“La ciencia, la técnica y la investigación son la base de la salud, bienestar, riqueza, poder e independencia de los pueblos modernos. Hay quienes creen que la investigación científica es un lujo o un entretenimiento interesante pero dispensable. Grave error, es una necesidad urgente, inmediata e ineludible para adelantar (…) Los países ricos lo son porque dedican dinero al desarrollo científico tecnológico. Y los países pobres lo seguirán siendo si no lo hacen. La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”.
Antecedentes
El extracto pertenece al doctor Bernardo Houssay, ganador en 1947 del Premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus investigaciones sobre el rol de la hipófisis en la regulación de la cantidad de azúcar en sangre. Habiendo sido denostado por sus ideas liberales durante la dictadura militar posterior a la Revolución del 43 y durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, se vio obligado a hacer pública su lucha para que se entienda lo fundamental del rol de la ciencia en la construcción de un Estado pleno y soberano. El peronismo terminaría comulgando con la idea (mas no con el hombre), creando el Ministerio de Asuntos Técnicos en 1949. El organismo dio lugar a diversas comisiones y direcciones de investigación y desarrollo, desde energía atómica, técnica, experimentación, e incluso la creación de universidades para fomentar la formación profesional.
En 1958, bajo el gobierno de facto de Pedro Aramburu, Houssay se convirtió en el director del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), creado por el Decreto Ley N° 1291 y a partir del precedente del Consejo Nacional de Investigaciones Técnicas y Científicas (CONITYC), ente creado en 1951.
Desde entonces se sucedieron gobiernos de (casi) toda índole ideológica, siendo estos democráticos, semi-democráticos y antidemocráticos. En sesenta y seis años, hasta el ascenso de La Libertad Avanza al poder, nunca se discutió la importancia estratégica del CONICET. Se discutieron modos, direcciones, distribución de la financiación; pero nunca su absoluta relevancia: el progreso científico nacional fue política de Estado incluso durante la última dictadura cívico-militar producto del golpe del 24 de marzo de 1976. No, en serio.

– soy mucho más inteligente que vos, y eso que estoy muerto.
Actualidad
En septiembre pasado, el oficialismo presentó el Presupuesto 2025 ante un Congreso semi vacío. El proyecto expuesto por el presidente Javier Milei establece un 41% menos de fondos para el CONICET en relación a lo recibido durante el 2024, que ya correspondía a una prórroga de la partida asignada en 2023. De esta manera, el financiamiento total para Ciencia y Tecnología alcanzará apenas el 0,2% del PBI, emulando la relación dada en 2002 luego del fracaso del gobierno de la Alianza UCR-FrePaSo.
La reducción del presupuesto y la retención de fondos previamente asignados se tradujeron en amplios recortes a becas doctorales y posdoctorales, el cierre de convocatorias para proyectos de investigación, la incertidumbre sobre la ejecución de los aprobados en 2022 y la cancelación de los de 2023. Las becas de Proyectos de Unidad Ejecutora (PUE) y los Proyectos de Investigación Científica y Tecnológica (PICT) ya no existen. Y, además, las ciencias sociales, las ambientales, y los proyectos de divulgación pierden la totalidad de la financiación estatal.
Una explicación breve pero abarcativa de este desprecio oficialista por la mejor institución científica de América Latina según el ranking Scimago se puede dar desde los marcos teóricos de Enzo Traverso y Umberto Eco: los fascismos se han reinventado en el devenir histórico para evitar la extinción absoluta, negociando determinadas categorías como el antisemitismo y el antiliberalismo, pero a la vez profundizando fundacionales como el machismo o el rechazo al intelectualismo.
Para una explicación un poco más extensa y minuciosa, existe el recuento y análisis desde la experiencia directa. Científicos del CONICET reflexionan sobre el vaciamiento, el desamparo, y cómo afecta al ciudadano de a pie el infinito alcance de la estupidez libertaria. Sí, esa estupidez que pone a una terraplanista, negacionista del COVID y de la llegada del hombre a la luna como secretaria 1° de la Comisión de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Cámara de Diputados:
Para la candidata a Diputada Nacional de La Libertad Avanza, Lilia Lemoine, la tierra es plana. Ya no hay adjetivos para esta gente… pic.twitter.com/GWZhEJZM59
— Editor✍ (@Editor_76) September 9, 2023
Qué sucede exactamente
Miembros de los equipos de Fisiología y Biología Celular y Molecular que pidieron preservar sus nombres, explicaron su experiencia de trabajo con la pérdida de personal y fondos operativos: “Los becarios son una parte fundamental del funcionamiento, ya que llevan adelante gran parte de las tareas que vuelcan datos de las investigaciones. Para la construcción de un edificio son tan necesarios e igualmente responsables los albañiles como los arquitectos o ingenieros. No se puede generar conocimiento y resolver correctamente los problemas propios de un proceso de investigación sin los tiempos y formas de un equipo óptimo de trabajo”.
La pérdida se da no sólo en el ámbito formal de la práctica, sino en el del desarrollo social: “Con el agravante de lo bajísimo de los salarios, no poder asegurar su futuro académico termina obligando a muchos jóvenes con voluntad de carrera en las ciencias a viajar al exterior o incursionar en la actividad privada. Gente con vocación de dar lo mejor de sí para su país termina haciéndolo en el extranjero o por un privado que resuelve sus propios problemas y no necesariamente los del pueblo”.
En enero del 2024, los directores del instituto formaron la Red Argentina de Autoridades de Institutos de Ciencia y Tecnología (RAICyT) con el objetivo de organizarse para defender al sistema científico nacional ante la posibilidad de su desarme total. Desde allí se coordinan estrategias con el fin de revertir la posición de “un Gobierno que desconoce, o conoce, pero por alguna razón desprecia, la importancia estratégica de la inversión y desarrollo para una ciencia nacional y soberana”.
La frustración se desliza en el tono al tratar de sacar del abstracto las consecuencias del modelo: “No invertir en ciencia desde el Estado es lo mismo que no hacerlo en salud o en educación. No se puede librar a los intereses de los privados el desarrollo científico y tecnológico del país, porque sus intereses se alinean con sus ganancias y no necesariamente con el crecimiento nacional. La presencia e inversión estatales en todas las áreas científicas deben ser garantizadas por el bien común de los ciudadanos. Si, por ejemplo, para un privado no es redituable encarar el desarrollo de vacunas o tratamientos para enfermedades críticas como el síndrome urémico hemolítico, la fiebre hemorrágica, o la enfermedad de Chagas, al retirarse del proyecto dejan a la sociedad completamente indefensa”.

– los que sobran son libertarios tomando decisiones.
Una descripción densa
Claudio Cormick y Valeria Edelsztein son doctores en Filosofía y Química respectivamente, investigadores del CONICET, y, muchísimo más importante, divulgadores con una didáctica y pedagogía maravillosas.
Arvejita (nom de guerre de Valeria) y Claudio, muchas veces juntos y otras tantas separados, llevan adelante charlas y conferencias, publican libros, graban podcasts, y educan ciudadanos/atienden tarados en la red social del pajariton’t.
Si no escuchaste la voz de la doctora en su ciclo Cuenta la historia que… en Canal Encuentro o en La liga de la ciencia en Televisión Pública, podés hacerlo en este magnífico registro de su discurso de agradecimiento por haber recibido el Premio Franco-Argentino a la Trayectoria – Científicas Que Cuentan 2024, donde le dice en la cara a Daniel Salamone, actual ̶s̶a̶q̶u̶e̶a̶d̶o̶r̶ ̶e̶n̶ ̶j̶e̶f̶e̶ presidente del CONICET lo infame, cipayo y horripilante que es.
Ahora que salió el anuncio oficial y puedo decirlo públicamente, les quiero agradecer los mensajes y las muestras de cariño 🥹
Nos vemos hoy en el Polo para seguir luchando. No van a destruir lo que es nuestro. Que viva la ciencia argentina hecha por y para el pueblo 🇦🇷 pic.twitter.com/W567YG0fpf
— Valeria Edelsztein (@ValeArvejita) December 10, 2024
Sobre la implacable hostilidad hacia el sector de ciencia y tecnología (CyT), ambos creen que hay que desmenuzar la verdadera naturaleza de ese “odio”, sin pecar de facilismos que lo caricaturicen:
“Creemos, a partir del relevamiento que estuvimos haciendo durante estos meses sobre la relación entre la extrema derecha y la ciencia (y que incluyó analizar muchas horas de video entre entrevistas, declaraciones y discursos de Milei y su entorno, pero también estudiar el caso del Partido Republicano en Estados Unidos, adonde pueden rastrearse las raíces de muchas de estas posiciones), que hay que hacer una precisión clave en cuanto a qué queremos decir cuando decimos ‘una posición tan hostil contra la investigación en ciencia y tecnología’. Esto no es para buscarle la quinta pata al gato sino para evitar que nos digan que discutimos contra una caricatura y que el Milei real no dice lo que decimos que dice.
Ante todo, obviamente estamos todos de acuerdo en que, dado el modo en que nosotros (nosotros dos, vos que nos entrevistás, la mayor parte de la oposición) concebimos la investigación científica, seguramente atacar instituciones como el CONICET, o mecanismos como la evaluación de artículos académicos por parte de pares cuenta, sí, como ser ‘hostil a la investigación científica’. Esto es parecido a decir que, dado el modo en que nosotros concebimos los derechos de la mujer, el discurso del presidente contra el aborto es una actitud hostil hacia esos derechos. Pero, y a esto apunta la analogía, Milei no dice ‘estoy en contra de los derechos de la mujer’, sino ‘reivindico la igualdad ante la ley’, y del mismo modo no dice ‘estoy en contra de la ciencia’, no asocia el significante ‘ciencia’ a algo que él rechace; al contrario, él se presenta como un defensor de la ciencia, en la medida en que tiene un discurso que, en boca de otros exponentes, ha sido caracterizado como ‘tecnofílico’, según el cual ‘la ciencia’ es una fuerza liberadora que nos ha permitido, como seres humanos, superar la miseria de nuestra condición natural, primitiva, prolongando la vida, haciéndonos más saludables, o permitiéndonos incluso la exploración espacial. Si uno mira el discurso presidencial ante la Conferencia de Acción Política Conservadora (CEPAC), en diciembre del año pasado, encuentra ese discurso tecnofílico. Y todo esto no es obvio, porque Milei podría, como se ha dicho de otros líderes de la extrema derecha, ser alguien que adoptara una posición anti-intelectualista, que asociara el significante ‘ciencia’ a algo que debe ser rechazado.
En esta línea, un intelectual brasileño, Rodrigo Nunes, que cita a un compatriota suyo, Gabriel Feltran, subraya que una de las tres ‘matrices discursivas’ para analizar la identidad del bolsonarismo es lo que llaman ‘anti-intelectualismo evangélico’, que consistiría en —citamos textualmente— el ‘rechazo a la ciencia y a la educación formal a favor de la religión y de la experiencia personal’. Es probable (no nos consta porque no lo relevamos de primera mano, pero confiemos en el criterio de nuestros colegas del otro lado de la frontera) que en al menos algunas declaraciones de Jair Bolsonaro o de gente de su entorno encontremos algo del tipo ‘la ciencia se pasó tres pueblos con eso del desencantamiento del mundo, volvamos a la tradición y los valores religiosos’ o algo por el estilo. Bueno, el punto es que esto no es lo que dice nuestro primer mandatario (por más que flashee iluminación mística con referencias a Moisés y las “fuerzas del cielo”), y nos importa porque, de nuevo, no queremos aparecer discutiendo contra un hombre de paja. Si queremos disputarle al menos una parte de su base de sustentación, los sectores más ‘tibios’, menos consolidados, y para hacerlo nuestro discurso es ‘eh, tu presidente odia a la ciencia’, nos van a responder ‘no, no, mirá, lo que él dice todo el tiempo acerca de lo muy importante que es la ciencia’.
La disputa tiene que ser en todo caso por qué la forma concreta en que Milei concibe a la ciencia es un horror. Pero, para hacer una comparación más, la situación se parece a algunas respuestas que generó el libro de un periodista norteamericano que se llamó La guerra republicana contra la ciencia: sus críticos, ciertamente amigables con la denuncia general que hacía el autor, le decían ‘mirá, el discurso de gente como Newt Gingrich es explícitamente pro ciencia, eh’. Y acá es donde habría que especificar qué es exactamente lo que nuestro máximo dirigente y los republicanos a los que copia atacan de la investigación científica, y por qué ese ataque es totalmente injustificable. Y se trata de dos puntos, que podríamos titular ‘La ciencia que me conviene’ y ‘Privado vs. público'”.
La ciencia que me conviene
“Lo peculiar de la actitud de Milei (y, repetimos, de los gringos que admira y copia) es que su distinción entre la ciencia buena y la ciencia mala no parece apoyarse en un análisis de la forma en la que se recabaron los datos o los marcos teóricos que se usaron para analizarlos, sino en cuáles serían las consecuencias prácticas de esas hipótesis científicas. La ciencia está bien si lo que nos dice amplía nuestras posibilidades de intervención técnica en el mundo, en particular por medio de mecanismos de mercado, supuestamente no apoyados por el Estado, que es como él concibe, por caso, los avances de las compañías de Elon Musk. Pero la ciencia está mal si lleva a imponerle restricciones al mercado, si parece conducir a resultados del tipo ‘habría que limitar, desde mecanismos políticos, la tendencia de las empresas a liberar esta cantidad gigantesca de gases de efecto invernadero, porque este ritmo de calentamiento global es destructivo’. Y esto en principio es raro, porque la construcción del conocimiento científico no funciona así; aceptamos o rechazamos una hipótesis según si ella está bien avalada por la evidencia, no a partir de si nos gustan las consecuencias prácticas que ella tendría. No es que nos guste pensar que el calentamiento global es una amenaza a la civilización, así como tampoco nos gusta saber que, qué sé yo, los otros planetas están tan lejos que la expansión interplanetaria es realmente complicada, o saber que la investigación todavía no logró curas eficaces para muchas formas de cáncer. Pero no tiene sentido decir ‘estas consecuencias no me gustan, así que el mundo no puede ser así’. Eso es, de hecho, lo que se conoce como falacia ad consequentiam“.
Privado vs. público
“Este punto tiene raíces profundas en el terreno puro de la ideología mal llamada ‘libertaria’: el ataque a la financiación pública de la ciencia y la tecnología se enmarca en un discurso, ciertamente no ad hoc sino extendido a otras áreas de la actividad humana, según el cual los mecanismos de mercado son los únicos realmente justos (no solo eficientes, justos) para la asignación de los recursos sociales, y en consecuencia, para todo x, ‘si la gente quiere x, entonces va a pagar libremente por eso’. Para esta matriz de pensamiento, la financiación pública es injusta porque supone impuestos, y estos son un robo. La aplicación de estas ideas a la investigación científica la podemos encontrar de una forma más o menos sofisticada en un artículo de Murray Rothbard llamado ‘Ciencia, tecnología y gobierno’ y en una forma definitivamente no sofisticada pero ingenuamente sincera, en el grotesco llamamiento de Milei a que quienes se dedican a la ciencia ‘escriban libros’ y los vendan en el mercado. Como intentamos argumentar en una nota para Tiempo Argentino, existen muchas razones por las cuales eso es un disparate: no solo lo es porque los mecanismos comerciales por los que una editorial acepta publicar un libro no incluyen la evaluación rigurosa de su contenido por parte de expertos, que sí está en juego en las publicaciones académicas; no solo lo es porque el público no experto no tiene el interés necesario para brindar su apoyo a investigaciones altamente especializadas; lo es también porque pensar que los mecanismos de mercado son justos, y en particular para el caso de la ciencia, implica embellecer el hecho obsceno de que, por tomar un caso, las empresas farmacéuticas se retiraron de la investigación sobre Chagas e incluso de la producción de fármacos ya conocidos, porque lisa y llanamente no es redituable. Es que los ‘chicos del Chaco’ —invocados por diversos funcionarios oficialistas— no tienen un gran poder de compra. Y los ejemplos pueden repetirse hasta el hartazgo.

– nuestros Carl Sagan y Sabine Hossenfelder criollos, divulgación científica a pura fuerza de mate amargo y fanatismo por Los Simpsons
Para explicar su punto de vista sobre las consecuencias reales del rumbo establecido por el gobierno, Claudio y Valeria proponen hacerlo desde los aspectos positivos o directos, del estilo “los organismos de CyT son importantes porque…” y desde los aspectos negativos o indirectos, que tienen la forma de “los argumentos que se dan contra los organismos de CyT no son buenos porque…”.
“La cita inicial sigue vigente hoy, cara es la ignorancia. Es importante considerar no sólo los argumentos ‘por la positiva’ sino también los argumentos ‘negativos’ porque está muy instalada la idea de que la ciencia argentina es cara, que se derrochan en la ciencia recursos que deberían estar dirigidos a otras necesidades. Y lo cierto es que, cuando nos vienen con eso, lo primero que deberíamos responder es que, dentro de lo que es la puja distributiva por la riqueza nacional, el porcentaje que corresponde a la ciencia es ínfimo; que toda la discusión que busca enfrentar a ‘los chicos del Chaco’ con la ‘casta’ de científicos es una cortina de humo para no discutir la concentración real de la riqueza.
Dicho esto, es decir, habiendo contextualizado la discusión en un terreno más realista que el que quiere promover el gobierno, los argumentos por la positiva son varios. Podemos distinguir cuatro niveles de investigación valiosa que se hace en el país, empezando por el núcleo más duro de investigaciones más difícilmente atacables incluso por parte de los ideólogos de la derecha, y yendo desde ahí hacia los temas más polémicos pero que, creemos, es indispensable defender también”.
Ciencia y técnica aplicada, “útil” en sentido estricto.
“En primer lugar, tenemos la ciencia y técnica aplicada, ‘útil’ en el sentido más estricto, que es la que el gobierno finge defender pero que está desfinanciando tanto como las otras investigaciones. Este nivel es el que menos necesitaría defensa si se supiera de su existencia, pero creemos que se trata de investigaciones que el gran público, más allá de quienes estamos en el mundillo de CyT, no conoce; pensemos en el prototipo del CAREM, un reactor modular de baja potencia, de vanguardia a nivel mundial, desarrollado por la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) hasta que lo interrumpió el nuevo oficialismo; el trigo resistente a la sequía que mencionamos antes; las investigaciones en galectina contra el cáncer por parte de Gabriel Rabinovich y equipo, o la vacuna ARVAC Cecilia Grierson contra el COVID, desarrolladas por Juliana Cassataro y equipo. Son resultados aplicables de la ciencia argentina, absolutamente excepcionales para lo que es Latinoamérica, y que al gobierno le interesa que no se conozcan. Entonces: todo esto debería importarle al ciudadano de a pie porque permite que el país exporte tecnología y obtenga dólares, o como mínimo que el país se ahorre divisas al poder producir localmente lo que de otro modo tendría que importar”.
Ciencia y técnica básica, “útil” en sentido amplio.
“Por otro lado, hay un segundo nivel que es el de la ciencia básica, que es ‘útil’ en un sentido más amplio: ciencia que se empieza a desarrollar sin tener en mente una aplicación concreta, pero que nos permite conocer más sobre la realidad y que luego redunda en resultados aplicables. Si tiramos hacia atrás del hilo de investigaciones que mencionamos en el primer nivel, como la de Rabinovich, muchas veces descubrimos que se iniciaron a partir de preguntas de investigación que no apuntaban a la aplicación que se les pudo dar después a los hallazgos en cuestión. Algo parecido podemos leer en las observaciones de César Milstein acerca de cómo empezaron las investigaciones sobre anticuerpos monoclonales que lo llevarían a ganar el Nobel. O, del mismo modo, podemos plausiblemente prever que los descubrimientos de Andrea Gamarnik sobre cómo funciona el virus del dengue serán valiosos en términos de aplicación en tanto podrían permitir desarrollar nuevas vacunas. Esto nuevamente debería ser de interés para el ciudadano de a pie: se trata, de nuevo, de oportunidades económicas para el país y/o de desarrollos que permitirían mejorar nuestra salud”.
Ciencia social, “útil” en sentido amplio.
“Pero incluso si estamos hablando solamente de la ciencia aplicada o aplicable, lo cierto es que no es solo la naturaleza aquello sobre lo cual deseamos intervenir, lo que deseamos transformar. La sociedad también requiere intervenciones ‘técnicas’, y en este sentido las investigaciones sobre embarazo adolescente (como las de Mónica Laura Gogna y Georgina Binstock), sobre los medios de transporte (como las de Candela Hernández y Verónica Pérez), sobre las creencias religiosas (como las de Pablo Semán) son indispensables para saber en qué sociedad vivimos y qué necesitamos hacer para cambiarla. Acá el caso más resonante, creemos, es específicamente el de embarazo adolescente, porque el plan ENIA fue espectacularmente exitoso, y por cierto no un monopolio del progresismo sino algo iniciado por el gobierno de Macri que tuvo continuidad como política de Estado bajo el de Alberto Fernández”.
Ciencia —natural y social— valiosa “intrínsecamente”, de forma no utilitaria.
“Por último, creemos que incluso una formulación del criterio de utilidad suficientemente ampliada como para incluir el grupo de las investigaciones básicas con perspectivas de volverse aplicadas, y las investigaciones sociales que nos permiten intervenir sobre nuestra propia sociedad puede ser excesivamente restrictiva cuando se trata de defender algunos de los trabajos de investigación que se desarrollan en el país, con lo cual, frente a estos casos, reconocerle cierta legitimidad al criterio de utilidad puede terminar siendo contraproducente: ¿podríamos realmente decir que es por su utilidad, actual o futura, que vale la pena que investigadoras argentinas hayan participado del proyecto Amenmose para trabajar sobre una tumba del antiguo Egipto, o que profesionales de la astronomía de las universidades de Córdoba y de La Plata hayan identificado estrellas hasta el momento desconocidas? Creemos que, si bien esta es un área de nuestra defensa de la ciencia que es más difícil de presentar en términos atractivos para el público más amplio, eso no significa que no podamos decir nada a favor de este tipo de trabajos. Pero el contexto general de la discusión sigue teniendo que ser, creemos, el que señalamos en el argumento ‘negativo’: no es por culpa del gasto en ciencia que existe la miseria en la sociedad. Repuesto este contexto, creemos que podemos aceptar que, efectivamente, hay áreas de la investigación científica que deben defenderse en términos parecidos a aquellos en que defenderíamos (porque esto, como sabemos, también es objeto de ataque) otras actividades ‘culturales’: podemos defender que una pequeña proporción del gasto público (como la que actualmente recibe, de hecho, el sector CyT) financie, entre otras cosas, investigaciones sobre estrellas del mismo modo en que podemos defender que haya dinero público para festivales de cine, recitales gratuitos o museos de bellas artes; todo esto, simplemente, enriquece nuestra vida, la hace más interesante. Ahora bien, justamente esta asimilación es de doble filo: si no queremos caer en la trampa de la chicana oficial de ‘vos lo que querés es que recursos públicos te financien tus gustos privados’, una reivindicación de la ciencia en estos términos debería ser inseparable de una reivindicación de la comunicación de la ciencia, de la democratización del conocimiento que generamos desde el sistema”.

– en breve, la única manera de obtener una imagen de científicos trabajando va a ser por inteligencia artificial.
Un futuro inmediato
La desidia del oficialismo en su primer mes en funciones provocó la epidemia de dengue más grande de la historia argentina. Hoy, un equipo de investigadores del CONICET liderado por Carola Sabini y Elio Soria trabajan en un compuesto obtenido de la piel del maní para prevenir y tratar la infección, a pesar de la hostilidad del Poder Ejecutivo. En agosto, Milei aseguró que Argentina se convertiría durante su mandato en uno de los cuatro polos desarrolladores de inteligencia artificial más grandes del mundo. Hoy, el sector idóneo para la investigación de la materia no recibe un sólo peso por parte del Estado. Dijo el presidente en septiembre que los científicos eran inmorales que buscaban financiar con dinero público sus intereses privados. Hoy a esos científicos los agreden físicamente por su “inmoralidad”, como sucedió con el equipo de geólogos en Mendoza o con Ariadna Gallo en la Ciudad de Buenos Aires.
El pasado 9 de enero se dictaminó la resolución N° 10/25, la cuál pone en marcha la evaluación de programas establecidos con convenios ya firmados y suscritos para dar de baja a todos aquellos que no se encuentren comprendidos en el Plan Estratégico definido para el año en curso. Argumentan una necesidad de “reorientar y redefinir” el ya magrísimo presupuesto para CyT teniendo en cuenta “las necesidades urgentes de los sectores más vulnerables de la población”.
La iconoclasia es la práctica de una fe fanatizada por el desprecio y la destrucción de las imágenes religiosas, esas representaciones terrenales de lo divino. La cosmovisión libertaria ve al CONICET como una reliquia de la época en que reinaba su enemigo, como un objeto que agravia su fe y que fomenta su odio. El presidente honra su apodo espejando a otro dignatario, pero del siglo VIII: León III de Bizancio, el iconoclasta.
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