

Lali en Vélez
Los recitales en estadio no son lo mío.
Demasiada gente, demasiado tiempo, demasiado apretados, demasiadas filas, demasiados controles. Demasiado todo. En general los esquivo, trato de ver a esos artistas en otros lugares, más chicos y amables para este rejunte de neurosis de 44 años que soy. Ponele que el Luna Park es el límite de mi comodidad.
Pero: Con mi esposa Daniela teníamos MUCHAS ganas de ver a Lali en vivo. Hace unos meses había anunciado esos primeros Velez de mayo pero no llegamos a sacar entradas, al final del día somos dos no-docentes que trabajan en la universidad pública. Pero unos días después, anuncia la tanda de recitales del 6 y 7 de septiembre, hay cuotas sin interés, ya fue. Vamos.
Bajamos en la estación Liniers del Sarmiento y caminamos hacia el Amalfitani. Son poco menos de las siete de la tarde y el recital está anunciado para las nueve. En cada esquina hay manteros con bolsas de consorcio llenas de remeras, buzos, abanicos. Parrillas improvisadas se despliegan sobre Madero, Bynon, Barragán y en las calles, cortadas por la policía de la ciudad, solo vemos gente que sabemos que estará en el recital. Hay desde púberes hasta cuarentones como nosotros. Madres que se producen a la par que sus hijas, drags megaproducidas en la fila del campo delantero y un par más discretas en la fila del campo trasero, nuestro destino. Se respira orgullo travesti.
El atardecer trae frío, hicimos bien en venir abrigados. La edad me traiciona y no dejo de pensar en pibas que están en este campo, de jean y musculosa, en que se deben estar cagando de frío fuerte. Dani me dice “…y, pero vos a su edad también te mandabas a lugares así desabrigado. No te importaba”. Tiene razón, para variar. Compramos unos panchitos para engañar al estómago. Dejamos a nuestra hija Lola con su abuela, nos avisa que levantó un poquito de fiebre, pero está bien. Son algo así como las ocho y media de la noche, ya está oscuro y las plateas comienzan a hacer olas para pasar el rato. Vemos sobrevolar algunos drones.
Se apagan casi todas las luces del estadio. Las pantallas comienzan a mostrar clips de una pequeña Lali, con su voz diciendo algo que no distingo en medio de los gritos. El clip corta fundiendo a negro, suena la chicharra de Netflix. Luego nos enteraríamos que era el anuncio de un futuro documental para la pantalla de la N roja.
Son las nueve y media de la noche y ahora sí. Se apagan las luces y todo es un grito de felicidad de un estadio estallado de gente. Suenan los primeros acordes de “Lokura” y nosotros estamos en el tercio final del campo trasero, el escenario está a unos 80, 90 metros de nosotros pero no importa, la piba brilla.
En algún momento, hace un par de décadas, ser varón y confesar un gusto por el pop era abrir la puerta a fumarte toda la homofobia establecida en el zeitgeist de esos años noventas menemistas. Porque qué estás haciendo escuchando esa música de putito, vení escuchemos Metallica que esa sí que es música de machos. Y en un momento aprendés que te chupa un poco un huevo, pero después estás en tus 19/20’s y qué haces escuchando Britney Spears, no ves que no es una artista de verdad; engranaje, parte intercambiable de un sistema que la explota a ella dándole dos mangos y a ustedes que la escuchan aturdiéndolos ante la verdadera belleza del munzzzzzz. Eventualmente esto también pasa a chuparte un huevo y no ves contradicción ni conflicto en escuchar Prince, Black Sabbath, Britney y Miranda!
Un día dejás de preocuparte y volvés a bailar, a bailar como te gusta a vos, porque lo otro medio que te daba un poco de vergüencita y nunca te sentías cómodo del todo.
El pop nos salvará la vida, como quien dice.
Las canciones siguen pasando y el recital es una aplanadora. A Lali se la escucha no tal alto como nos gustaría, pero se compensa con la puesta en escena, que es poco menos que una locura. Lali y sus bailarines se bailan de una punta del escenario a la otra, los hits siguen sonando y de pronto como quien no quiere la cosa Dillom (SUPER ROCKERO NACIONAL) aparece para cantar “33”, te queremos mucho Dillom, tomá todos los billetes de cien pesos del universo.
Entonces arranca un riff de guitarra, miro a Dani y le digo “¿Eso no es Vencedores Vencidos?”. A la mitad del estadio esto los agarra con la guardia baja pero no deja de ser un shock, un momentazo político y en un punto profético, a escasas horas de una elección en la que La Libertad Avanza, la fuerza política gobernante y que la atacó desde el minuto cero, pierda por una diferencia de 13 puntos una elección de medio término.
Siguen sonando hits pasados y presentes, hay cambios de vestuario continuos (para cuando termine todo recuerdo haber contado unos siete outfits distintos) y si estábamos emocionados cantando “Ego”, nos terminamos de romper un par de canciones después cuando las pantallas fundieron a negro y se pudo leer “En Argentina se registraron un 70% más de crímenes de odio en comparación al año anterior contra las personas LGTBI+” “102 crímenes de odio en lo que va del 2025”, “el odio no nace solo” mientras el estadio corea “Milei, basura, vos sos la dictadura” antes de que los colores de la bandera LGTBI+ cubrieran todas las pantallas para anunciar el arranque de “Soy” y un desfile de drags increíble. Lali sabe lo que representa esa canción, del lugar que tiene en la comunidad y de lo importante de hablar de estas cosas desde su lugar. Por eso es quien es. Por eso puede pararse y decir “el odio no nace solo” en medio de una generación de artistas cuyas proclamas políticas más profundas y jugadas no van más allá del decir “la educación pública está buena” por miedo a ofender a algún sponsor.
El recital se cierra con “Fanático” y con Vélez temblando de tener a todo el estadio saltando. Para cuando llega el momento de la foto, dónde Lali normalmente imita la pose de selfie de nuestro Presiduende, ahora hace un 3 aludiendo a los escándalos de coimas y sobornos en los que está involucrada la hermana del presidente, Karina Milei.
Llegan los bises y escuchamos por primera vez “Payaso”, una canción nueva y todo se cierra con “No me importa”. Las luces se encienden, el estadio comienza a vaciarse y mientras el público se retira la gente canta “alta coimera, Karina es alta coimera…” junto con pedidos de que este domingo “voten bieeeeen” y hasta llega a escucharse la marcha Peronista en algún momento.
El pop nos salvará la vida, suelo decir. Creo que aplica para describir esto que nos generó Lali Espósito en los últimos años y sus últimos discos. El recital termina y toda la gente que copó el estadio José Amalfitani se vuelca a las calles. Este fue el tercero de los cinco (al momento de escribir esto) Vélez que Lali hizo en 2025.
Nos vamos felices y sintiéndonos un toque más livianos. Y está bien, venimos de pasar casi tres horas con una gigante de un metro y medio de Parque Patricios que nos hizo bailar, cantar y saltar. Talk about pop, pop, pop music.