Quienes leyeron la primera parte de la entrevista a Gabriel Vinazza no necesitan una introducción para esta nota, pero para quienes por cuestiones del azar llegaron primero a esta segunda parte sin ningun tipo de background se los resumo así nomás: músico, programador y filósofo, Gabriel escribió de manera febril un libro que publicó en 2021 llamado “usar-pollo-con-polea”, si, como el comando del Monkey Island 1.
Con referencias que van de la cultura pop a la filosofía, de los videojuegos a la matemática, pasando por la cultura hacker, Gabriel en su libro trata de responder a una pregunta que es cada vez más pertinente a medida que pasa el tiempo: “¿qué es, y qué puede llegar a ser, el arte digital?”.
Tras una primera parte en donde nos contó sobre la génesis del libro, sus motivaciones a la hora de escribirlo y una aproximación a sobre qué entiende él por arte digital o arte tecnológico, pero sobretodo, que entiende que no debe ser el arte tecnológico.
En este segundo tramo de la entrevista elegimos profundizar en aspectos puntuales que trata el libro: la figura del inclasificable Terry Davis, porqué entiende que el bytebeat puede llegar a ser la antitesis de la mal llamada Inteligencia Artificial, las contradicciones que existen dentro la demoscene, el prejuicio que existe hacia el arte digital y el panorama general de un presente cada vez más cercano al de una distopía cyberpunk.
–¿Por qué decidiste hablar de la figura de Terry Davis?
–De Terry Davis hay muchas cosas para decir. Desde lo técnico su tarea es titánica, el tipo desarrolló su propio compilador para un lenguaje de programación que inventó él, para programar en ese lenguaje un sistema operativo suyo, técnicamente es una locura, pero no lo puse como una cosa fetichista, sino porque hay muchos lugares en el libro donde hablo de la cuestión sobre cómo es un mal de nuestra época ciertas patologías psicológicas, como conduce este mundo hacia la angustia y la ansiedad.
Terry es un tipo que es tremendo porque tiene todos los elementos del white trash. Es profundamente religioso, es absolutamente paranoico, patológicamente, es esquizofrénico, tiene una paranoia increíble con las teorías conspiranoicas sobre los judíos, los negros, los putos y la CIA. Es un personaje que en ese momento parecía medio marginal y hoy por ahí era Milei (risas).
También es interesante para hablar en contra de la de la cultura de la cancelación. A Terry se lo juzgó mucho, primero como racista, y no como esquizofrénico, por ejemplo, ni tampoco se lo juzgó primero como programador.
Ahora se ven las consecuencias de como vos podés mantener cierta imagen de triunfo superestructural y cultural que en realidad no vale un carajo. Por ejemplo, el otro día en el desfile por el 9 de julio circuló una columna no oficial de Ford Falcon, yo no puedo creer que no los haga mierda, inspira una violencia, es como que salga un tipo con una campera con la esvástica. No entiendo como no les tiran un piedrazo.
Si eso es posible hoy, significa que no hubo un triunfo cultural de nada. No ocurrió una transformación de la sociedad hacia algo que te parece mejor, porque si eso hubiese ocurrido no estaría pasando lo que pasa.
Me parece que la cultura cancelación, entre otras cosas, forma parte de eso, de un montón de prácticas que hoy están en revisión, pero sobre las que no se hace una crítica tan sincera, principalmente en el peronismo. Dicen “está muy bien, hay que hacer una autocrítica” y no está, la autocrítica parece ser que hay que hacer la autocrítica.
Lo que me interesaba también un poco era bardear toda esta cosa, que ahora está un poco más mermada, pero que fue muy fuerte, del moralismo y de la lectura moral, por ejemplo, del arte y del arte tecnológico.
En los lugares de nicho medio elitista del arte digital, esferas muy snob y muy vanguardistas, eso estaba muy fuerte. Esa especie de decálogo, como un Código de Convivencia, que es un absurdo. Es como cuando miras los carteles que dicen prohibido escupir en el suelo y pensás “qué loco”, estaban ahí porque alguien escupía en el suelo.
¿Cómo es que de pronto tenemos que regresar a algo del estilo “no tenés que maltratar a la gente”?, eso es algo que se da de por sí es la práctica y que ponerlo por escrito ya un retroceso, sobre todo porque después vienen las burocracias de eso con las interpretaciones de los códigos y las acciones palaciegas de un bando contra otro. Me parece una mierda.
Terry Davis tiene mucho de eso, es un personaje recontra polémico, pero al mismo tiempo supermarginado, que necesitaba ayuda y que en otras condiciones podría ser reivindicado, porque por ejemplo también hizo uno de los primeros desarrollos de pagos por Internet. Era muy habilidoso y se metió en empresas personales muy zarpadas.
Me parece interesante para pensar esto, la cuestión de la de la cultura de cancelación y de las enfermedades psicológicas que son propias de internet, porque si vos ves videos del tipo es tremendo el bullying que le hacen, se filmaba programando y lo llamaban por teléfono para hacerle bullying. El tipo entraba en esa paranoia de bronca y empezaba a tirar toda su mierda, racista y homofóbica. ¿Qué onda con ese bullying?.
Eso es también lo que me parecía para mirar, porque hay algo sobre que Internet siempre fue un poco así también, como si fuera algo que la tecnología habilita, o a la que tiende, por cómo está planteada.
Esas son las dimensiones que a mí me interesan de él, además de su obra, porque TempleOS es una obra de arte, es una genialidad: un compositor de himnos religiosos algorítmicos, una simulación de Moisés en el desierto, son genialidades. De eso también hablo en el libro, sobre como eso no clasifica para el mundo del arte tecnológico y del arte digital como obra de arte.
Hay una dimensión que tiene que ver como con el mundo del arte digital, que no necesariamente entra en lo que en lo que se espera que sea el arte. Es visto como una rareza, pero nunca desde un punto de vista artístico, y es un monumento, es como una Capilla Sixtina.
–¿Por qué comparás al bytebeat con una flor de loto en el libro?
—Porque la flor de loto crece en los pantanos, por eso la cita de Pizarnik de mirar la rosa desde alcantarilla hasta pulverizarla. Cada vez lo pienso más al bytebeat como si fuera la contraparte de la inteligencia artificial.
Vos tenés un hype que es meramente comercial en plan de que “la utopía llegó, nadie va a tener que trabajar nunca más”. El machine learning es algo que es posible hace muchísimos años, que además se teorizó y todo hace un montón de tiempo, pero lo que pasa es que no existían una acumulación tan obscena de recursos que permitiese llevarlo a la práctica.
Teóricamente siempre estuvo, pero prácticamente tenía que haber una acumulación absurda de recursos para poder llevar en la práctica la cantidad de datos que vos necesitás para poder entrenar un modelo para que tenga una performance como producir imágenes o lenguaje o video viste es un montón.
Al mismo tiempo es algo que es muy gracioso porque lo llamamos algoritmo y no es algorítmica la inteligencia artificial, las redes neuronales no son algorítmicas. Son lo más parecido a una función matemática y ya.
En realidad es como una gran multiplicación, pero inmensa. Lo que tienen eso es que, por su tamaño y su complejidad, es inabarcable. Obvio que hay intervenciones, formas de llevarlo para un lado y para el otro. Además, se le mete algo de algorítmico que inhiba o que potencia algunos resultados, pero básicamente lo que es lo duro, que es la red, es simplemente una multiplicación o una operación matemática muy grande, que no es traducible a instrucciones.
Es tan grande, tan inabarcable que en definitiva no sabemos qué hace. Realmente no podemos decir qué es lo que está haciendo, es un cálculo estadístico y fin, no sabemos más. Es una gran caja negra a pesar de que esté abierta y que vos puedas ver todos los valores.
Son tantos y son tan imbricadas las reacciones entre esos cálculos que no es algo que vos puedas conceptualizar mucho. Es opaco, requiere una cantidad absurda de recursos y además el objetivo es que interactúes con un lenguaje natural.
El bytebeat es todo lo contrario: es algo que requiere de los recursos más elementales que tiene cualquier microprocesador en el mundo, se desarrolla en un lenguaje de bajo nivel, es muy cercano al lenguaje técnico propio que hablan las compuertas lógicas y lo que sucede electrónicamente dentro de la computadora o de un procesador. Lo que ves es lo que suena, lo que ves es lo que es el vídeo produce, es increíblemente transparente.
También se caracteriza, a pesar de que hay gente que hace cosas muy grandes, por generar desarrollos muy complejos y de infinitas variaciones a partir de un código muy breve y muy sencillo. Si la inteligencia artificial es una especie de colmo absoluto de la abstracción y donde uno se comunica con lenguaje natural, el byte es una artesanía digital, es una artesanía absoluta.
Un modelo de ChatGPT no es elegante, la elegancia como concepto limítrofe entre lo estético y lo técnico me gusta mucho y ciertamente el bytebeat es algo que es propiamente elegante, que condensa en una expresión mínima algo muy complejo.
Viznut, el tipo que lo inventó, tiene muchos textos también sobre cuestiones de la sustentabilidad, pero también de escenarios de posibles cataclismos: un futuro cercano en donde por la crisis climática y un mundo polarizado por la guerra nos quedamos con una cuarta parte de la energía que tenemos. No vamos a poder producir fotos en Instagram.
Él piensa en una perma-computación, de elementos muy básicos, de la máxima explotación de los mínimos recursos. El hacking tiene que ver un poco con eso: explotar de manera inesperada ciertas funcionalidades que servían para otra cosa.
–¿Ves otras artesanías digitales dando vueltas?
–Hay muchísimas, de muchas hablo en el libro. Cosas propias de la Demoscene, que igual hoy no me gustan porque se volvieron un poco actores de lo que fueron, pero también porque se cerraron del mundo al construir una comunidad solo de eso.
Pensá que surge a partir de gente que pirateaba juegos…eso era algo que estaba tan en el mundo. Se había ganado tanto en Internet con la piratería y después el mercado va recuperando las posiciones hasta el punto de hoy.
Hace décadas que nadie puede tener una casa, pero antes por lo menos se podía tener una película, ahora no. Ni un juego podés tener, eso es una locura. Hay gente de tu edad que no concibe jugar sin Steam. Me parece tremendo como ganaron esa batalla.
Me interesa más en qué medida hoy combaten desde las demoscene más que si es algo exclusivo. Me interesa más cuando es una cosa deforme y que no se puede definir porque sabés está pasando algo ahí, no sabemos qué cosa es, porque puede salir para cualquier lado, pero sí sabes que hay algo muy real que se está moviendo en ese territorio.
Otro caso es el pixel art, eso es algo que está más vivo que nunca. Que los pibitos jueguen al Minecraft, que quieran la espada pixelada, que a gente que nunca en su vida jugó o tuvo un dispositivo donde se veían los píxeles le gusta el pixel art, que pixelar le parezca lindo, que gente que nunca jugó juegos en 8 bits hoy desarrolle con una estética así porque le parece que está buena.
Es una reivindicación contra lo que era el realismo cada vez más absoluto de los gráficos perfectos. El pixel art me parece una artesanía digital hermosa, el arte texto también.
Pero tampoco me gusta cuando la cosa se vuelve fetichista, los coleccionistas son enemigos y también son grandes enemigos los que usan el concepto de lo retro. Si yo me pongo a escuchar a Johann Sebastian Bach nadie me va a decir que escucho música retro, o si escucho a Charly García o Serú Girán.
Hay que disputar la vitalidad de esas cosas, porque lo retro es la etiqueta que el capitalismo le pone para desarmarlo, desarticularlo absolutamente y que no pueda combatir.
Yo uso este sonido de esta máquina, pero no porque soy un coleccionista, sino porque soy pobre y es lo que tengo y para mí este sonido es el que está re bueno y no me importa tener otros sonidos. Yo no quiero ganar plata para el día de mañana tener un equipo carísimo, vencer sería que el día mañana eso sea mainstream.
Incluso dentro de la demoparty o eventos de gente vinculada a la informática o al arte digital no ponían chiptune, ponían trance, que es una música que también en las demoscene se intenta mucho copiar. Incluso mucha gente que estaba en eso sentía que el chiptune no era música en serio. ¿Por qué eso no puede salir por un parlante en un evento masivo, quien pone esas reglas?
Hay conjunto de prácticas sociales y de estándares estéticos que el capitalismo va poniendo, si alguien toca la guitarra acústica es algo hermoso y nadie está pensando “Uy, qué trucho toca la guitarra acústica, ¿por qué no tiene una guitarra eléctrica o por qué no tiene un sintetizador? Todos entendemos que la guitarra es en sí algo especial, singular, valioso, que el arte de tocar la guitarra es algo este que merece su contemplación.
Recién ahora se está empezando a ver un poco más esto de que está bueno que alguien enchufe un Game Boy directamente a la salida y que toque con eso. Cada vez se alejan más esas esferas, por un lado tenés alguien que va a tocar con el celular o con algo que suena que tiene 8 bits de resolución y, por otro lado, tenés una inteligencia artificial cantando como Dillom.
Hay un montón de artesanías digitales, el glitch por ejemplo, hay mucha gente que sigue haciendo glitch artesanal. Hay cosas también que son mainstream, que me parecen artesanías absolutas, Aphex Twin mezcló cosas que nadie pensó que estaban para mezclarse y eso se volvió también en un momento mainstream.
–¿Cómo se puede sortear el riesgo de caer en el fetichismo?
–La diferencia es muy clara, por ejemplo, si vos ves que un aparatito que salía dos pesos ahora sale $10.000 es porque ya hay una especulación y un mercado construido a su alrededor.
El mercado es mucho más hábil que la academia, cuando alguien está conceptualizando algo, el mercado ya lo entendió y lo fagocitó para apropiarse de cualquier cosa y volverlo mercancía.
Así como existe eso, también existen todo el tiempo prácticas sociales con distintas tecnologías que están todavía afuera porque se consideran obsoletas o por miles de razones más, como desarrollos nuevos sobre cosas que te dicen que son viejas. Si vas a lo más concreto y lo material, la respuesta está siempre: vos sabés que cuesta plata y que no.
A mí me exaspera un poco también porque hay un montón de temas que a mí me interesa, pero veo que la gente que los aborda lo hace de un lugar que me parece horrible. Hay mucha categoría retro y nostalgia. Mark Fisher habla de eso y Jameson también: nostalgia un carajo, retro un carajo.
No me gustan los coleccionistas. Es una cosa medio cínica y hay mucho de “chateamos así porque nos gusta hablar de computadoras viejas y nada más”, no porque haya una lectura de eso más profunda. Somos como un chat de fútbol, pero en lugar de fútbol vamos a hablar de disquetes.
Igual veo que hay mucho más fetichismo del otro lado: el que colecciona de NFT, el que quiere hacer un juego en el metaverso, el que hizo una obra de arte que necesita 10 pantallas gigantes de LED para mostrarla, el que tiene los sintetizadores modulares más caros del mundo.
–Me quedé pensando en lo que dijiste hace un rato sobre que mi generación ya no concibe jugar sin Steam, ¿no te parece que en términos marxistas hay una lucha, no por los medios de producción, sino por los medios del ocio?
–Te lo voy a robar eso en algún momento (risas). Sí, ya perdimos los de producción y ahora perdemos los del ocio también. Un poco también tiene que ver con esto de conquistar la totalidad de la vida, no solamente el momento que parece que estás produciendo, sino que no dejes de producir jamás porque en realidad es lo que estamos haciendo, todas estas plataformas y todo esto es laburo gratis.
Yanis Varoufakis habla de feudalismo de plataformas y me parece que está bueno la manera en que él lo plantea, lo pone en términos marxistas y en términos económicos.
Habla de feudalismo porque nosotros producimos en el uso de las tecnologías. No es solamente cuando yo me pongo a trabajar y programo para una empresa, sino que todo el resto de cosas que hago con la tecnología yo genero valor, porque el tiempo que yo estoy en esta pestaña el navegador lo está contabilizando, por ejemplo.
Feudalismo en el sentido de que nosotros producimos sin cesar, incluso cuando estás durmiendo. El celular es en realidad una máquina de producir, incluso cuando vos pensás que estás descansando: cómo browseas, el tiempo que te detenés en cada foto, en cada tuit, o qué películas elegís para ver o que juegos jugás y cómo los jugás, todo forma parte. Se recopila y forma parte como del Big Data que es el capital.
Cada vez más vivimos a través de los dispositivos, nada de eso deja de ser producción, entonces estamos trabajando sin cesar, produciendo valor para estas empresas que ya lo tienen todo, es demencial.
Varofakis como político intenta verlo desde un lugar esperanzador, pero mi impresión también es que es tan veloz que todas las instituciones, más antiguas, se quedan detrás.
No hay manera que podamos generar un código reglamentario, por qué es tan lenta y tan costosa y tan difícil no solo de elaborar, sino después de llevar a cabo un dispositivo de control sobre esas tecnologías que para cuando eso esté la tecnología va a estar en otra parte entonces y eso es algo muy fuerte de lo tecnológico, que siempre fue así. Una guerra es lo mismo: una civilización tiene un desarrollo tecnológico que le permite subyugar a otra civilización por completo.
En algún momento, quizás en el futuro, cuando nos obliguen por la poca energía y recursos disponibles, vamos a pensar “che, que loco, tu abuelo se pasaba todo el día en Instagram” y la van a ver como una época demencial.
No veo que desde afuera se pueda hacer algo al respecto, si vos vas a expropiar todo como un modelo tipo China necesitas a la gente que sabe adentro. Incluso si vos lo expropias, necesitas saber un montón de cosas y necesitas tener un montón de gente que sepa un montón de cosas. Estamos re lejos de algo así, esta esfera está cada vez más disociada de lo que interpretamos que pasa políticamente.