo que lo más jugado que se puede militar hoy es salir de la casa, apagar la compu y encontrarse con otros.

Navidad solidaria de Grabois en el congreso
Pero esa orfandad, el exilio en el gomón ¿se resuelve primero o después del encuentro con el otro? Porque me siento disociada de los otros, pero también de un mundo que cambió muy lento y después muy rápido todo de una. Fui hace poco a mi facultad, que ahora es la facultad de otros, y no me pude recordar en ese patio, que cambió poco en estos diez años, y a la vez muchos. No hay lugar para los hippies de antropología como los recuerdo ni para mi amiga punky. No tiene sentido imaginar ahí una silla amarilla encadenada a la pared con graffitis esotéricos alrededor sentenciando a quien se siente en ella a nunca recibirse.
Está todo tan pulcro y tan centennial que creo que mi presencia ahí era objeto de museo.
Un poco me pasa eso con el país. Yo no fui kirchnerista en los días de sol, porque tuve que perderlo para entender que vivíamos en un mundo que era mundo, en el que se podía pensar y proyectar un futuro, y algunos reclamábamos transformaciones más profundas porque parecían posibles. Ahora me siento pisando tierra arrasada, caminando por la I de The Last of Us, saludando a las últimas jirafas, siendo testigo de un mundo que ya no es, pero habitante de uno en el que no me siento parte.
No tengo tan en claro si es posible volverme a conectar a la nave madre. Y si lo es, ¿cómo? ¿Cómo invitar a otros a una tarea que no tengo resuelta en mí? ¿O será q la única salida de este gris laberinto sea soltar el complejo de personaje principal y hacer cuerpo eso de que la única salida es colectiva? Será que uno se acerca…¿y lo demás fluye?
No lo tengo en claro. Sé que los años que vienen van a romperme en muchos más niveles que los que ya lo hizo este, y espero que quede algo cuando lleguemos al otro lado. Pero me es evidente que no sé cuándo ni cómo, pero si no queremos al gobierno de los rotos, necesitamos dejar de estar tan rotos nosotros.
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