PRÓLOGO: ANTECEDENTES (en formato documental)
30 de Abril de 1997
Ellen Morgan, protagonista de la serie de televisión Ellen, sale del clóset en el ahora famoso “Episodio del Cachorro”. Apenas dos semanas antes, Ellen DeGeneres, la actriz que interpreta al personaje, hace lo propio en el popular programa televisivo de Oprah Winfrey al presentarse con su novia de esa época, la también actriz Anne Heche.
Dos años antes, en Friends, el personaje de Ross Geller se divorcia de Carol, su pareja desde la universidad, al descubrir que “ella es lesbiana y aparentemente yo no”. Más tarde, Ross acepta la cuestión y hasta acompaña a Carol al altar en su casamiento con Susan.
5 de abril de 1994
Kurt Cobain, líder de la banda grunge Nirvana, se suicida en el invernadero de su mansión de Seattle, en el Estado de Washington. Las razones, aunque difusas, se asocian con una profunda depresión producto de una adolescencia turbulenta en un hogar roto. Un padrastro violento y abusivo, así como haber recibido bullying por su “comportamiento femenino” y ser hostigado por su “apariencia homosexual”. El 14 de diciembre de 1992, 15 meses antes, la banda edita Incesticide, álbum recopilatorio de rarezas en cuyas notas al pie se lee:
“Si alguno de ustedes odia a los homosexuales, a gente de otro color, o a las mujeres, háganos un favor y váyase a cagar. No venga a nuestros shows ni compre nuestros discos”.
Del otro lado del Atlántico, a lo largo de la década anterior, la producción cultural británica contradice los mandatos conservadores de la época y se reproducen diversos mensajes de inclusividad. “Smalltown Boy” de Bronski Beat, y “Do You Really Want To Hurt Me” de Culture Club encapsulan dos aspectos del secretismo con el que se tiene que mover la comunidad LGBTQ+ durante los ochentas, más que nada, para no perder seguidores o ser el blanco de los grupos religiosos que acumulan poder gracias a las políticas de la Dama de Hierro, Ronald Reagan y el resto de los gobiernos afines liberales conservadores.
31 de diciembre de 1993
Brandon Teena, un joven trans, es asesinado tras sufrir una violación grupal. Años después, durante una emisión de Saturday Night Live y a razón del juicio respecto al crimen, el comediante Norm McDonald hace uno de sus chistes más oscuros y desagradables durante el Weekend Update:
“Un hombre intentó asesinar a su cómplice tras asesinar a un travesti. Si me lo preguntan a mí, los tres deberían morir”.
Hillary Swank ganaría un Oscar por su interpretación de la joven víctima en Boys Don’t Cry de Kimberly Peirce.
26 de febrero de 1993
Dirigida por Joel Schumacher, un director de cine abiertamente gay, estrena Falling Down, conocida aquí como Un día de furia. Michael Douglas personifica a un hombre cuyos niveles de violencia comienzan a subir y acumularse a lo largo de una jornada, culminando con su muerte.
Dos líneas paralelas interesantes confluyen en el relato: la de William Foster, el protagonista, y su perseguidor, el oficial Martin Prendergast, interpretado por Robert Duvall. Foster tiene su quiebre tras enterarse de una orden de restricción efectiva contra su esposa e hija. Prendergast, para satisfacer a su mujer, analiza su retiro.
El guionista de la película, Ebbe Roe Smith (también actor con roles menores aquí y allá) explica en entrevistas que el tema de Falling Down es “ajustarse a los nuevos tiempos. Estados Unidos era una cosa y ahora ya no lo es. Es cambiar o morir”.
CAPÍTULO 1: LAS TRES AMÉRICAS
A: American Psycho
La tercera novela de Bret Easton Ellis en la que se basa la película es importante en sí misma, pero funciona en tándem con sus esfuerzos literarios previos. En Less than Zero se nos narra la vida de un grupo de jóvenes amigos que se reúnen para las vacaciones de invierno y se involucran en orgías, consumo de drogas, violaciones, prostitución y necrofilia. Casi veinte años después, famosos amigos del autor dirían que fue casi una autobiografía de su juventud en en la ciudad de Los Ángeles durante la década de los ochenta. Patrick Bateman, el protagonista de American Psycho, es un psicópata producto de la obsesión yuppie ultracapitalista de esa década. No muy alejado de Gordon Gekko, el personaje interpretado por Michael Douglas en Wall Street, pero con obsesiones sexuales y homicidas. Bateman es hermano de Sean Bateman, el protagonista de la segunda novela de Ellis, The Rules of Atraction, que tiene temas similares a Less than Zero y dos protagonistas bisexuales.
En algún momento, Ellis declara ser bisexual (y también gay, y también hetero, de acuerdo al momento de su vida y con quien estuviera hablando).
“Mi dolor es agudo y constante” dice Patrick “y no le deseo un mundo mejor a nadie”.
Salida en 1991, American Psycho es considerada a menudo como una crítica mordaz a los Estados Unidos obsesionados con la bicicleta financiera durante la década que apenas terminaba. Ocho años de Reagan y cuatro de George Bush padre fueron suficientes para llevar a ese país a niveles de catadura moral insospechables pero necesarios según la población interna desprovista de minorías. Fueron demasiado largos esos veinte años de lucha por la inclusividad, la apertura y los derechos humanos que comenzaron a desplegarse con John Fitzgerald Kennedy.
B: American History X
Tony Kaye, director de la cinta, su primera, proviene de una familia del judaísmo ultraortodoxo. Su segundo trabajo fue un documental del 2006 llamado Lake of Fire, que en furioso blanco y negro, comenta la situación del aborto en Estados Unidos.
David McKenna, guionista de la obra, la escribe a partir de sus experiencias personales siendo adolescente en San Diego, durante la escena punk skinhead de fines de los ochentas y principios de los noventas, escena que, de alguna manera, surge de la mano de sus precursores británicos. Los neonazis reaparecieron en Europa y Estados Unidos por las fuertes crisis económicas que sufrieron los suburbios mayormente blancos.
Derek y Danny Vinyard (Edward Norton y Edward Furlong, respectivamente) son hijos de un bombero asesinado por un joven negro. A través de flashbacks entendemos que su padre tenía una visión racista velada sobre Estados Unidos criticando, por ejemplo, la existencia del Affirmative Action, el programa gubernamental que otorga posibilidades laborales exclusivas a minorías relegadas. Tras la muerte de su padre, Derek es acogido por Cameron (Stacy Keach), un nazi de la comunidad que lo apadrina y lo educa para sus propios propósitos. Derek, ya full nazi y ultraviolento, termina preso. En la cárcel hace amistad con Lamont (Guy Torry), un negro. Su propia tribu dentro de la cárcel, la sociedad aria, lo viola y manda al hospital tras descubrir que Derek rechaza su negocio interno de narcotráfico, y como mediante el mismo, se relacionan con otras etnias.
La relación con Lamont le hace comprender a Derek el engaño y manipulación al que había sido sometido, y al salir de prisión busca salvar a Danny de que caiga en el mismo abismo.
C: American Beauty
Tras los alegatos contra Kevin Spacey, actor principal de American Beauty, la película toma una relevancia muy distinta a la que tuvo en 1999. El libreto de Alan Ball, que le valió un Oscar a Mejor Guión Original, nos cuenta la historia de Lester, un hombre totalmente castrado, con una esposa infiel que lo maltrata (y destrata) y una hija adolescente depresiva que lo odia.
El protagonista, a mediados de sus cuarentas, se enamora de una menor: Angela (Mena Suvaris), la mejor amiga de su hija. Como William Foster en Un Día de Furia, algo se rompe en Lester y decide tomar las, en este caso metafóricas, armas. Renuncia a su trabajo, empieza a hacer ejercicio, a fumar marihuana, y manda a la mierda a su esposa e hija. Finalmente, decide avanzar con Angela pero, en un confuso episodio, termina siendo asesinado por Frank (Chris Cooper), su vecino nazi y homofóbico que vive, previsiblemente, dentro de un clóset.
CAPÍTULO 2: BALA VOLA
20 de Abril de 1999
Eric Harris y Dylan Klebold no tuvieron una epifanía. No se encontraron de repente disparándole a sus compañeros de escuela, no salieron de un trance esquizoide. Eric y Dylan, dos adolescentes problemáticos, a veces bullyneados, a veces bullies, pero siempre conflictuados (y secretamente admiradores del nazismo), planearon anticipadamente una masacre. Las advertencias fueron desoídas por las autoridades policiales de Columbine, un suburbio del estado de Colorado. A lo largo de cuarenta minutos, los asesinos dispararon cientos de rondas contra compañeros y personal de su escuela ocasionando la muerte de trece personas y una veintena de heridos. Finalmente, se suicidaron.
En escritos de su autoria encontrados posteriormente a la masacre, descubrieron que ambos tenían deseos sexuales reprimidos en donde se repetía la fantasía de violación y asesinato de mujeres. También discutían su falta de éxito amoroso, su ideología supremacista, y toda clase de pensamientos extremistas y misantrópicos.
Sin embargo, el tele-evangelista Jerry Falwell Sr. y Fred Phelps, fundador de la ultraderechista Iglesia de Westboro, denunciaron a diestra y siniestra que los muchachos eran una pareja de homosexuales desquiciados; y así los retrata Gus Van Sant en su película Elephant. Huelga decir, Gus Van Sant, autor y director de My Private Idaho, es gay.
El popular conductor televisivo Alex Jones, a la vez, denunció que la masacre fue perpetrada por el gobierno norteamericano. Repetiría con peor suerte este procedimiento tras la masacre de Sandy Hook. El resultado fue una denuncia masiva por parte de padres de víctimas que lo llevó a la quiebra.
17 de agosto de 1996 / 10 de septiembre de 1999
Fight Club es oficialmente la primera novela de Chuck Palahniuk, un escritor que se considera a sí mismo romántico mientras que, por el trasfondo de sus historias, la prensa suele definirlo como nihilista. Escritor que, como Alan Ball, es gay. Fight Club (la película) salió en septiembre de 1999 y no compitió con American Beauty por el Oscar porque en esa época solamente cinco entraban en la boleta. La Academia decidió que la insípida The Cider House Rules tenía mas condiciones para competir que la cinta inspirada en la obra de Palahniuk.
La película es bastante fiel a la novela. En primera persona, el protagonista (sin nombre, representado por Edward Norton) nos cuenta sobre cómo ha perdido las riendas de su vida. Un poco como Lester en American Beauty y otro tanto como Foster en Un Día de Furia. Conoce a Tyler Durden (Brad Pitt), se hacen amigos y abandona todo lo demás. Renuncia a su trabajo y a una vida de insomnio y grupos de autoayuda. La locura subyacente lo lleva a crear una organización semi terrorista que planea volar una decena de edificios vacíos hasta que Marla (Helena Bonham Carter) le hace entender que él y Tyler Durden son la misma persona. Las explosiones ocurren, y el narrador le dice a Marla que “lo conoció en una etapa muy rara de su vida”.
David Fincher, director del largometraje, termina la cinta con la canción “Where is my Mind” de The Pixies y sin el capítulo final de la novela donde un hospitalizado narrador/Tyler habla con Dios.
16 de mayo del 2002
En el Festival de Cannes se estrena Bowling for Columbine, documental de Michael Moore donde intenta explicar por qué ocurrió la masacre de Columbine tres años antes, y por qué en Estados Unidos hay más casos de esa clase que en cualquier otro lugar del mundo. En los primeros minutos de la película, Moore, que es un histórico afiliado a la Asociación del Rifle de Norteamérica, nos presenta a la Milicia de Michigan, un grupo de personas que explican su función de cuidar a la comunidad. Dos de los miembros de este grupo fueron los culpables de la explosión del edificio federal Albert Murrah de la ciudad de Oklahoma. La sentencia de uno de ellos fue la muerte y la del otro, reclusión perpetua.
En la charla con los milicianos, que en los noventas supo tener miles de integrantes, se pueden observar fotos con la bandera de Gadsden detrás. El crecimiento de la Milicia se dio con la evolución de la idea de que el gobierno americano, demócrata bajo la presidencia de Bill Clinton, era demasiado enorme y tiránico.
CAPÍTULO 3: Ahora prosa (en pasado)
Los ’90s y los ’10s, como con la indumentaria, se replican. Son décadas mellizas. Similares en rasgos, manierismos, defectos y virtudes. El mundo occidental, incluso más tras la caída de la Unión Soviética, se encolumna culturalmente detrás de lo que pasa en Estados Unidos. Barack Obama le devuelve a su país una suerte de progresismo light demócrata tras ocho años de republicanismo subnormal llevado adelante por “Junior”, período durante el cuál Norteamérica sufrió el ataque terrorista mas duro de su historia, se metió en un par de guerras, culminó media docena de invasiones y, gracias a bancos, burbujas y villanos, se definió la destrucción absoluta de su sistema económico.
Con el arribo de Obama, Estados Unidos alcanzó un atisbo de socialdemocracia que occidente y principalmente Sudamérica vivían desde el principio de milenio, con representantes como Hugo Chávez, Luiz Inácio Lula da Silva, Evo Morales, Rafael Correa, Néstor y Cristina Kirchner, José Mujica y Michelle Bachelet. El primer presidente african american fue para Norteamérica en el 2009 lo que Bill Clinton fue en 1993: un poco de alivio a las cuerdas tensas del conservadurismo. En los ochentas esa tendencia se afianzó en la economía, la cultura y lo social aunque disparara reacciones variopintas. En el 2000 pasó, mayormente, por lo financiero. Un viva la pepa a favor de los especuladores que desembocó en la crisis inmobiliaria del 2008.
La grieta bipartidista entre conservadores y liberales aún era, dentro de todo, pacífica. Y cuando no lo era, el repudio era mas o menos universal. Alex Jones no era el sujeto a imitar: era una caricatura apreciada por una minoría enfermiza y ridícula. Los Birch Barlows (Rush Limbaugh) eran consumidos por los Homeros Simpsons.
A lo largo de la década anterior, la violencia y la reacción a la inclusividad fueron rompiendo y construyendo algo nuevo que permitió que se naturalizaran (en lo mínimo) algunas posiciones. La masculinidad tuvo una transformación gracias a esas, a menudo malentendidas, obras como American Beauty o Fight Club. El hombre podía ser vulnerable. Las personas podían amar a otras de su mismo sexo. El rechazo a estas minorías existe aún hoy, sí, pero gracias a estas obras y, por qué no, al paso del tiempo, su aceptación se hizo mas común.
Esas obras se dieron como respuesta a una crisis de masculinidad que, como las crisis capitalistas, se materializa cada tanto tiempo y de forma cíclica. Se disparan en respuesta a los motores sociales que muchas veces el mismo capitalismo ocasiona dándole lugar a minorías relegadas.
El capítulo donde Ellen se revela como lesbiana salió al aire en 1997, un año después de que ABC fuera adquirida en un paquete de medios por Disney. Un primer pensamiento podría ser que los nuevos dueños combatieron la producción del episodio. Sin embargo, la historia contada por sus protagonistas dicta lo contrario. Disney no sólo apoyó la producción, sino que propuso que sea por todo lo alto; un poco dándole pie a los retrógrados modernos que ponen a la billonaria corporación de entretenimiento como sponsor del feminismo de la cuarta ola en un curioso tándem con George Soros.
Las diversas crisis de masculinidad surgen cuando el IDEAL DE HOMBRE es puesto en pugna. EL HOMBRE tiene que correr de atrás un cambio que, culturalmente, quizá todavía no ocurrió. Como de costumbre, el sistema económico es uno de sus enormes responsables, pero por razones totalmente diferentes a lo que se puede imaginar. No ocurre cuando Disney contrata a una persona LGBTQ+ para algún rol. Ocurre cuando Disney, como parte del sistema capitalista, utiliza sus resortes para provocar desocupación afectando a la idea del hombre como sostén del hogar tan inserto en la sociedad.
No se produce cuando se promueve la contratación de mujeres en lugares que otrora ocuparon hombres. Sino cuando por fines de expolio e imperialismo se promueven guerras burguesas adonde son embarcados a matar o morir y a su regreso ni siquiera reciben los derechos humanos mínimos.
CAPÍTULO 4: Interludio con un fragmento de un poema de Alejandra Pizarnik
La casa de mi padre
es un lugar de espera
donde el tiempo se detiene
y el dolor se repite.
En cada esquina,
una historia de soledad,
en cada habitación,
un silencio que pesa.
La casa de mi padre
es un campo de batalla
donde las palabras
son balas
y los recuerdos
son soldados caídos.
He aprendido a pelear
con la sombra de mi padre,
a deshacerme de su peso
y a buscar mi propia luz
en los espejos rotos.
CAPÍTULO 5: Los que duermen en la trinchera
Un sector del socialismo norteamericano ha volcado sus inquietudes programáticas en el rechazo a la ideología de género que comenzó a hacerse fuerte durante la década del 2010. Con posiciones mas blandas y otras mas duras, consideran que la discusión sobre los derechos de las minorías LGBTQ+ termina siendo de origen burgués y que su único fin es desarmar las crecientes tensiones de clase que se fueron derivando de la crisis capitalista. Este rechazo también es impulsado por el hecho de que muchas de las figuras prominentes de estas minorías han sido identificadas como promotoras del mismo sistema económico en el cual, en principio, se origina la discriminación que sufren provocando entonces una contradicción de base.
Históricamente del lado de los oprimidos, es difícil de explicar la posición y mucho menos de consentirla. Sin embargo, huelga intentar explicarla.
Supongamos que tenemos al Grupo A y al Grupo B. El Grupo A, tiene un número muy reducido de miembros en comparación con el Grupo B, y recibe de éste una gran cantidad de recursos. El Grupo B, entonces, tiene un gran número de miembros en comparación con el Grupo A, pero escasísimos recursos ya que éstos (conseguidos por esfuerzo propio) fueron secuestrados -en forma legalizada encima- por el último. En una lucha abierta por esos recursos, el combate sería muy desigual. El Grupo A desaparecería en poco tiempo.
El antiguo concepto de “divide et impera” (divide y conquista) proporciona un tipo específico de estrategia para esta disyuntiva: el Grupo A podría forzar divisiones dentro del Grupo B usando como referencia “la igualdad” entre su reducida cantidad de miembros, señalando formas en las cuales los miembros del Grupo B son “distintos” entre sí y modificar su pensamiento para hacerles creer que sus problemas derivan de ellos mismos.
Para algunas facciones del socialismo norteamericano, las discusiones de identidad de género son versiones de la dinámica presentada. El capitalismo nos impone discutir índices de criminalidad de la población afroamericana, baños intersex, la cantidad de judíos en Hollywood y dirigiendo bancos. Y así se generan fricciones y divisiones que previenen de encontrar el problema real y la única diferencia que importa: la de clase social.
A ningún socialista le tiene que importar etnia, religión, género o identidad sexual de un CEO.
CAPÍTULO 6: Lo de ahora es el ahora
Durante la década de los noventa, la reacción del conservadurismo machista puso como foco la cantidad de representación gay y/o andrógina que pululaba en los diferentes entornos de la cultura popular. Veinte años después, aún con un grado de rechazo real a la comunidad LG (y B), la problemática principal se da desde la cuarta letra. Coincide aparte con el crecimiento de la cuarta ola feminista y las discusiones aún vigentes sobre el rol de la mujer en todos los aspectos de la vida.
El recipiente de las mecánicas de odio, otrora el adulto responsable de mediana edad, se transformó por obra y gracia de la virtualidad, en el adolescente alienado que alguna vez fueron Eric Harris, Dylan Klebold, Alan Lanza, Nikolas Cruz, Jeff Weise, o Salvador Rolando Ramos. Jóvenes muchas veces de hogares quebrados, de espíritu solitario, aislado, a veces víctimas de bullying, a los que se les ¿denegó? el privilegio de su masculinidad como hombres, en general, blancos, heterocis y casi siempre de inteligencia limitada e incapaces de identificar una manipulación.
El feminismo de la cuarta ola creció de manera geométrica por el reclamo multitudinario de mayores controles y legislación a los crímenes de odio que victimizan a mujeres y minorías, odio que se transforma en violencia de género y de manera tan trágica (como evitable) en violaciones y femicidios.
Los sectores conservadores observaron este crecimiento como peligroso pues eran, en principio, de extracción progresista y, por lo tanto, de influencia política contraria.
Utilizando a los medios afines, las redes sociales y los abismos ideológicos de la Deep Web, fueron capaces de diseminar un prototipo de idea que combatiera la ideología de género y el feminismo. Lograron incluso que combatieran entre sí por la aceptación de que el feminismo TERF es una psyop.
Esta idea tiene como sostén apelar los modelos tradicionales de toda la vida: Hay un ataque al hombre. Hay un genocidio del hombre blanco. Nuestras costumbres y tradiciones son avasalladas. No respetan que pensemos distinto. La ideología woke quiere destruir a la familia.
La repetición del mantra hace estragos en los de pasiones itinerantes que, gracias a la amplificación de su obsesión con presupuestos oficiales, encuentran autorizadas sus demenciales reacciones.
El trastorno es total.
De repente Patrick Bateman es un héroe y Derek Vinyard un incomprendido. Los diferentes alegatos críticos de la sociedad de consumo, del racismo, de la masculinidad frágil y a favor de la inclusividad, la aceptación y el amor fraternal, se transforman bajo su óptica pervertida en todo lo contrario. Tal vez haya habido un error creativo en hacer tan atractivo a William Forrest en su misantropía de veinticuatro horas. Quizá si Tyler Durden hubiera sido personificado por un actor menos atractivo…
El creador no puede ser responsable de la manipulación a la que es sujeta su obra, así como Marilyn Manson, un ser horrible por cuenta propia, no es responsable por la masacre de Columbine. ¿O sí puede?
CAPÍTULO 7: Si no se entiende está mal
Nos atenemos a repetir para ver si funciona.
Vivimos una era donde se abraza con mucho cariño la ignorancia plena. Con crudeza y día a día, nos enfrentamos a los votantes libertarios, muchos de ellos portantes espirituales en su pecho de Klebolds y Harris. El rechazo que poseen de manera acalorada encuentra uno de sus sentidos en el desgraciado slogan liberal de “No es mi tarea educarte” que se repitió, con frecuente incoherencia militante, durante la década anterior.
No estamos en posición de esconder los mensajes bajo metáforas enrevesadas y espinosas porque es real y hace daño la sustancia que supura de las heridas recibidas. Es sangre. La misma que surgió de los orificios de bala en Victoria Leigh Soto, maestra de la Escuela Sandy Hook que defendió con su cuerpo a sus alumnos de primer grado y por eso falleció.
Las diferentes crisis de masculinidad se transforman en violencia simbólica y catártica contra todo menos el origen de las mismas.
“Todos fuimos educados por una televisión que nos decía que íbamos a ser millonarios, dioses de las películas, estrellas de rock. Pero no va a suceder. Y nos estamos enterando” dice Brad Pitt como Tyler Durden. Dice Palahniuk. Dice Fincher. Un mensaje quizá complejo observando quien (quienes) lo emiten.
Me rehúye (re huye) la metáfora.
EPÍLOGO
Durante la década de los ochentas y principios de la de los noventas, una serie de tiroteos escolares más o menos trágicos fueron atribuidos a la influencia de la novela Rage de Stephen King, publicada bajo su seudónimo de Richard Bachman. Rage, un poco como Carrie pero en lo terrenal, cuenta la historia de un muchacho de secundaria que tiene un ataque de furia y decide secuestrar a toda la escuela y asesinar a una profesora.
Muchos años después, y tras las masacres de Columbine y Sandy Hook, un King conmovido decide sacar de la venta su novela por el impacto que podría llegar a tener en las mentes mas débiles e influenciables. Es decir, el autor, sin hacerse responsable de las muertes (pues no lo es), entiende que la cultura popular no está disociada de lo que ocurre en la realidad y lo que se produce (sea lo que sea) puede tener una huella en una persona trastornada, aislada y solitaria.
Cuando creamos algo, aunque no sea nuestro deseo (y seguido sí lo es), influenciamos. Movemos. Promovemos. Adoctrinamos. El profundo efecto de esta acción tiene la fuerza de un garrote en un espejo que se resquebraja propiciando mil versiones de nosotros.
Asumirlo es un castigo. Abrazarlo es una decisión.
Abandonarnos a la idea de que no existe lo que no se ve, es un dislate.
La necedad a la que nos atenemos cuando desligamos la responsabilidad militante que tenemos con un mundo mejor es el principal estímulo del enemigo para sembrar un suelo peor.
¿Qué tan distinto sería si nos propusiéramos atenazar lo que conmueve a la mitad del mundo y explicarlo en términos sencillos y abarcables?
¿Qué tan distinto es hoy donde nos gobiernan dementes pusilánimes y babeantes, que son el subproducto de parábolas malentendidas y una identidad de consumo del late stage capitalism que, ex profeso, produce analogías de cartón y moribundos por doquier?
En todo esto hay y hubo un plan.
Y funcionó.
En el medio, un muchacho con insomnio porque no llega a fin de mes fantasea con sueños horribles, pesadillas lúdicas de sus desequilibrios como si esta tercera roca desde el sol no fuera dominada por los mismos de siempre. A los que, curiosamente, se parece muchísimo.
Salvo en la billetera.
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